Entre los entrevistados no hay ningún loco, dice el autor a Fernando Palmero de El Mundo, tampoco psicópatas, ni siquiera perfiles agresivos, solo una selección anónima de los que decidieron luchar a muerte y los que decidieron justificar-entender esta lucha cruenta: tres etarras (periodista, ex sacerdote y profesor en la UPV), una hija de etarras, un hijo de etarra, un antiguo dirigente de Batasuna, dos directores de escuelas en vasco, una alcaldesa, una concejala, dos bersolaris, un escritor, una actriz, un párroco.
‘Ya conocemos la historia de las víctimas y podemos conocer la historia del terrorismo, pero aún nos queda poder entender, a partir de sus propias palabras, por qué ciertas personas hicieron lo que hicieron y cómo lo ven ahora, pasados los años, declaraba Arteta en esa entrevista reciente (verla íntegra). El conjunto mostraría en su opinión «la compleja naturaleza del monstruo». Todos forman parte de los perpetradores, que no «fueron sólo los que empuñaron las pistolas. También están sus informadores, los que les ayudaban llevando el coche, o el que transportaba los explosivos y les guardaba las pistolas, el que les alojaba en una casa en Francia o en Portugal… Ese mundo parece que no ha existido, nos lo quieren ocultar».
«Cuando hicimos la película nos dimos cuenta de que lo de menos es el nombre de cada uno, porque no se trata de personajes especiales con un discurso propio y particular, sino que existe una cultura común en torno a unos argumentos complacientes con el terrorismo en los que se repiten algunos clichés, que si Franco, las torturas y la represión, que si los derechos del pueblo vasco y la prohibición del euskera, la inevitabilidad de la acción armada…». Lo que no hay son terroristas arrepentidos. «A mí me parecía que era necesario que estuvieran, pero hablamos con algunos y no quisieron participar. Por una parte es lógico. El tiempo juega a su favor y tienen una vida fácil en la que se les abren todas las puertas. Aun así, lo que está claro es que todos llevan en la conciencia lo que han hecho, pueden adormecerla pero saben dónde estuvieron y qué hicieron».
Arteta habla también de una «omertá oportunista». El silencio «les favorece», afirma. «No sienten el compromiso de justificar en público o abiertamente por qué hicieron lo que hicieron y cuál es su perspectiva desde el punto de vista de hoy. Y no sólo los que participaron en asesinatos, también la gente de EH Bildu, cuyos dirigentes dan muy pocas entrevistas, salvo Otegui o Josu Ternera a Évole, en la que parecía una monjita de la caridad. El resto no habla porque no quiere fastidiar el proceso de blanqueamiento que el paso del tiempo les está facilitando, algo a lo que contribuyen también las facilidades que se les están dando a los presos para salir de las cárceles y el silencio de las sociedades vasca y española, que piensan que no hay que insistir, que ya se ha hablado demasiado del asunto y dan a Bildu el marchamo del partido sin pasado, un partido como otro cualquiera, con unas aspiraciones independentistas como hay otros. Y ese silencio es en el que se vive ahora, no tanto por miedo, sino por no molestar».
Las urnas hablan, sin embargo. Y lo cierto es que más del 70% del voto en las últimas elecciones autonómicas fue a parar al PNV y a EH Bildu, dos opciones nacionalistas y separatistas en distinto grado. «En el caso de los jóvenes, quizá sea por ignorancia o también porque la transmisión familiar, para mí determinante, es muy insistente en el ‘España, no’, en el ‘los vascos somos diferentes’. en el ‘si hubo que matar, estaba justificado’. Pero en el caso de los adultos son plenamente conscientes de lo que hacen cuando votan al PNV. Porque igual que ETA, ellos eran nacionalistas vascos y ambos vienen de Sabino Arana. También los que miraron para otro lado y toleraron conscientemente la actividad violenta y quienes callaron voluntariamente ante el terrorismo. Es difícil saber por qué la gente vota lo que vota, pero esos resultados dan la medida de una sociología extraña y de alguna manera enferma de ideología fanática’. Por eso le pareció necesario ‘establecer la vinculación entre nacionalismo y terrorismo’. De ahí que el resultado del libro sea la descripción de un perpetrador colectivo que tiene como elemento común el nacionalismo, a pesar de estar formado por personas de muy diferente procedencia. E inevitablemente aparece como elemento recurrente la cuestión del perdón. «La Iglesia no ha reconocido con la profundidad que habría sido necesaria lo que hizo, reivindicando ciertas acciones de ETA a través de las homilías que se hacían en todas las parroquias de Vizcaya y Guipúzcoa. No sólo determinados curas, que hubo muchos, sino también la jerarquía, que vio cómo pasaban uno tras otro los muertos y se negaba a celebrar los funerales, porque a veces daban órdenes de no hacerlo. La Iglesia, pero también el PNV, dicen ahora estar con las víctimas y critican la violencia e incluso piden perdón por lo que hizo ETA, pero no por cómo se comportaron ellos en aquellos años de terror».
El autor le dirá a otro periodista (entrevista completa), este de La Razón, C. S. Macías, que el País Vasco es «un psiquiátrico muy grande»:
– ¿Qué hay bajo el silencio de la sociedad vasca?
– Bajo el silencio hay todo. De la existencia de los últimos sesenta años de historia del País Vasco todo ha estado atravesado por el terrorismo y, entre otras cosas, se ha creado una defensa social para evitar el señalamiento, para no ser perseguido o no tener problemas. El silencio fue la escapatoria de la sociedad vasca. La gente eligió estar callada, protegiéndose incluso de no protestar ante políticas nacionalistas que van imponiéndose como la lingüística. Ese silencio se ha mantenido, incluso, tras el fin del terrorismo, porque ha sido un fin sucio, sin una derrota expresa ni de su brazo político. Nos hemos acostumbrado, la mayoría, a estar callados. Ahora ya es impertinente hablar de los que salen de la cárcel.
– ¿Antes era miedo y ahora impertinencia?
– Una parte de la sociedad calló por miedo y la otra porque generaba problemas de exclusión social. Ahora, existe el miedo a importunar al mundo de los perpetradores, al brazo político y a los nacionalistas.
– «Bajo el silencio» se proyectó en el cine. ¿Cómo fue la selección de esas entrevistas? ¿Le costó mucho que accedieran?
– Estuvimos en producción de 2018 a 2020, por periodos. Hemos hablado con más de cien personas, buscando unos perfiles, gente común que había participado de alguna manera en el entramado de ETA. No son solo los que matan sino los que les apoyan de manera logística, los que les aplauden, los que les votan… Tuvimos bastantes negativas e, incluso, llegamos a interrumpir la producción. No está completo del todo…
– ¿Qué le habría faltado?
– Algún arrepentido. Hablamos con los que han sido públicamente reconocidos como arrepentidos, pero no quisieron, aunque les insistimos. Hacía falta esa versión. Cómo se arrepiente, cómo hace ese tránsito… Hablamos con los que parecía que eran reales y con alguno que sí lo era real, pero no fue posible. La vía nanclares favoreció que salieran algunos emblemáticos etarras que han salido en medios e incluso ahora están de tertulianos. Pero no quisieron, por distintas razones, supongo. Y es que en el pueblo todos saben quiénes son. Hay más de 300 casos sin resolver y de esos que salen, muchos tienen cosas pendientes y el silencio también es oportunista para esto. También, el hecho de que hablen les puede parecer «peligroso» para su proyecto de blanqueamiento.
– ¿Qué ha cambiado cuatro años después?
– No ha cambiado nada, sigue todo igual. Tienen más poder político y electoral Bildu, pues a seguir callados; porque esos algún día van a gobernar…
-Entrevista a un sacerdote del País Vasco y a un etarra que asesinó cuando estudiaba para cura. ¿Le sorprende que no hubiera arrepentimiento?
-Las entrevistas, si te distancias un poco, son como de ficción, cuesta creerlo. El cura tiene una narrativa, con una estructura increíble: el cura que mata, se sale, luego le parece bien que se mate… Creo que a la gente, más allá del País Vasco, le parece como mentira. Alguien me preguntó que cuándo se había grabado. Pensaban que era de hacía mucho tiempo.
– ¿Cómo vive la culpa un etarra? ¿Tiene conciencia?
– Yo puedo tener una idea de lo que alguien como un asesino puede tener en la cabeza, pero no soy ellos. Yo estoy convencido de que tienen conciencia de lo que han hecho, de dónde se metían y qué hacía la «empresa» en la que se metían. Tienen conciencia de que han eliminado a gente y han perseguido a un grupo social. Lo que más interesante me parecía era el conocer cómo, el día anterior o el de después de preparar una bomba minuciosamente y ver cómo explosiona, no miran para otro lado. Han visto cómo se muere una persona delante de ellos… Eso es imborrable en la conciencia de cualquiera. Lo más impactante es que son gente normal, que han estudiado, que no estuvieron marcados por nada en la infancia, que no vivieron en Gaza, sino en una sociedad, de una parte de España, privilegiada… Eso es lo intrigante, como los estudios hechos de la ciudadanía alemana durante el Holocausto. Por qué esa gente hizo lo que hizo y cómo, tras 25 años en la cárcel, que han tenido tiempo para pensar, cómo ven lo que hicieron. Ese es el misterio del libro. Hemos llegado hasta donde hemos podido. Hay una parte de franqueza y ocultamiento y eso se ve mejor en el libro, ya que en él hay mucha más información que en el documental.
– Los etarras insisten mucho en el relato…
– Lo del relato es una palabra que usan para jugar con ella, para decir que cada uno tiene uno. No vale para nada, es propaganda de blanqueamiento. Parece como si nadie hubiera hecho nada, siempre dicen que no estaban… La gente que participó y no está condenada, los que miraban por la ventana o decían, «¡ETA, mátalos!»; esos no existen, y tendrán otro relato. Por otra parte, el gobierno vasco está empeñado en consensuar el relato, y la memoria no se consensúa. Es una memez. El relato es una cosa y la verdad es otra, y la verdad está clara y está en la hemeroteca, en lo que hemos vivido, no solo en el número de asesinatos que ocupa una línea sino en la crueldad, los señalamientos, en quemar los coches, mandar cartitas pidiendo dinero y preocupar a las familias, secuestrar… La extensión de las formas criminales con las que han trabajado es amplísima. Ellos lo que quieren es dejarlo solo en el número y hacer ver que la mayoría eran solo guardias civiles y militares, como los soldados de la guerra; pero la mitad son civiles y la gran parte, vascos: mecánicos, el director financiero de un periódico, un peluquero, un estanquero… Mucha gente que no constituía ninguna amenaza real para su proyecto. Dicen que eran enemigos del pueblo y lo llaman «acciones». El camuflaje lingüístico es fundamental. Saben qué no decir o cómo decir las cosas. Maman de los dirigentes tradicionales de HB todo ese lenguaje que se inventan y lo transfieren a los de más abajo.
– ¿Cree que una parte de la sociedad vasca está enferma?
– Claro. Si a nada que tengas un poco de conciencia… Hay gente que no habla y no ha hecho nada más que votarles en algún momento o han pensado que no era tan terrible lo que hacían… Aquello es un psiquiátrico muy grande. Quitando a los chavales de 20 años, todos sabemos lo que ha pasado y lo que implica. Los jóvenes se van a trabajar, por ejemplo, a Madrid, porque algo no les gusta. A nada que tengas conciencia te das cuenta de este horror. Muchos lo hemos sentido de una manera intensa y nos ha parecido injusto y, a otros, no les ha parecido nada. La pelea contra lo que se ha vivido allí existe y desaparecerá cuando pase una generación o dos.
– ¿Por qué es importante que se lea este libro?
– Es un libro generalista, lo puede leer cualquiera que le interese un poquito lo que ha pasado en los tiempos de terrorismo para que vea, a día de hoy, cómo se sostiene todo el discurso que ha mantenido el terror. Hay gente que debería leerlo, pero allí todo el mundo sabe lo que hay. Aunque lo sepas, oírlo es aberrante. Es necesario conocer no solo que existen víctimas sino que estaban en un tablero en el que estaban estos -los etarras, los que lo justifican, los chivatos…-. Todos los que hablan aquí, todos han tenido que ver…
– ¿Qué entrevista es la que más le impactó?
– Las escuché todas en directo, porque iba con la cámara. Pero, cuando iba en el coche, pensé: «¡Tampoco han dicho gran cosa, eso lo dice cualquiera aquí!», porque lo hemos escuchado millones de vascos. No me impresionaba, pero leyéndolo y distanciándome un poco, vi que era bárbaro todo y, además, pensar que se emiten esos mensajes desde una sociedad civilizada, rica…
– ¿Hay riesgo de que se vuelva a repetir?
– No tengo una prospección del futuro, pero todo se puede repetir. Ahora hay poca probabilidad de que ETA resurja; hay más posibilidad de que sean lendacari o ministros, puesto que se han encontrado con un momento político que les favorece. Ni en el sueño más idílico se hubieran imaginado esto… Todos los que han facilitado el mantenimiento del terrorismo, todas las políticas que ha habido facilitándolo, todos tienen culpa’.
El autor ha sido citado veces en la Crónica de Medio Siglo (vea información sobre sus 28º episodios publicados hasta la fecha) como fuente fiable sobre la situación de Vascongadas en las últimas décadas, concretamente la última en el 27º episodio, recogiendo un testimonio de su documental ‘Trece entre mil’, de 2005.
En fin; en esta reseña hemos preferido, más que comentar el libro, permitir a su autor presentarlo y expresar sus opiniones. Las quince entrevistas que contiene están epilogadas por un diálogo impresionante entre la viuda de un guardia civil asesinado y un cura aberchale, y por unos versos improvisados de un bersolari que no dicen nada y por eso lo dicen todo.
Aproximación al libro (del 1 al 10)
Interés, 9
Contenido, 9
Edición, 8
Información complementaria, 8
Bajo el silencio. La sociedad vasca, espejismo de paz
Iñaki Arteta
Editorial Espasa, septiembre de 2024
336 páginas. 20,80 euros. Ebook: 9,49 euros.