A partir de un romance legendario que narra una larga historia de amor entre el rey Alfonso VIII de Castilla (1155-1214) y una hebrea toledana, Lope de Vega escribió cuatro siglos después Las paces de los reyes y judía de Toledo, un drama que por factura y calidad podría ser de Shakespeare, y que apenas se ha representado en nuestras tablas. Esta recuperación estrenada ayer en el Teatro de la Comedia nos gustó en su conjunto, con puesta en escena e interpretación notables.
Coproducida por el Centro Nacional de Teatro Clásico, la compañía Micomicón presenta una versión actualizada de este drama de honor y venganza en le que Lope despliega su portentosa capacidad de versificar al servicio de una trama sin sorpresas y de unos personajes sólidos. Un Lope de alturas shakesperianas en sentencias y observaciones, en matices y veredas de diálogos versificados como ya nadie podría, una pieza de alta política en la que no salen brujas ni espíritus como en las obras del inglés, sino que Dios manda mensajes al protagonista y todos rezan a una Virgen que llora sangre, pero que relata la loca pasión de un soberano al que nicamente la sangrienta conspiración de su entorno le hace volver a las obligaciones de su cargo.
Por supuesto que no importa que este episodio de la vida de Alfonso VIII, recogido en 1270 por su biznieto, Alfonso X el Sabio, -Pagóse mucho de una judía que auie nombre Fermosa, e olvidó la muger, e ençerróse con ella gran tiempo en guisa que non se podié partir dlla por ninguna manera, nin se pagaua tanto de cosa ninguna: e estouo ençerrado con ella poco menos de siete años Entonçe ouieron su acuerdo los omes buenos dl reino cómo pusiesen algn recado en aquel fecho tan malo e tan desaguisado e con este acuerdo fuéronse para allá: e entraron al rey diziendo que queríen fabrar con él: e mientras los unos fabraron con el rey, entraron los otros donde estaua aquella judía en muy nobres estrados, e dgolláronla-, y después por La Romanza de Lorenzo de Sepulveda -A Toledo fue Alfonso/Con la reina joven y bella/Pero el amor lo cegó/Y se engañó por amor/Se prendó de una judía/cuyo nombre era Fermosa/Si, Fermosa se llamaba/Y la llamaban así con justicia/Y por ella olvidó él a su reina- lo más probable es que nunca existiera.
Partiendo de esa base inverosímil, Laila Ripoll ha respetado esencialmente trama y texto originales, suprimiendo muchos personajes, dejando al padre y al hermano de Raquel en una aparición fugaz, y llegando a un final abrupto en el que el desesperado rey pasa de la furia vengativa a la autocrítica resignada en un abrir y cerrar de ojos. La ambientación en los años 50-60, muy al uso en las puestas en escena británicas de Shakespeare de la ltima década, se apoya con acierto en un magnífico vestuario de Almudena Rodríguez Huertas y una selección de canciones populares de la época, y con desacierto en insistentes proyecciones del NoDo que buscan un paralelismo absurdo entre la entrada de Alfonso VIII en Toledo y la de Francisco Franco tras la guerra civil, y entre la boda cdel rey castellano con Leonor Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, con aquella celebérrima boda del rey belga Balduino y la dama española Fabiola.
Todo ese reguero de imágenes añejas podría y debería ahorrarse, y dotaría al inicio de la obra de una consistencia que tarda media hora en adivinarse. Y si esa selección documental es redundante, ocurre todo lo contrario con la sugerente y fantástica vídeoescena con que lvaro Luna ilustra algunos de los más dramáticos momentos. Combinado con una iluminación de gran personalidad y eficacia de Luis Perdiguero, la sencilla y eficaz escenografía de Arturo Martín Burgos agradece mucho las aportaciones.
El reparto crece en solvencia conforme la obra se desarrolla. Los dos consejeros reales, Garcerán Manrique y Don Blasco, ejercen de precisos puntales del conjunto. Federico Aguado y Ana Varela como el rey y la reina protagonistas, tienen momentos discutibles, agravados en esta por una supuesta dicción extranjerizante que funciona malamente. Marcos León hace un hortelano Belardo de acierto pleno, y Elisabet Altube y Elisa Espejo consiguen ya llegando al ecuador de la pieza que se entienda lo que dicen sus personajes, Raquel y su hermana Sibila. En el caso de la judía protagonista, sobre todo, no parece asunto baladí y debería ser corregido con urgencia en toda esa intervención primera del baño en el río Tajo. Parecería que el personaje de Enrique, el heredero, ha sido descuidado por la directora, -sus expresiones y gestos un tanto erráticos-, y obligado a una escena escabrosa totalmente gratuita.
La compañía Micomicón celebra sus primeros 25 años con esta pieza. Un rey que pretende ser tan solo un hombre, un monarca que abandona la política para dedicarse a sus intereses personales, un país desgobernado, en crisis, sumido en el abandono y con un peligro a las puertas. Tragedia amorosa, pero también y, sobre todo, una tragedia política en la que es inevitable encontrar resabios contemporáneos Un seco Zuloaga con el alcázar al fondo, pero también toda la jugosa sensualidad de Romero de Torres, nos dice Laila Ripoll.
Por nuestra parte, un notable merecido. Los llenos están asegurados y Lope mandará de nuevo en la calle del Príncipe mientras llega la primavera. No es poca cosa.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 8
Texto, 9
Versión, 8
Dirección, 7
Escenografía, 7
Interpretación, 7
Iluminación, Videoescena, vestuario, 8
Producción, 8
Documentación para los medios, 7
Programa de mano, 6
CNTC
Teatro de la Comedia
C/ Príncipe 14
La judía de Toledo de Lope de Vega
Dirección, Laila Ripoll
Del 8 al 26 de marzo de 2017
Reparto
Elisabet Altube
Teresa Espejo
Manuel Agredano
Marcos Leon
Mariano Llorente
Federico Aguado
Jorge Varandela
Ana Varela
ESCENOGRAFÍA
Arturo Martín Burgos
VESTUARIO
Almudena Rodríguez Huertas
ILUMINACIÓN
Luis Perdiguero
MÚSICA ORIGINAL
Mariano Marín
VIDEOESCENA
lvaro Luna
PRODUCCIÓN EJECUTIVA Y DISTRIBUCIÓN
Joseba García
Centro Nacional de Teatro Clásico, Micomicón y A priori Gestión Teatral
Encuentro con el pblico: 16 de marzo.