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Teatro de barrio, pero algo comatoso

Teatro de barrio, pero algo comatoso

Por José Catalán Deus
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jcdeustelefonicanet/6/6/17
viernes 22 de agosto de 2014, 01:00h

La sipnosis oficial dice que Tres en coma cuenta la historia de un cura, una peluquera y el hombre al que atienden: un misterioso enfermo en coma que salta a la fama haciendo comedia desde la frontera entre la vida y la muerte. Y así es, pero la forma de ser lo es todo. Juan Cavestany aunque ha superado su panfletismo endémico no ha logrado ir más allá de una ocurrencia que agoniza hasta fenecer. Con un texto esencialmente romo y una trama bastante artificiosa se hubieran necesitado titanes y/o mentes muy creativas para obtener cosecha. Pero medios más que escuetos y trabajo más que escaso no dan para más: un chiste largo, una cita de amiguetes, teatro de barrio en la más limitada de sus acepciones.

Un hombre en coma sin identidad yace en una habitación de hospital. Las nicas visitas que recibe son las del capellán que acude a rezar por su alma y de la peluquera en prácticas que viene a cortarle el pelo. La peluquera es gena; el capellán, por supuesto, es el malo, una mente estrecha, atávica y un tanto enferma. La peluquera resulta radioaficionada -qué cosa más añeja- y descubre por arte de bibibirloque que el comatoso empieza a comunicarse en morse a través de los pitidos del monitor de constantes vitales. El enfermo se pone a contar chistes zafios desde la frontera entre la vida y la muerte, y a los amiguetes que han venido a la función incluso les hacen gracia. Pese a la oposición del capellán, los médicos del hospital desarrollan un interfaz para convertir en audio la incipiente conciencia del comatoso, que pronto será conocido como el cómico en coma. Para paliar el déficit en la gestión hospitalaria que la infausta crisis lo convierten en una estrella del espectáculo y lo exportan hasta el Carnegie Hall de N.Y. Como si los déficits sanitarios se gestionaran uno por uno en nuestros sistema sanitario pblico, y como si el personal sanitario estuviera adscrito a esa Casta en la que situamos al adversario político.

Una idea bastante peregrina de partida. Que se lleva a la práctica en un espacio escénico más que pobre, miserable; con una máscara hospitalizada, dos taburetes y una pantalla en el proscenio donde discurre el importante componente multimedia de la obra, ya que son largas y prolijas las proyecciones audiovisuales, de tan marcado tono kistch que parece significar un guiño inexistente.

Escoltando al rictus sonriente de la máscara en coma, dos actores. Julián Génisson hace de joven capellán de hospitales y prisiones, traído de anteriores excursiones superficiales, como las de Ray Loriga, al mundo supuestamente atormentado de los militantes católicos de vanguardia, de los kikos y legionarios que intentaron la contraofensiva ratzingeriana y que han sido pulverizados por el franciscanismo peronista de Francisco I. Lo hace muy mal, sentimos decirlo, recitando de esa mala manera que recitan los locutores televisivos, sonando siempre a hueco.

Lorena Iglesias ejerce de contrapartida, una peluquera de los nuestros, buenona de verdad y no hipócrita como esos denostados creyentes; lo hace mejor que su compañero, pero sin pasar del aprobado raspado. Al parecer se comenta por ahí que no son actores profesionales. Puede citarse a Bertoldo Brecht y el distanciamiento, y puede citarse a Gus Débord y la sociedad del espectáculo desespectacularizada. Se puede interpretar con muy diferentes códigos, pero la interpretación de aficionados es como el periodismo de aficionados que nos anega, una entelequia.

Y completando a los dos actores, una tercera aportación que aspira a vanguardista, la de Aaron Rux que crea un espacio sonoro aceptable desde el mismo escenario, sobre una mesa de mezclas y un laberinto de cables que más que aportar estética, aporta un toque de cutrez oficinesco que no contribuye al equilibrio de la singladura. Rux maneja con destreza su ordenador, aporta efectos sonoros, locuciones en tiempo real, curra realmente y además interpreta a la guitarra eléctrica dos canciones propias, en dueto vocal con Lorena de efectos más bien disturbadores, baladas románticas con complementos tecno y letras en ingles un tanto obstrusas.

Cavestany y sus dos actores, que forman algo que se llama Canódromo Abandonado, son corresponsables de dirección y dramaturgia. Prometen mucha msica, chistes, risas enlatadas y canciones, un espectáculo divertido de inmersión onírica y astral que habla de vida y la muerte, la soledad y la naturaleza del arte. Todo queda en poco, teatro de barrio un tanto comatoso, laudable incursión de aficionados con suficientes amigos, amiguetes, conocidos y contactos en las redes sociales, como para ir llenando a medias las ocho funciones programadas.

De Juan Cavestany no nos gustaba su irrefrenable panfletismo, cuya ltima muestra se retrotrae a mayo pasado en una adaptación del Macbeth de William Shakespeare a una Galicia cuya Xunta son un atajo de ambiciosos, corruptos y criminales -del presidente al ltimo conselleiro- por exigencias de un guión que convierte una ficción medieval en una presunta calumnia actual (ver nuestra reseña de entonces). Ya le decíamos entonces que de forma más motivada, podía haber elegido la Generalitat de Cataluña, y a el honorable Pujolet, y habría dado de pleno en la diana. Anteriormente, ha dado ejemplos más penosos de su obcecación ideológica, sobre todo con Capitalismo. Hazles reir (ver nuestra reseña de entonces) en el Price en septiembre pasado, y paralelamente con su contribución al engendro colectivo Nada tras la puerta (ver nuestra reseña de entonces), aunque hay que decir que su pieza, la primera, era la mejor de todas. Tuvo en 2008 un celebrado premio por su Urtain (ver nuestra reseña de entonces) y en 2011 una interesante aportación con Juan Mayorga en Penumbra (ver nuestra reseña de entonces).

Superado el panfletismo, pues Tres en coma carece casi completamente de morcillas indignadas/inanes, ahora queda trabajar más arduo, dejarse de ocurrencias chistosas, intentar avanzar más allá de la risita cómplice de la peña circundante.

Y ahí llegamos a esta tan loable como dudosa iniciativa que algunos de sus amigos encabezados por el actor Alberto San Juan han llevado a la práctica en Lavapiés con el bonito nombre de Teatro del Barrio. Un intento de regeneración del tejido socio cultural desde la base, que se ha plasmado en un agradable local, de estupendo ambiente, con un espacio escénico bien dotado. Un proyecto serio y sin embargo decididamente politizado. La voluntad con que abrimos el Teatro del Barrio -nos dicen- es abiertamente política: participar en el movimiento ciudadano que ya esta construyendo otra forma de convivir Pretende ser una asamblea permanente donde mirar juntos el mundo, para, juntos, imaginar otro donde la buena vida sea posible. Nuestros medios para hacer política son la cultura y la fiesta La programación va a estar marcada por el humor político y musical. En diversos espectáculos se va a hablar de nuestra historia pasada y presente No va ser lugar para partidos políticos ni estructura institucional ninguna. Si para los movimientos sociales Una revolución sin sentido del humor seguramente esta condenada a traicionarse a sí misma, y en cualquier caso, es un coñazo. La fase de desarrollo actual del capitalismo, llamada crisis (como se podría llamar guerra contra el ser humano), esta expulsando miles y miles de personas fuera del sistema, arrojándolos al vacío. Existe la posibilidad de encontrarnos en el vacío unos con otros, después de tanto tiempo, decidir juntos al fin como queremos vivir y hacer una fiesta para celebrar que ya hemos empezado.

Revolución y humor nunca han hecho buenas migas, porque el humor sólo es auténtico a partir de reírse de uno mismo y tus sacrosantas ideas; todo lo demás, estilo Wyoming, es rebaba o algo peor, animadversión insana. El verdadero humor revolucionario no tiene padrinos y su hiel helada se le atragante al pblico.

Pero en fin, Teatro del Barrio merecería bandear los obstáculos de partida. Se definen cooperativa de consumo cultural, con Consejo Rector, socios fundadores y cotitulares de este espacio sin dueño, una comunidad de socios activos que sostenga e impulse el proyecto empezando por la aportación inicial y nica al fondo social de 100 euros, pero continuando con el trabajo compartido de difusión en persona y en redes; así como con la participación colectiva en el debate crítico, en las labores de la gestión interna, o en la bsqueda de nuevas e innovadoras fuentes de financiación. El proyecto no tiene ningn ánimo de lucro la segunda fase del proyecto, la creación de la comunidad cooperactiva debía estar en marcha desde el primer trimestre de este año, pero no sabemos si ha sido así.

La obra fue estrenada con expectación en la ltima edición del Festival Fringe. Canódromo y Cavestany tienen recorrido por delante. Teatro del Barrio se enfrenta a la temporada de su confirmación. A todos ellos les deseamos una sabia, generosa y productiva maduración.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 6
Texto, 6
Dirección, 6
Escenografía, 5
Interpretación, 4-5
Banda sonora, 6
Complemento visual, 6
Producción, 5
Documentación para los medios, n/h
Programa de mano, n/h

Teatro del Barrio
Tres en coma, de Juan Cavestany
Del 7 de agosto l 7 de septiembre, jueves y viernes a las 20:00

Dramaturgia y dirección: Julián Génisson, Lorena Iglesias y Juan Cavestany
Espacio sonoro y msica: Aaron Rux
Espacio escénico: Mónica Boromello
Referencias visuales: David Sánchez
Actores: Julián Génisson, Lorena Iglesias

Duración, 75 minutos
Precio, 12 anticipada, 14 en taquilla
Dirección, Zurita, 20, 28012 Madrid
Teléfono 91 084 36 92.

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