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Epílogo para un nuevo Papa: mejor recapitular que predecir
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Epílogo para un nuevo Papa: mejor recapitular que predecir

lunes 12 de mayo de 2025, 17:06h
«Morto un Papa, se ne fa un altro» (muerto un Papa, se hace otro): así de crudo es el tradicional refrán romano. Las aguas agitadas por un frenesí momentáneo vuelven a su cauce. La elección del nuevo Papa ha desatado un interés inusitado en un mundo occidental totalmente secularizado que se ha dedicado durante décadas a atacar y ridiculizar a la iglesia católica. El cardenal Robert Francis Prevost Martínez (1955) fue elegido el 8 de mayo de 2025, como 267º papa y noveno soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano.
La elección del nuevo Papa ha desatado un interés inusitado en un mundo occidental totalmente secularizado que se ha dedicado durante décadas a atacar y ridiculizar a la iglesia católica. El cardenal Robert Francis Prevost Martínez (1955) fue elegido hace cuatro días, el 8 de mayo de 2025, como 267º papa y noveno soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Francisco I en su féretro ante la mirada atenta del cardenal Parolin.

Eran las 19’09 horas de ese jueves por la tarde, apenas cuatro minutos antes de que Prevost se presentara al mundo como León XIV, cuando en el muy seguido programa La Ventana de la SER entre tantas cháchara superficial con la que venían entreteniendo a sus oyentes que habían consultado a Chat GPT sobre quién sería el escogido por el cónclave cardenalicio y que la respuesta había sido ¡¡Prevost!! La I.A. dio en el clavo. A las 19:13 horas el norteamericano salió al balcón en San Pedro del Vaticano.

A JCD, editor de esta Guía Cultural, le habían pedido que interviniera en el programa en cuanto se supiera el elegido y estaba conectado esperando. Cuando oyó la predicción de la inteligencia artificial, dio un respingo: era una respuesta muy juiciosa, que no había sucumbido al maremoto de predicciones repetidas mil veces que señalaban a los cardenales Parolin y Tagle como los grandes favoritos y se había inclinado por una deducción bien juiciosa. Coincidía además con lo que él había deducido de ojear las biografías de la docena de mencionados como viables, y sobre todo lo que deseaba aunque sin convicción, después de otros dos cónclaves errando sonoramente.

Pero ocurrió. La Iglesia volvió a demostrar que no en vano en la institución humana más duradera, sólida y extensa de los últimos dos milenios; y que lo que denomina el espíritu santo, la fabulosa ecuación de 136 voluntades concentradas en decidir quién les gobierne, había actuado de forma más juiciosa que en la anterior ocasión. Aún no repuesto del impacto, le tocó intervenir y esto es lo que dijo, tan breve como contundente (para escuchar el audio de 03’1922):

En las 72 horas posteriores cientos de comentarios han inundado los medios de comunicación y las redes sociales lanzando conjeturas minuciosas o aventuradas, caprichosas o reflexivas, demenciales o razonadas, sobre el significado de la elección y lo que va a suponer en el rumbo de la iglesia católica. La consabida aceleración que de nada sirve, todo lo enreda, y simplemente entretiene, distrae, arrastra. Demos tiempo al tiempo, y juzguemos al recién llegado por sus obras y no por apariencias a menudo mal captadas. Con enumerar a sus once antecesores desde el inicio del siglo XX y estudiar un poco sus cambiantes actitudes dentro de la continuidad absoluta, deberíamos aplazar todo juicio precipitado. Fueron León XIII (1878-1903), Pío X (1903-1914), Benedicto XV (1914-1922), Pío XI (1922-1939), Pío XII (1939-1958), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo I (1978), Juan Pablo II (1978-2005), Benedicto XVI (2005-2013) y Francisco I (2013-2025).

Los once papas anteriores a León XIV.

Mientras, nos gustaría recordar a los lectores los libros que sobre papas vaticanos ha escrito JCD:

–‘Después de Ratzinger, qué: balance de los cuatro años de su pontificado y desafíos de su sucesión’
Editorial Península, 2009, segunda edición en 2013. ANÁLISIS.
— ‘De Ratzinger a Benedicto XVI. Los enigmas del nuevo Papa’
Editorial Espejo de Tinta, 2005. ENSAYO.
— ‘Fumata blanca. La elección de Benedicto XVI y la turbulenta historia de los cónclaves de la iglesia católica’ (con Lola Galán), Editorial Aguilar, 2005. CRÓNICA E HISTORIA
— ‘El Próximo Papa. Quién será el sucesor, cómo y por qué será elegido’
Ediciones Espejo de Tinta, 2004. ANÁLISIS.

Y junto a ellos, dos dedicados a la familia española Borja, que dio dos papas a la iglesia y pasó a la historia de forma muy adversa, pero que el tiempo está reivindicando:

— ‘El Papa Borgia. Un inédito Alejandro VI liberado al fin de la leyenda negra’ (con Lola Galán)
Editorial Aguilar, 2004; Editorial Punto de Lectura, 2006; Círculo de Lectores, 2007, Penguinlibros.com-Aguilar, 2012. HISTORIA.
–‘El Príncipe del Renacimiento: vida y leyenda de César Borgia’
Ediciones Debate, 2008. BIOGRAFÍA.

Para los interesados, un resumen de los contenidos:

‘Después de Ratzinger, ¿qué? Balance de cuatro años de pontificado y los desafíos de su sucesión’ (la segunda edición tras su dimisión llevaba un subtítulo que decía: ‘El libro que se adelantó a los hechos. Las razones de una decisión histórica’).

La ‘primera legislatura’ de Benedicto XVI deja una sensación de crisis creciente en la iglesia católica. Nunca antes los desacuerdos y disensiones fueron tan sonoros dentro y fuera del Vaticano. Un repaso crítico del pontificado permite hacerse una visión de conjunto de lo realizado y de lo pendiente, de las promesas incumplidas y las expectativas frustradas. El futuro del catolicismo se presenta bien complicado, tanto si este Papa de 82 años reina aún una década, como ante una hipotética sucesión más cercana en el tiempo.

¿Qué puede hacer aún Joseph Ratzinger?¿Y después de Benedicto, qué? ¿Cuáles son las opciones que se plantean? ¿Cuáles son las personas que podrían liderar una nueva etapa? ¿Cómo será el post-ratzingerismo? José Catalán Deus ha aplicado su experiencia en el tema para presentarnos una visión intrigante y apasionante del corazón del cristianismo actual, de las ideas y controversias que reinan en su cúpula, del difícil y ambicioso proyecto de Benedicto XVI. Y de su incierto futuro.

Como recuerda la introducción del libro, el jurado popular del programa de televisión holandés «Abogado del diablo» decidió, a mediados de abril de 2009, que las declaraciones del papa Benedicto XVI sobre el uso de preservativos en las relaciones sexuales lo convierten en «culpable de los millones de muertes causadas por el sida en África». Debe
de ser la primera ocasión en que una televisión se atreve a «juzgar» y condenar a un Papa ante las cámaras. El jurado estaba formado por cinco ciudadanos elegidos por sorteo, la condena no fue unánime, y no se concretó si la sentencia equivalía a cadena perpetua.

Presentó los tres cargos contra el Papa el teólogo Jean-Pierre Wils, quien acababa de abandonar públicamente la Iglesia Católica en medio de alegatos furiosos contra el papa Ratzinger. Actuó como abogado defensor el letrado Gerard Spong, quien en una edición anterior del programa había conseguido que se declarara inocente a Osama bin Laden. Sin embargo —y esto es muy significativo—, en esa ocasión no lo consiguió con el Papa.

Esta anécdota refleja una situación innegable. La Iglesia Católica ha pasado de ejercer una posición dominante a estar sojuzgada culturalmente, y casi perseguida por su ideología. Este cambio histórico trascendental se ha manifestado con absoluta claridad en los primeros cuatro años del pontificado de Benedicto XVI, aunque venía incubándose durante todo el pontificado anterior. A lo largo de este libro queremos examinar este apasionante proceso: qué ha ocurrido, cuál es el balance de la primera «legislatura» del papa Ratzinger —por expresarlo en términos seculares— y qué perspectivas se abren para la Iglesia Católica —la mayor y más antigua institución humana existente— a partir de ahora.

Nota a la segunda edición.- El pontificado de Benedicto XVI deja una sensación de crisis creciente en la iglesia católica. Nunca antes los desacuerdos y disensiones fueron tan sonoros dentro y fuera del Vaticano. Un repaso crítico del pontificado permite hacerse una visión de conjunto de lo realizado y de lo pendiente, de las promesas incumplidas y las expectativas frustradas. El futuro del catolicismo se presenta bien complicado al término de sus ocho años al frente de la Iglesia.

¿Y después de Benedicto, qué? ¿Cuáles son las opciones que se plantean? ¿Cuáles son las personas que podrían liderar una nueva etapa? ¿Cómo será el post-ratzingerismo? José Catalán Deus ha aplicado su experiencia en el tema para presentarnos una visión intrigante y apasionante del corazón del cristianismo actual, de las ideas y controversias que reinan en su cúpula, del difícil y ambicioso proyecto de Benedicto XVI. Y de su incierto futuro.

La Iglesia Católica ha pasado de ejercer una posición dominante en Europa a ser casi un reducto marginal. Este cambio histórico trascendental se ha manifestado con absoluta claridad en el pontificado de Benedicto XVI, aunque venía incubándose durante todo el pontificado anterior. A lo largo de este libro se examina este apasionante proceso: qué ha ocurrido, cuál es el balance que nos deja el papa Ratzinger y qué perspectivas se abren a partir de ahora para la Iglesia Católica, la mayor y más antigua institución humana existente.

‘De Ratzinger a Benedicto XVI. Los enigmas del nuevo Papa’

Joseph Ratzinger parecía predestinado a llegar a lo más alto. Siempre quiso ser sacerdote, siempre quiso ser teólogo, siempre quiso enseñar las verdades de su iglesia. En su vida no hay vacilaciones sino una vocación inamovible de revivir la tradición, de avanzar reafirmando las esencias, del sentido del deber.

Al llegar el año 2.000, implantado el ‘wojtylismo’, hubo que asegurar la continuidad de este proyecto histórico. Y contra todo pronóstico, el amigo de confianza y el sostén doctrinal tuvo que protagonizar la sucesión de Juan Pablo II.

La cúpula de la Iglesia católica, en nombre de mil millones de seguidores, ha hecho de Benedicto XVI su 265º pontífice. El nuevo papa no es un arcángel recién bajado de los cielos ni un inquisidor confundido de época: es un anciano intelectual que desde niño quiso vestir la púrpura. Aproximarse a su biografía es descubrir un triunfador nato, un puño de hierro en guante de terciopelo. Conociendo su vida y analizando las primeras semanas de su pontificado podremos detectar las claves de su papado.

Benedicto XVI el Recto, o el Piadoso o el Estricto, que de todas estas maneras podría ser denominado. De Guardián de la Fe a Cruzado ‘Neocon’. Ha llegado ‘el azote de los progres’. Tiene legiones de partidarios y detractores, no deja a nadie indiferente. Bueno será enfrentarse a los enigmas de su pontificado.

La ascensión al papado de Benedicto XVI ha sido un aldabonazo dentro y fuera de la iglesia católica del que aún no nos hemos recuperado. El hombre más criticado y denostado, la encarnación de una ortodoxia siempre incomprendida, del conservadurismo peor visto, se imponía en una campaña electoral arrolladora y un cónclave convertido en paseo triunfal.

Nunca un papa había antes publicado tantos libros, pronunciado tantos discursos, participado en tantos coloquios y concedido tantas entrevistas. Así que todo indicaba que nunca antes habíamos sabido tanto de un papa.

Pero a medida que se profundiza en su biografía aparece el enigma de un hombre desconocido, los enigmas de una vida de la que creyendo saberlo todo, no sabemos casi nada. Un niño que quería ser obispo, un adolescente que pasó por la guerra mundial sin enterarse, un estudioso vocacional que asciende raudo a la cátedra, un teólogo brillante que aprovecha la oportunidad sin par de un concilio para demoler siglos de rutina tomista, y que se da cuenta pronto de que el derribo debe dar paso al apuntalamiento si no se quiere ver caer todo el edificio. Un sacerdote siempre entre libros, con fugaces experiencias parroquiales y diocesanas, las mínimas necesarias para redondear un currículo y conseguir un conocimiento suficiente de las dificultades reales de los curas y obispos de nuestro tiempo. Y finalmente, un cardenal que accede a la púrpura a los 50 años, justo a tiempo para llegar a otra cita providencial, dos cónclaves seguidos en 1978, para influir decisivamente en el segundo, el que elige a Juan Pablo II, y para convertirse en imprescindible en la nueva etapa, tan imprescindible que no le cabrá más remedio que hacerse cargo él mismo de su continuidad con un nombre, Benedicto XVI, que quiere significar una nueva propuesta militante y visionaria destinada a conservar las esencias en una Europa a punto de paganizarse.

Y a medida que se estudian con atención sus primeras semanas de pontificado, el enigma, los enigmas, no sólo no se despejan sino que se complican hasta el punto de que al igual que debemos reconocer que no sabemos quien es en realidad Joseph Ratzinger, tampoco podemos prever cómo va a ser Benedicto XVI.

Se ha mostrado cauto, piadoso y ritualista. Ha repetido mil veces que lo importante es la fe en Cristo y el sacramento de la Eucaristía dentro de una misa sentida y no rutinaria. Ha tomado medidas contra un jesuita muy crítico con el que llevaba polemizando cinco años, y contra un obispo que permitía ‘misas’ oficiadas por mujeres en hábito litúrgico. Ha pedido relaciones diplomáticas a China dispuesto a concesiones con tal de abrir un ‘mercado’ religioso tan vital para la suerte global. Ha cambiado varias liturgias; ha reiterado a los curas que hay que ser mejores; su primer documento ha sido de carácter administrativo, el reglamento de San Giovanni Laterano, la segunda iglesia de la cristiandad tras San Pedro. Y ha bajado a la calle empuñando el Santísimo, marchando en procesión por las calles de Roma, cosa que no suelen precisamente hacer los papas en los últimos siglos.

Y sobre todo, ha mandado 35.000 neocatecúmenos a evangelizar Europa este verano y ha declarado una ofensiva general contra el laicismo que amenaza con borrar el catolicismo del horizonte europeo, ofensiva en la que ha tomado Italia como segura base de operaciones y en la que España se perfila como terreno preferente de combate, la batalla de las batallas por el alma del continente.

Este libro nace del deseo de conocer y aportar elementos de juicio sobre la personalidad del nuevo Papa. Se inicia con un recorrido detallado de las primeras semanas de su pontificado; continúa relatando como en las más altas instancias vaticanas y con el conocimiento de su antecesor se lanzó y forjó su candidatura al iniciarse el tercer milenio; cómo ésta fue consolidándose mientras la salud del papa Wojtyla se deterioraba irremediablemente, en una carrera contra reloj en la que lo viejo se consumía y lo nuevo surgía de su savia en la pura continuidad de la existencia. Y sigue con la biografía de Joseph Ratzinger, una biografía que pensamos debe conocerse de delante atrás, del hoy al ayer del personaje, desde su cargo de prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe durante los últimos 23 años al nacimiento una fría primavera de 1927 de un niño casi predestinado, pasando por el arzobispado de Munich, las sucesivas cátedras universitarias, el impacto de mayo del 68, el protagonismo en el Concilio Vaticano II, la forja de un teólogo, la experiencia parroquial de un joven sacerdote, y unos primeros años que hacían presagiar que alguien importante para el catolicismo había nacido en Centroeuropa.

Es así como se comprende a este gran personaje, frente al que un biógrafo no puede por menos que acobardarse, aún cuando se trate de un trabajo modesto de aproximación como éste. Benedicto XVI estaba ya en los genes de Joseph Ratzinger, destinado a ser el 265º Pontífice con una misión: hacer frente a los desafíos históricos que amenazan la misma existencia de la iglesia católica.

Joseph Aloysius Ratzinger es el Papa de más edad desde 1730, y es el primer teólogo que sube al trono de Pedro en un siglo, un caso excepcional de pontífice ideólogo.

Sostén y amigo de su antecesor, no se sabe quién de los dos influyó más en el otro. Pero cuando, cumplidos los objetivos del año 2.000, tuvieron que plantearse la inminencia de la sucesión en el papado, debieron comprender que la única manera de asegurar su proyecto histórico, era la continuidad por encima de todo, que el guardián de la fe subiera al trono de Pedro.

En los últimos años de Juan Pablo II, en sus últimos meses de enfermedad y en los días de su agonía, la candidatura del cardenal Ratzinger se afirmó por encima de todas. Y entre el 2 y el 18 de abril de 2005, -el período de interregno-, se ataron todos los cabos para un cónclave triunfal, uno de los más fáciles de la historia.

Este Papa, forjado de una pieza y con modales exquisitos, es una apuesta arriesgada que tiene en contra una parte de su iglesia y muy poderosas fuerzas sociales. Es un católico a machaca martillo, de una tierra muy católica que alumbró también el Partido Nacional Socialista de Adolf Hitler.

Ve la teología como el estudio de la Biblia dentro de la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo, y para él hay solamente dos clases de teólogos, los que quieren reforzar la iglesia y los que quieren destruirla. Benedicto XVI se ha pasado toda la vida estudiando teología para llegar al punto de donde partía: el secreto está en tener fe, fe en Cristo, todo lo demás es accesorio. Pero con ello no hace sino nombrar el problema de muchos católicos hoy día. Más difícil va a ser que retornen a la iglesia y acepten su autoridad.

“Lo más importante para mí es y ha sido siempre no apartarme de la dirección que quedó grabada en mi vida desde la niñez, y permanecer en ella siendo fiel”, ha dicho resumiendo su vida. Esa dirección pasa por enfrentarse a varios siglos de desarrollo intelectual occidental en pos de la subjetividad y el relativismo.

En las primeras semanas de su papado, ha actuado con total cautela. Como en toda su vida, pocos actos y muchas palabras, una media de mil diarias con las que ha insistido en pedir autenticidad a los suyos. Ha sido una presencia discreta tras la que llega un verano de reflexión y quién sabe si un otoño de grandes decisiones en torno a sus proyectos: reforma administrativa; alianza con otros cristianos frente al materialismo; una iglesia militante, con obispos, sacerdotes y fieles más comprometidos.

‘Fumata blanca. La elección de Benedicto XVI y la turbulenta historia de los cónclaves de la iglesia católica’

¿Por qué este Papa, por qué correr el riesgo de elegir al más controvertido de los cardenales? En los últimos meses de la vida de su antecesor, en el calvario hospitalario final de Juan Pablo II y en las horas previas a su muerte, están las claves del por qué Su Eminencia Joseph Ratzinger se convirtió en el 265 pontífice de la historia. Los autores han vivido en directo y analizado en profundidad las intensas dos semanas de intrigas y acuerdos previas a la elección de Benedicto XVI, el emerger imparable de su figura sobre el colegio cardenalicio, y las circunstancias excepcionales de uno de los cónclaves más cortos e intensos de la historia.

Para comprender a fondo lo sucedido en este período de ‘sede vacante’ que acabamos de vivir, hay que enmarcarlo en la historia milenaria de esta institución única. Además de la crónica detallada de unas semanas apasionantes, los autores nos presentan la asombrosa historia de los cónclaves, las reuniones secretas y tantas veces turbulentas en las que la iglesia católica ha elegido a su pontífice en dos mil años de historia.

La elección, el 19 de abril de 2005, del cardenal alemán Joseph Ratzinger como 265º Pontífice de la Iglesia católica ha sido uno de los mayores acontecimientos mediáticos de la última década. Desde el fallecimiento de Juan Pablo II, el 2 de abril hasta la entronización, el 24 de abril, del nuevo papa Benedicto XVI, Roma ha acaparado la atención del mundo. Este libro cuenta el desarrollo de estas cuatro semanas que pasarán a la historia, intentando desentrañar los enigmas que encierra la elección de Benedicto XVI.

El pasado del nuevo Pontífice, su encuentro con Wojtyla, y la estrecha relación que se establece entre ambos durante 23 de los 26 años de reinado del Papa polaco, son parte de esta historia que culmina la tarde del 19 de abril cuando una sutil humareda grisácea que se va tornando inequívocamente blanca, anuncia finalmente al mundo que el trono de Pedro tiene ya un nuevo ocupante.

Durante dos semanas, los 115 cardenales menores de 80 años que tienen encomendada la misión de elegir al sucesor, buscan antes de que se inicie el cónclave, en conciliábulos y encuentros oficiales y reservados, al candidato más idóneo. La etapa de sede vacante, que ha durado 16 días, se ha desarrollado entre dos mundos, el litúrgico, de fabuloso esplendor, incluso estético, y el mundano, sometido a los intereses también humanos de los cardenales electores.

Ambos mundos confluyen en el cónclave, el particular sistema con el que la Iglesia católica elige a sus pontífices, al menos desde el siglo XIII, que se mantiene desde entonces con casi total exactitud. El desarrollo de este particular cónclave que ha elegido a Benedicto XVI, el primer Papa del Tercer Milenio, no podría entenderse sin aprovechar la ocasión para recorrer la turbulenta historia de los cónclaves de la iglesia católica.

El libro cuenta con detalle las últimas semanas de vida de Juan Pablo II y los movimientos que se dieron en el Vaticano en esos días. El cardenal Joseph Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, formaba parte del reducido grupo con acceso privilegiado al pontífice en los últimos tiempos de su vida, la llamada “banda de los cuatro” (el secretario personal Stanislaw Dziwisz, el secretario de Estado Angelo Sodano, y el también prefecto, cardenal Giovanni Battista Re eran los otros tres miembros). Los días del precónclave fueron de gran actividad, por debajo de todas las liturgias oficiales y la repentina oleada de peticiones de santificación para el Papa muerto. Mientras arrecia la campaña en ese sentido (campaña dudosamente espontánea), no faltan las críticas hacia un Papa que “llenó los estadios pero no evitó que se vaciaran las iglesias”. Los contactos y maniobras rebasaron, por supuesto, el ámbito estrictamente religioso. Se sabe que Bush, presente en Roma en los funerales del Papa, se reunió con los cardenales estadounidenses, haciéndoles saber el nulo interés de su gobierno por que hubiera un Papa latinoamericano, posibilidad que no ha dejado de plantearse en los últimos años.

Una opinión mayoritaria, expresada de diversos modos, es que se necesita un Papa menos viajero y más preocupado de los asuntos internos; más trabajo discreto y menos actos de masas. Se busca una síntesis de ejecutivo capaz y pastor espiritual. El enérgico y tradicionalista Ratzinger parece cumplir los dos requisitos. Pero los primeros pasos van no tanto en el sentido de encontrar al candidato ideal, sino en el de descartar a los otros, de ahí las filtraciones interesadas a los medios sobre presuntos problemas en la salud de los candidatos, con la evidente intención de perjudicarlos en la carrera sucesoria.

Entre los bandos que se van a disputar la elección no falta ni siquiera ese escuadrón volante que pacta con unos o con otros en aras de mantener su propio poder. En definitiva, “la elección de un pontífice no es ese proceso beatífico que a menudo se quiere presentar confundiendo el deseo con la realidad, es algo muy humano hecho por seres humanos: se habla de personas a las que se defiende y a las que se ataca”.

En los asuntos vaticanos, hay a menudo que leer entre líneas. No se conocen algunos detalles de los movimientos de Ratzinger en los días previos al cónclave, pero hay testimonios que lo muestran afónico, casi sin voz. Sus contactos y charlas habían sido múltiples. Ratzinger llega al cónclave con los mayores apoyos, pero también con la mayor oposición. Aunque se ha hablado de unanimidad, en su veloz e irresistible victoria no participó una minoría crítica, -entre dos y tres decenas-, de los participantes en el cónclave.

La segunda parte del libro de Lola Galán y José Catalán Deus es el complemento necesario de la primera, una mirada retrospectiva para entender qué han sido históricamente esas reuniones en las que se nombraba al nuevo Papa.

La Iglesia católica ha celebrado durante su larga historia unas trescientas elecciones para elegir a su máximo pontífice, al Papa. De ellas, 264 están consideradas legítimas y han pasado a la historia oficial, mientras que 37 han perdido todo valor jurídico y son consideradas ilegales por haber dado lugar a la elección de papas espurios y no reconocidos por diversas razones, los llamados «antipapas».

Aproximadamente doscientos procesos electivos tuvieron lugar antes de que comenzara a usarse la fórmula del cónclave, la reunión de los electores protegida por el secreto y la clausura que todavía hoy se sigue usando. Los historiadores disienten a la hora de considerar cuál fue la primera elección papal a la que puede denominarse con propiedad «cónclave».

Al menos se barajan cinco fechas —a lo largo de más de 160 años, entre los siglos XII y XIII— que los historiadores señalan como origen de los cónclaves. Si optáramos por la fecha de 1198 —la que registra suscita mayor más consenso—, con la elección de Inocencio III, habrían sido 174 las elecciones anteriores a las que no se puede aplicar la definición de cónclave y, desde entonces, podrían contarse 89 cónclaves propiamente dichos .

Así pues, 89 cónclaves oficiales en ocho siglos: diecisiete en el siglo XIII, una decena en el XIV, once en el XV, otros diecisiete en el XVI, once en el XVII, ocho en el XVIII, seis en el XIX y, finalmente, ocho en el siglo XX.
Para llegar a la fórmula actual de cónclave, el cristianismo ha recorrido antes más de un milenio, a lo largo del cual los procedimientos de elección sufrirán un sinfín de eventualidades y tormentosas influencias: a decir verdad, resulta casi asombrosa la supervivencia de la institución.

Para empezar, es imposible establecer fehacientemente los orígenes del Papado. Ni siquiera existe prueba irrefutable de que Pedro llegara a Roma, y mucho menos de que fuera el primer obispo de la comunidad cristiana de la ciudad. Tampoco parece verídica la lista de sus primeros sucesores.

Hay pocos datos que permitan aceptar sin sombra de sospecha la lista oficial de los primeros doce papas. E incluso es discutible que los sucesores oficiales posteriores, durante varios siglos, fueran algo más que uno entre varios dirigentes coetáneos de las distintas comunidades cristianas romanas. Más bien, parece que, tras la muere de Pedro y durante un siglo, nadie ocupó el cargo de obispo de Roma. Las persecuciones mantienen a los cristianos con estructuras mínimas, de simple supervivencia. Para el siglo III, la situación jerárquica comienza a estabilizarse.

El libro recorre una historia portentosa, compuesta de hechos increíbles y revelaciones inesperadas, para finalizar en los cónclaves del siglo XX, cuyo desarrollo se narra detalladamente.

En las trescientas elecciones papales de la historia son pocas decenas las que se desarrollaron de forma previsible y alcanzaron el resultado previsto.

¿Necesita democratizarse el cónclave, ampliarse, elegirse de forma representativa, o ello perjudicaría su esencia y su tarea, que no es la de elegir administradores de la cosa pública sino al representante de Dios en la Tierra, al vicario de Cristo?

Si hay algo que llama la atención del breve cónclave de abril de 2005 es que se desarrollara en el más absoluto secreto en medio de la más gigantesca parafernalia mediática que han visto los tiempos: seis mil periodistas se enfrentaron sin apenas datos a la ardua tarea de construir hipótesis con un mínimo de coherencia sobre quien podía ser el elegido y por qué motivo. Lo cierto es que ni los más sesudos vaticanistas, los que llevan dos o tres décadas desentrañando la información que produce la Santa Sede, siempre codificada y oscura, acertaron a explicar que era lo que estaba ocurriendo entre los muros vaticanos. Todas las leyendas (a un pontífice conservador le sucede uno reformista), los viejos latiguillos (“el que entra papa sale cardenal”) y hasta los supuestos problemas de nacionalidad (los cardenales de los países ricos no tienen nada que hacer) saltaron por los aires el martes 19 de abril con la elección del cardenal alemán Joseph Ratzinger.

Es verdad que los pocos bien informados de verdad citaron siempre al prefecto del antiguo Santo Oficio entre los papables. A él y al aristocrático cardenal turinés Carlo María Martini. Pero es un hecho que lo hicieron contando siempre con que ninguno de los dos tenía verdaderas ganas -y mucho menos posibilidades- y se limitaban a ser los mascarones de proa de dos opciones opuestas, cada una con un joven (relativamente) candidato.

Se equivocaron. Como nos equivocamos, dicen los autores en el epílogo del libro, los que pensamos que rozaba lo impúdico la hipótesis de que un hombre de la integridad moral de Ratzinger fuera capaz de utilizar la extraordinaria baza de su cargo de decano para dominar el precónclave y hacerse finalmente con los votos de una abrumadora mayoría de electores (se dijo que recibió en torno a 95 votos de los 115 disponibles). El error debió de estar en la incapacidad de los periodistas para comprender los mecanismos de una elección en la que el objetivo supremo, -mantener a flote la Iglesia en medio de uno de los peores temporales de su historia bimilenaria-, acabó por arrasar con todo, orgullo, vanidades, intereses partidistas, e incluso comprensibles deseos de una vida de cardenal jubilado. La Iglesia demostró además en el cónclave de abril de 2005 que es capaz de mantener intactas las reglas de total hermetismo que han hecho del cónclave la elección más secreta a través de los siglos.

‘El Próximo Papa. Quién será el sucesor, cómo y por qué será elegido’

El pasado agosto, el Papa Juan Pablo II al visitar Lourdes en su 104º viaje oficial, anunció con su proverbial voz temblorosa de los últimos años: ‘Completo aquí mi peregrinaje’. Era su adiós a Lourdes, pero quizá también una despedida de esta existencia, quizá está diciéndonos adiós viendo ya muy próximo el final de sus días.

«Morto un Papa, se ne fa un altro». Muerto un Papa, se hace otro: así de crudo es el tradicional refrán romano. 122 cardenales con los 80 años aún no cumplidos se reunirán en cónclave para elegir el sucesor de Juan Pablo II entre 15 y 20 días después de su muerte. El elegido necesitará 82 votos, dos tercios del total. Por primera vez en seis siglos, si tras treinta votaciones no hubiera vencedor, se podrá adoptar el sistema de mayoría simple, y entonces serán solamente 62 los votos necesarios.

‘El próximo Papa’, es un libro de máxima actualidad que consigue adelantarse a los acontecimientos, no con predicciones caprichosas o interesadas sino en base a una impresionante documentación y conocimiento de lo que ocurre dentro de los muros del Vaticano. El libro presenta la situación actual de la Iglesia Católica al final del papado de Juan Pablo II, los problemas y tareas pendientes que condicionan el perfil de su sucesor, y los hombres que en principio parecen más caracterizados para ocupar su puesto, así como la forma en que será elegido y lo que va ocurrir en el período de interregno entre que la noticia estalle como un relámpago en todo el planeta hasta que el elegido como nuevo pontífice pronuncie su primer discurso programático.

La cúpula de la Santa Sede confía en que “Dios, al imponerle esta carga, lo sostendrá con su mano para que pueda llevarla; al conferirle un encargo tan gravoso, le dará también la ayuda para desempeñarlo y, al darle la dignidad, le concederá la fuerza para que no desfallezca bajo el peso del ministerio”. Pero para el resto de nosotros, las cosas están menos claras, y bueno será conocer entre quienes se va a optar, en base a qué necesidades y con idea de alcanzar cuáles objetivos.

El libro se inicia repasando el estado de salud actual del Pontífice de la Iglesia Romana, sus últimas actividades, sus próximos proyectos, para pasar rápidamente a una primera aproximación a las grandes preguntas: ¿quién será el sucesor, cómo será elegido? El hecho de que por vez primera en seis siglos pueda decidirse por mayoría simple tras no conseguirlo con los dos tercios de rigor, introduce una variable impredecible en las quinielas de los vaticanistas.

Se necesita prestar atención a los ‘pope-makers’ o ‘grandes electores’, aquellos que influyen en el ánimo del resto de los electores, y será clave conocer cuál será el equipo colaborador que forme el elegido.

La ‘rosa de los papables’ -como se conoce tradicionalmente el conjunto de posibles sucesores del papado en un momento dado- estaría formada en estos momentos por trece opciones, trece importantes personajes que podrían desempeñar notablemente el puesto de pontífice. En una ‘segunda división’ les siguen otros 25 cuya opción es menos probable pero no por eso imposible.

El libro pasa revista a las grandes polémicas internas de la Iglesia en la última década, desde las especulaciones sobre una posible dimisión de Wojtyla, a las peticiones de convocar un Concilio Vaticano III, pasando por la hipótesis de crear nuevos foros suprarregionales, el enfado de los cardenales octogenarios por marginarlos del cónclave, y las últimas opciones diplomáticas de la Santa Sede, especialmente de cara a las elecciones presidenciales de noviembre en EEUU y una posible reelección de George W. Bush. Es la crónica del fin de un largo reinado.

El Capítulo II pasa revisa a las muchas tareas pendientes que va a encontrarse el sucesor, desde la participación en los asuntos globales, a una serie de contradicciones en las que habrá que tomar partido: ¿Diálogo interreligioso o espíritu misionero? ¿Nuevos movimientos de base o viejas órdenes religiosas? ¿Conservar o innovar?. Aunque el verdadero desafío está en la reforma del mismo Papado y del método de elección de su titular.

¿El sucesor iniciará inmediatamente la causa de beatificación del Papa actual o la pospondrá prudentemente? Esa será sin duda una de las primeras señales del talante del nuevo pontífice.

En el capítulo III, se abordan las razones que pesarán en la elección, la ley del péndulo que rige en los cónclaves, y el asunto central del reparto del poder . Otros temas ‘calientes’ son colegialidad interna, actitud hacia la globalización, y los desafíos de la bioética y la sexualidad. La Iglesia Católica va a intentar superar su actual pérdida de credibilidad por medio de la elección del Papa adecuado a los tiempos que corren.

Para qué sirve un cardenal es el tema del capítulo IV. Qué es lo que hacen estos 189 mandatarios eclesiásticos, entre los que hay nueve jesuitas y siete franciscanos, cuáles son las principales tendencias en el colegio cardenalicio, quiénes formas el partido tradicionalista, quiénes son los cardenales comprometidos y como piensa el ala reformista, para finalmente analizar la existencia incipiente de un potente bloque eclesial iberoamericano que podría fraguar en este relevo.

Entre los 122 electores -los cardenales menores de 80 años que participan en el cónclave- ocurren cosas que no se ven desde afuera, relata el capítulo V; tras el desplome del predominio italiano, ¿se enfrentarán franceses y estadounidenses, curiales contra pastores, ‘papistas’ y ‘sinodales’, representantes de órdenes religiosas y partidarios de movimientos ‘identitarios’? ¿Habrá un eje franco alemán, ganarán las tendencias multipolares? Todo ello en un contexto en el que parece que ‘paleoprogresistas’ se están batiendo en retirada mientras los ‘neoconservadores’ suman bazas.

El capítulo VI se titula ‘Antes de que echen la llave’ y expone el estado actual de la partida: por qué sería bueno un Papa negro, mulato o mestizo, cuáles son los cuatro ases de la baraja, o hasta qué punto condicionará la elección la fuerte rivalidad entre la Compañía de Jesús y el Opus Dei, entre otros importantes asuntos tácticos y estratégicos.

Y llega pues el momento de conocer al Sucesor y a la docena de sus camaradas que disputarán la recta final. Esa vez puede salir un Papa africano o un personaje del realismo mágico; puede ser un cardenal del Opus Dei o un nativo de la India, un hombre ‘estilo Lula’ o el primer jesuita de la historia, un ‘insider’ que conozca todos los intríngulis, un monseñor gallego, un tribuno filipino, un aristócrata austriaco, un Papa de los de antes o uno nunca visto anteriormente. La iglesia católica dispone de todas las opciones y por si fueran pocas aún tiene una segunda promoción de 25 candidatos que podrían dar la sorpresa. El lector dispondrá para establecer sus preferencias con conocimiento de causa, de las biografías más completas y contrastadas publicadas hasta ahora de los purpurados colocados en la parrilla de salida

El capítulo IX repasa cómo Juan Pablo II ha dejado su sucesión atada y bien atada, con una Capilla Sixtina restaurada, unas reglas de juego precisas –la Constitución ‘Universi domini gregis’-, unos electores elegidos personalmente, una precampaña electoral ya iniciada, y otras cosas bien dispuestas entre las que no es lo menos importante unas finanzas saneadas.

En el capítulo X se cuenta cómo se desarrollarán previsiblemente los acontecimientos: las personas que rodearán el lecho de muerte, la rotura del anillo ‘pescatorio’, el cese automático de altos cargos, las reuniones diarias, la exposición pública del difunto, el funeral en la plaza de San Pedro, los ‘Novemdiales’, esos nueve días de funerales continuados en los que 3 ó 4 cardenales tejerán la trama del cónclave en reuniones de sacristía y cenas discretas, rodeadas de la expectación general y de las presiones de los diversos grupos de intereses, hasta llegar al inicio mismo del Cónclave, cuando sea pronunciada solemnemente la frase ‘Extra omnes’, se distribuyan las papeletas diseñadas por Pablo VI y todos esperemos las dos fumatas diarias hasta llegar al ‘Anuntio vobis, habemos papam’. .

Tras un epílogo titulado ‘Un vaticano para el tercer milenio’, el libro incluye una documentación fundamental nunca antes al alcance de la mano para poder seguir los acontecimientos, desde la lista completa de todos los participantes en el cónclave al reglamento del mismo, así como el escenario completo que forman la Curia y el Colegio Cardenalicio, sin olvidar el círculo íntimo de poder, -de Navarro Valls a Ratzinger-, y los recodos vaticanos menos conocidos, como la Casa Pontificia.

Entre otras afirmaciones del libro, podemos destacar a modo de ejemplo las siguientes:

«En Roma reina el ‘periodo de los secretarios’, una provisionalidad generalizada en espera del relevo. Este verano ha habido no pocos contubernios para analizar la situación. Las posibilidades que se barajan, de menos a más audaces, son: reanudar las reuniones interdicasteriales (interministeriales) instituidas por Pablo VI para reforzar la coordinación, descuidadas en los últimos tiempos; convencer al Papa de que nombre un nuevo Secretario de Estado, aceptando la jubilación de Angelo Sodano; y en tercer lugar, crear una comisión especial que controle la Curia».

«Muchos creen que el Papado se encuentra en el ojo del huracán de una nueva y devastadora crisis de identidad. Para empezar, es la misma figura del Papa y sus funciones lo que estaría pendiente de revisión».

«Los católicos progresistas juzgan el sistema de elección en cónclave como propio de una concepción gerontocrática de cooptación, incomprensible en el marco de la cultura actual».

«Wojtyla no sólo ha designado a todos los cardenales que elegirán a su sucesor, sino que ha establecido hasta el último detalle todo el procedimiento con que lo harán. Nunca un cónclave ha estado tan ‘atado y bien atado’. Y además, aunque pueda parecer anecdótico, hasta ha habilitado el lugar donde vivirán los electores, y restaurado el excepcional espacio donde votarán. Ni un detalle ha escapado al Papa polaco. Los que dicen que es un visionario sin sentido práctico, deberían pensárselo dos veces».

«La ley no escrita es que los cardenales promovidos por un Papa eligen un sucesor muy diferente. Si esto se cumple con Woytila, su sucesor será liberal, anciano, italiano o latino, y discreto; los cardenales entran en los cónclaves pensando en corregir los defectos del difunto, sus excesos, su forma de hacer. Y en ese sentido tienen muy presentes qué virtudes y cualidades han faltado en el último papado para que la carencia no se repita en el siguiente».

«La mejor forma de hacer compatible la autoridad suprema e indiscutible del Papa con la necesidad de disponer de un gobierno colectivo competente para la Iglesia Católica, será sin duda el asunto central al que tendrá que dar respuesta el nuevo Papa».

«Cardenales latinoamericanos y españoles nunca han actuado en armonía, quizá lo contrario sea más exacto. La lengua no ha sido vínculo; el ‘charco’, abismo. Pero las cosas pueden estar cambiando. En estos momentos hay 21 obispos que se apellidan López y cuatro más que tienen Lopes de primer apellido; además, 19 se llaman González, y otros 19 tienen por apellido García».

«Una hipótesis final. Habrá dos candidatos que representen las dos posibles maneras de encarar los desafíos: las etiquetas con que serán designados, variarán según los gustos pero, digamos, que sean un neoconservador contra un ‘progresista de talante’. Ninguno podrá conseguir los dos tercios de los votos, y llegar hasta la fase de mayoría simple parecerá arriesgado. Entonces, aparecerá un candidato de compromiso, atemperado por su mucha edad y experiencia, con alguna cualidad personal que le haga adecuado y novedoso. Y será el sucesor. En todo caso, el viejo adagio dice que a la Iglesia le encanta escuchar profecías pero no seguirlas».

«El proceso entero de sucesión en el trono de San Pedro dura aproximadamente un mes desde el fallecimiento del Papa. Hay un dicho romano que dice que el Papa nunca está enfermo hasta que ha muerto, lo que hace referencia al secretismo tradicional del Vaticano sobre el estado de salud del pontífice».

«Si el futuro Papa eligiera el nombre de Juan Pablo III, puede ser señal de continuidad con Woytila: disciplina interna, justicia social para el mundo y evangelización activa. Si se llamara Pío XIII, podrá pensarse que se sitúa a la derecha de Juan Pablo II, y más bien en la línea conservadora de los anteriores Píos. Si eligiera Juan XXIV, podría entenderse que vuelve a la senda del Concilio Vaticano II… Si fuera elegido por vez primera un Papa del tercer mundo, a lo mejor adoptaba un nuevo nombre, quién sabe, Américo o Globalio.

«En el Vaticano se piensa que el Papa puede vivir aún años con sus dolencias actuales y en bastante buenas condiciones mentales. Que el mayor riesgo que corre, es el de una caída o el de atragantarse comiendo. Hemos hablado largo y tendido sobre la sucesión del Papa, sobre lo que va a ocurrir con seguridad y lo puede ocurrir probablemente en el momento en que su vida se apague. Terminemos augurando de corazón que tal momento aún se retrase al máximo. Y que cuando llegue, el cónclave –por su bien y el de todos nosotros- escoja bien al sucesor».

ALGUNAS DECLARACIONES DESTACADAS CONTENIDAS EN ‘EL PRÓXIMO PAPA’
-«Con Wojtyla ha cambiado todo, se ha pasado un Rubicón. Creo que cada vez contará más la persona en sí, como ocurrió con él. Quién sabe, podría muy bien emerger del cónclave un latinoamericano, un africano… Es un salto cualitativo desde el punto de vista geopolítico»: cardenal Achille Silvestrini.
-“Yo no diría que el Espíritu Santo elige al Papa, porque abundan los ejemplos de Papas que el Espíritu Santo no habría elegido. Yo diría que Él no controla totalmente el proceso, no dicta el candidato al que hay que votar. Probablemente la sola seguridad que ofrece es velar porque las cosas no se arruinen del todo”: cardenal Joseph Ratzinger.
-«Lo que pienso que necesitamos es un Juan Pablo III»: cardenal Pham Minh Man, arzobispo de Ho Chi Minh City.
-«El Vaticano II y Pablo VI cuando instituyeron el Sínodo de los Obispos tenían en mente una especie de consejo permanente de regencia de la Iglesia junto al Papa, esta intuición se ha desarrollado sólo en parte»: cardenal Carlo Maria Martini.
-«Eso dicen algunas personas. La misión de ser Obispo de Roma, de ser el sucesor de San Pedro… Nadie debe pensar que yo pueda ser apto para ello. Es mejor no hablar de ello»: cardenal Antonio María Rouco Varela.
-“El Papa tiene un magnífico buen humor, algo que no se ve. Es un hombre enormemente positivo, le gusta escuchar y cuando hace preguntas quiere conocer la opinión del que interroga. Creo que es uno de los hombres mejor informados del mundo, prácticamente todos los días a la hora de la comida y a la hora de la cena tiene invitados, el volumen de información de primera mano que maneja es enorme. Que hablen de él, o de sus condiciones físicas, no le molesta»: Joaquín Navarro Valls, portavoz del Papa, director de la Oficina de Información de la Santa Sede.
-«Durante el Año Santo pasaron por Roma unos 26 millones de católicos que se han confesado y han comulgado. Sólo a través de esas confesiones, la Iglesia ha ido acumulando muchísimo conocimiento de esta realidad social, de los problemas que afectan a la humanidad”: una persona muy cercana al Papa que posee el máximo conocimiento de la situación actual de la Iglesia y de sus interioridades.

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