El Don Juan Tenorio de José Zorrilla es sin duda la pieza más representada del teatro español de todos los tiempos, hasta el punto de haber creado una tradición de reposición todos los otoños. El Don Juan de esta temporada no nos llega en noviembre sino con la cuesta de enero y todas las entradas están agotadas hasta el ltimo día. Buena noticia para Blanca Portillo en su carrera de directora, y para la Compañía Nacional de Teatro Clásico que apadrina y coproduce una versión mediocre, con ínfulas rompedoras y resultados pasables, que falla en el tono por exceso de vísceras.
Este domingo con el teatro a rebosar el pblico aguantó dos horas y media sin rechistar y sin intermedio, y al final no se movía de las butacas. El Tenorio sigue siendo inmensamente popular y aguanta lo que le echen, en este caso se trata de ambientarlo entre navajeros enronquecidos por la mala vida y sazonarlo con exhibiciones prolongadas de c, o como dice la real academia, parte externa del aparato genital de la hembra. Lo cierto es que este y otros sazonados, -como que Brígida masturbe al protagonista y este recite el no es verdad ángel de amor que en esta apartada orilla y etcétera, mientras se lava los sobacos en una palangana-, se ven como el que ve llover, y no aportan ni quitan nada salvo cierto generalizado tufillo populachero y chabacano que se ha convertido en imagen de marca de la mitad deplorable de la industria audiovisual española.
Este drama religioso-fantástico en dos partes publicado en 1844 por José Zorrilla ha sufrido a lo largo del tiempo la incompetencia y vesania de decenas de desgraciadas adaptaciones con ínfulas de enmendar la plana a una pieza magnífica del repertorio clásico, escrita con brillantez y corrección inalcanzable hoy día, con una estructura ajustada, un argumento viable, y un empuje romántico absolutamente actual, el que necesitamos hoy día para superar el prosaísmo cotidiano, el consumismo vulgar, el pensamiento pedestre y la medianía oportunista que domina en todas las facetas de la vida.
En este sentido, la versión de Juan Mayorga es un punto menos de aceptable, aunque afortunadamente no se permite libertades licenciosas y respeta texto y trama, salvo la eliminación de algn pasaje. En lo referente a esa habitual y peligrosa actualización de los textos clásicos -un trabajo sutil que algunos confunden con la brocha gorda- también se mantiene pulcro. Más reparos nos producen la aportación de convertir al camarero Miguel en observador mudo y permanente de toda la trama, cuya presencia en el escenario distrae y complica, y cuyos gestos y ademanes de obvio subrayado producen un cortocircuito permanente de vulgar redundancia. Lo más grave en la versión es que an conservando en teoría el final redentor lo ignora, lo minimaliza de hecho.
La versión conserva el acto tercero de la segunda parte, que casi siempre se suprime debido a cortas miras racionalistas, y que resulta lo mejor de la pieza en tiempos como estos, de materialismo asfixiante. Le sirve así a la directora una oportunidad estupenda de remontar el vuelo y de representar el conflicto moral, la crisis personal del protagonista como metáfora de la que tantos sufren en nuestra época, revitalizando el eterno conflicto entre el bien y el mal, vistiendo a dios de conciencia personal y a los angelitos de humanísimos psicólogos traspersonales. Espíritus, estatuas, apariciones, ángeles y cánticos celestiales, cementerio y mausoleo, cena espiritista y conmoción telrica se prestan a montar un espectáculo fabuloso que movilice todas las posibilidades actuales de la tramoya teatral en una sacudida de esas que honran al arte teatral.
Por el contrario, cuando el heroico espectador arriba al desenlace de esta desusada versión de dos horas y media interrumpidas, se encuentra con una confusión cansina en la que apenas se entiende lo que se oye y lo que se ve, en la que un malhadado chascarrillo del protagonista en el parlamento final termina por disolver cualquier trascendencia.
El nombre de Blanca Portillo asociado a Don Juan Tenorio presagiaba que la actriz que se había atrevido a hace de Segismundo en La vida es sueño (ver nuestra reseña de entonces) y de Hamlet en Shakespeare (ver la reseña que publicamos en su momento) se atrevería con el Tenorio de Zorrilla. No entendemos por qué no ha sido así. Cediendo un protagonismo casi inevitable condenaba al actor elegido cualquiera que fuera a tener que bordar y sorprender en el bordado. El bordado se limita a una ronquera de cazalla que culmina en patético hundimiento vocal. No es que esté mal José Luis García-Perez en el papel, es que le hacen hacer un Tenorio mindundi, chiquilicuatro, un tiraíllo de bareto incapaz de remontar como remonta el personaje cuando descubre el amor y sus efluvios terapéuticos, que todo lo curan y lo mitigan en la existencia humana. Pero que muchas personas no conocen y no saben buscar. Esta obra ha nacido para ayudar en esa bsqueda y esta adaptación la hace perder su principal misión.
Portillo tiene mérito y valor atreviéndose con la empresa. Bien es cierto que goza de un momento dulcísimo y todos los vientos soplan a su favor. Pero parece que en vez de oír la voz de la conciencia ha escuchado a los amiguetes de la peña del jijá. Ha preferido juzgar con arrogancia a entender con humildad; conectar con el ambiente general de despiste e ignorancia, que plantear dudas, mitos, creencias, dilemas, aflorar sentimientos y romper esas corazas de sabelotodo que venden por las esquinas. Y a fé de la reacción positiva del pblico, ha acertado en lo referente al éxito, a la popularidad, a los ingresos. Pepito Grillo, José Zorrilla, Don Gonzalo de Ulloa, comendador de Calatrava, y la novicia Doña Inés, plantean algo más. Lo creemos sinceramente y con toda humildad. Nos disculpamos por adelantado.
Que Zorrilla diseccionara posteriormente las deficiencias de la pieza sólo habla en su favor y no disculpa retorcimientos torticeros, cargar tintas que ya vienen cargadas, disociar intenciones del autor con preferencias personales. Creer imperfecta esta obra por aspectos secundarios es necesitar más profundidad de campo.
La puesta en escena es aceptable, con una columnata movible al fondo cuyo acierto estético potencia una buena iluminación, aunque los polivalentes artilugios de carpintería -retablo y mesa convertibles- sean ya de uso frecuente en nuestras tablas. No sabemos si su montaje y desmontaje es el que hace necesario las sucesivas largas pausas entre sus siete actos, o estas han sido alargadas a propósito para dar cabida a las canciones de un nuevo personaje, una mujer embarazada de seis meses (a la vista del tamaño y posición de su tero, resaltado por la iluminación) que interpreta canciones con letras etéreas y arreglos jazzísticos, anotaciones musicales que no pegan ni con cola.
Ariana Martínez consigue una Doña Inés que destaca por encima de todo el reparto. Aguanta una de las más difíciles pruebas a que puede someterse a una actriz, recitar desnuda de pie y sin tapujos un largo y emotivo parlamento en cueros, sobre todo cuando no viene a cuento y no es exigencia del guión. Aguanta, como aguanta de novicia -especie femenina extinguida en nuestros tiempos-, y aguanta de espíritu salvador, que no es poco aguantar en este mundo nuestro.
La rodean por la parte femenina el desacierto de esanAna de Pantoja en conjunto rojo intimissimi con el que lidia Marta Guerras, una correcta abadesa a cargo de Rosa Manteiga, y la animosa Raquel Varela en triple cometido, haciendo una monja tornera que no acertamos a averiguar por qué llora tanto. Ya aludimos anteriormente a Eva Martín, cantante preñada que debe simbolizar algo.
Frente al Don Juan Tenorio de José Luis García-Perez tenemos un Luis Mejía de Miguel Hermoso, igual de patibulario y poco convincente. Al criado Ciutti le saca de contexto Eduardo Velasco y le convierte en más hidalgo que su amo. Ni él ni Beatriz Argello como una Brígida señorona y nada doncella, nos parecen actores adecuados para sus papeles: diríamos que ambos se resisten a papelees secundarios. Nada que objetar al Gonzalo de Ulloa de Juanma Lara y al padre de don Juan, el Diego Tenorio de Francisco Olmo, que se dobla en un escultor tan parecido que induce a confusión. El Capitán Centellas y Rafael de Avellaneda son tan macarras como debe querer la directora, y a los actores Alfonso Begara y Alfredo Noval no se les ve muy concienciados con tanto golpe de maza, tanta finta de cuchillo. Y finalmente un desafortunado Cristófono Butarelli a cargo de Luciano Federico Marcos y un sobrante Miguel para que Daniel Martorell se sienta a disgusto.
Tanto golpe de maza, tanta finta de cuchillo, decíamos. Y tanto ruido, tanto aspaviento, tanto ademán desorbitado que rebosa y rebasa este montaje, que lo estropea con excesivo aliño innecesario, en el que se introducen efectos especiales de auténtica serie C tipo gore; un montaje con buen sonido, vestuario adecuado al proyecto pero espantoso a la vista, coreografía con máscaras itinerantes que bordea lo superfluo -sobre todo en el exasperante inicio-, y una producción sobresaliente -quince actores, numerosos especialistas- que indica una fuerte inversión y un concienzudo trabajo de realización y producción que es lo mejor de la obra.
Blanca Portillo da un segundo paso en su carrera de directora teatral. Con La avería de Friedrich Drrenmatt acertó en 2011 en todos los sentidos (ver nuestra reseña de entonces). Ahora va a acertar también. En ambos casos se inclina por el atractivo de la imagen más que por el peso de las palabras. Si se nos permite, aconsejaríamos más contención en la forma y más penetración en el fondo. Dando con la idea central, -y para ello lo mejor es seguir al autor, respetarlo y comprenderlo-, sólo queda montar la tramoya. Para ello esta mujer demuestra habilidades grandes, que no compararemos a las que presenta como actriz porque hoy no toca hablar de ello.
Nos dirá que esta vez ha confiado esa gran tarea intelectual de dar con el meollo de un clásico en persona de reconocido prestigio. Y tiene razón. Pero este Don Juan Tenorio de Mayorga es distinto del de Zorrilla. Y con todos los respetos, nos parece peor.
VALORACIÓN DEL ESPECTCULO (del 1 al 10)
Interés: 6
Texto: 9
Dirección: 6
Interpretación: 7
Escenografía: 7
Msica: 5
Coreografía: 6
Producción: 9
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 6
Compañía Nacional de Teatro Clásico
Teatro Pavón
Don Juan Tenorio
de José Zorrilla
Dirección: Blanca Portillo
Versión: Juan Mayorga
Del 9 de enero al 15 de febrero
Equipo
Asesor de verso: Vicente Fuentes
Maquillaje: Helena Cuevas
Msica original y espacio sonoro: Pablo Salinas
Coreografía: Verónica Cendoya
Vestuario: Marco Hernández
Iluminación: Pedro Yage
Versión: Juan Mayorga
Dirección y espacio escénico: Blanca Portillo
Coproducción: CNTC / Teatro Calderón de Valladolid / Avance Producciones Teatrales
Elenco
Juan Tenorio: José Luis García-Perez
Cristófono Butarelli: Luciano Federico Marcos
Ciutti: Eduardo Velasco
Miguel: Daniel Martorell
Gonzalo de Ulloa: Juanma Lara
Diego Tenorio/ Escultor: Francisco Olmo
Capitán Centellas: Alfonso Begara
Rafael de Avellaneda: Alfredo Noval
Luis Mejía: Miguel Hermoso
Gastón/Lucía/Monja Tornera: Raquel Varela
Ana de Pantoja: Marta Guerras
Brígida: Beatriz Argello
Abadesa: Rosa Manteiga
Inés de Ulloa: Ariana Martínez
La mujer: Eva Martín
Teatro Pavón (C/ Embajadores, 9)
Horario de funciones:
martes y domingos a las 19 h.
De miércoles a sábado; 20 h.
Lunes: descanso
Precio nico: 20 (Jueves día del espectador: 50 % de descuento).