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Emilia y el psicodrama
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Emilia y el psicodrama

Por José Catalán Deus
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jcdeustelefonicanet/6/6/17
miércoles 15 de enero de 2014, 01:00h

Había expectación y no era en vano, pues Claudio Tolcachir con tres obras propias se había colocado en primera fila entre nuestros autores/directores teatrales más reputados. Con Emilia ha perdido frescura pero ha ganado profundidad. Ya no se trata de ocurrencias colectivas sino de trabajo individual, ya no de una troupe de colegas sino de una producción ambiciosa con elencos y estrenos paralelos a ambos lados del charco. Una obra dura y densa que exige más que gratifica al espectador. Pero que mantiene las esencias de esta corriente sudamericana de drama psicológico urbano con personajes pintorescos y embrollos más mentales que sentimentales, que tanto ha aportado en los ltimos años.

Esta obra nace, como todas las otras, de mis mejores pesadillas. De mis miedos más íntimos. Y de las preguntas que me asaltan a cada paso. La necesidad de comprender un poco más esto que somos, esto que queremos ser. Desamparados como estamos en medio de la inmensidad, dice Tolcachir. Dice más cosas, pero los juicios de los autores sobre sus obras rara vez deben ser compartidos. Una anciana niñera encuentra por casualidad al niño frágil y difícil que cuidó hace muchos años, convertido en un adulto aparentemente realizado, con mujer e hijo adolescente, con casa nueva, con esa falsa seguridad con que nos escudamos todos en pblico. La imagen idílica es totalmente falsa y pronto aparece una realidad primero inquietante y luego decididamente desagradable. La niñera y el trío familiar parecen normales pero no lo son, tienen comportamientos extraños, con modales bruscos y salidas de tono que reflejan mentes desequilibradas. Algo raro pasa, algo malo va a ocurrir. Y efectivamente aparece el tercero en discordia, el antiguo amante de ella, el padre del adolescente, el hombre que los abandonó y quiere recuperarlos. El frágil equilibrio de conveniencia se derrumba, la ruptura estalla y el drama explota.

Son dos obras en una. La primera parte es un brillante resultado de esa obsesión psicologista, de esa inclinación indagadora, de esos afanes de psicoterapia, de ese laberinto mental por el que la sociedad argentina se ha convertido en la segunda patria de Freud, de sus aportaciones y también de sus dislates, campeona mundial del psicoanálisis, entusiasta del psicodrama y madre adoptiva del teatro psicológico de comienzos de siglo. En la segunda, sin embargo, se pliega en una convencional intriga criminal. Los dos elementos se unen en la figura de Walter, el mejor de los personajes. El más endeble es Caro, que ya nos ha contado el desenlace nada más empezar, que pasa de trastornada autista a cruel oportunista sin que se explique. La niñera y el chaval son de una pieza. El ex, Gabriel, no deja de parecer un recurso añadido.

Por tanto, hay que glosar por encima de todo el trabajo de Alfonso Lara en ese tan difícil Walter, sin olvidar a Gloria Muñoz como viejecita convencional y a David Castillo en un adolescente compulsivo y aterrorizado, un buen actor que sigue demostrándolo tras haberlo hecho ya en Naturaleza muerta en la cuneta y Mnchhausen. La escenografía imita a aquellas pobretonas de los orígenes de Timbre4 pero lo hace en uno de los mejores escenarios de la ciudad, desperdiciando espacio y posibilidades técnicas en una producción con demasiado ahorro. Todo descansa en los actores, en lo que dicen y sobre todo en cómo lo dicen, pero el director debiera haber desplegado más inventiva al servicio del autor. Y el autor, una vez dado el paso de hacer teatro serio, no debiera haber obligado al director a lidiar con un final en formato tan convencional: crimen y castigo.

A pesar de todo, autor y director hechos uno, permiten al pblico desplegar uno de los mayores atractivos del teatro, la discusión posterior sobre lo que se ha visto, sobre lo que cada uno ha entendido. Es la mayor aportación de la obra: terreno fecundo de debate, de introspección, de mirada alrededor. Bajo la apariencia normalizada, nuestra sociedad es un conjunto inestable de desequilibrados mecido en egoísmo e hipocresía, sustentado en conveniencia y olvido. Grabamos y borramos selectivamente. Andamos a tumbos. Es lo mismo ser Emilia o Walter, ser Carolina o Gabriel. Los pequeños Leo crecerán aprendiendo a disimular y olvidar, y parecerán normales. Pero la categoría de normal, de predecible, de equivalente por dentro y por fuera, está desapareciendo en las sociedades del bienestar aparente, de las crisis periódicas y del espectáculo absoluto.

Tolcachir destacó como actor en Un hombre que se ahoga de Daniel Veronese, y triunfó con su primera incursión como autor, La omisión de la familia Coleman. Luego se confirmó con El viento en un violín y Tercer cuerpo, la historia de un intento absurdo, y demostró también sus dotes de director con Todos eran mis hijos, de Arthur Miller. Permaneceremos expectantes ante su próxima obra. Ayer martes, la gran sala estaba llena a rebosar; se aplaudió con cierta reticencia porque al gran pblico no le gusta que le hagan pensar.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 8
Texto, 7
Dirección, 7
Escenografía, 5
Interpretación, 7
Producción, 5
Documentación para los medios, 6
Programa de mano, 5

Teatros del Canal
Sala Verde
Emilia
Autoría y dirección: Claudio Tolcachir
Del 9 de enero al 9 de febrero de 201

Elenco
Gloria Muñoz (Emilia)
Malena Alterio (Caro)
Alfonso Lara (Walter)
Daniel Grao (Gabriel)
David Castillo (Leo)

Escenografía y vestuario, Elisa Sanz
Iluminación, Juan Gómez Cornejo
Casting, Rosa Estévez
Traslación al castellano y ayudante de dirección, Mónica Zavala
Distribución, Producciones Teatrales Contemporáneas
Producción ejecutiva, Olvido Orovio
Directora de producción, Ana Jeli

Precios: 20-13 con descuentos.
Viernes 10 de enero. Encuentro con el director.
Jueves 16 de enero. Encuentro con los actores.
Las funciones de los días 25 y 26 de enero garantizan el servicio de subtitulado, la audiodescripción y bucle magnético para personas con dificultades sensoriales.

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