Existen otros casos de dos versiones de una misma ópera realizadas por su autor. Pero lo que es casi irrepetible es poder verlas simultáneamente en un teatro de nuestra época. Eso es lo que va a hacer el Teatro Real en estos días: programar del Del 5 al 22 de diciembre, Tancredi de Giacomo Rossini en las dos versiones que escribió en 1813, con tan sólo un mes de diferencia, una con final feliz -la conocida como versión Venecia y otra con desenlace trágico, la versión Ferrara. Serán doce sesiones, seis para cada versión. Una original y valiosa aportación, sin duda alguna.
Lo interesante de ver las dos versiones es apreciar cómo en pocos meses, Rossini cambia totalmente la vida de la ópera. No es una revisión, sino una pieza distinta para un reparto distinto. Se adelantó a su tiempo con un color nuevo al componer el segundo final, más al gusto de hoy en día, declaraba el director musical, el italiano Ricardo Frizza, la víspera del estreno. El final trágico fracasó en su tiempo; ahora al parecer es el favorito de los entendidos.
La experiencia es como decimos nica. Y hay que añadir que ninguna de las dos versiones es palpablemente superior a la otra. Rossini tenía 21 años cuando las compuso, su msica es ya su msica pegadiza, alegre y genial, y su doble versión muestra grandes dotes dramáticas con pocos cambios. Tancredi es la primera gran ópera dramática de Rossini, y sólo se había escuchado una vez en Madrid, hace diez años en el Teatro de la Zarzuela.
En cuanto a los dos elencos, la crítica disfrutará eligiendo el mejor. Será cuestión de gustos porque ambos son muy buenos. La versión de final feliz que cantan Daniela Barcellona, Patrizia Ciofi, Bruce Sledge y Umberto Chiummo es algo más larga que la trágica, a cargo de Ewa Podles, Mariola Cantarero, Jaomé Manuel Zapata y Giovanni Battista Parodi. El primer acto es memorable. El segundo, se hace un poco largo, podía y puede aligerarse en duración. El primer Tancredi de la mezzosoprano italiana Daniela es mejor actor y más convencional voz. El segundo Tancredi de la contralto polaca Ewa pierde en interpretación lo que gana en una voz excepcional, de una originalidad difícil de escuchar hoy día.
Digamos antes de seguir, que se trata de una historia ambientada en la Sicilia amenazada por los turcos hacia el año mil de nuestra era, con los absurdos equívocos de rigor: dos enamorados se ven separados por las luchas políticas, mientras el padre de ella concede su mano al rival ahora aliado. Tancredi cree que su amada le traiciona an antes de que ella se niegue al matrimonio convenido. Por despecho, el rechazado revela una supuesta carta de traición de la enamorada al sultán turco que asedia Siracusa. La carta en realidad va dirigida a su amado, pero ella no lo revela por esos misterios de los libretos operísticos. Para impedir su ejecución, Tancredi desafía al rival despechado, lo mata y consigue así su libertad. Pero an está dolido pues queda la segunda sospecha, la de las relaciones de su amada con el turco. No atiende a sus razones a lo largo de una segunda mitad excesiva del segundo acto. Pero en el final feliz, tras derrotar a los turcos se une a su amada. En el final trágico, tras ser herido en combate agoniza largamente sobre el escenario y muere conociendo la fidelidad de su amada.
En el circuito operístico de los ltimos años, se suele representar una partitura híbrida entre las dos versiones, después de que se conociera en los años ochenta el final trágico, que había resultado un fiasco en su estreno y permaneció olvidado en la biblioteca del Conde Lechi, quien se lo encargó a Rossini por considerar que era más acorde a la tragedia Tancrède de Voltaire en la que se basa el libreto.
Para mí ha sido todo un descubrimiento, cuenta Daniela Barcellona, cuya trayectoria operística se ha apoyado en el papel de Tancredi, aunque ésta es la primera vez que canta la versión feliz de Venecia, que a ella le parece muy brillante y recuerda al final del Barbero de Sevilla.
Conviene no aplazar más el hablar del misterio de esta ópera. Por qué Rossini dio el papel del héroe Tancredi a una mujer. El que lo sepa que nos lo cuente. Pero a lo largo de la ópera se suceden las escenas de amor entre dos mujeres -una muy femenina soprano y una masculinizada contralto- con besos en la boca y apasionados abrazos que pueden parecer en determinados momentos amores lésbicos. Qué pensaban los pblicos de hace 200 años, les suponía algn desafío moralista? Al parecer, no, nadie entre los historiadores de la óperam comenta semejante cosa. Quizás entonces sólo era un excéntrico recurso operístico -además bastante frecuente- mientras que hoy recuerda a una realidad bien presente.
Lo más difícil del papel de Tancredi, segn Daniela Barcellona y Ewa Podles, es interpretar a un hombre desde su voz y condición de mujer. Un cambio completo, no sólo físico, sino musical y vocal, dice la Barcellona. Lo importante es la credibilidad poética, precisa Yannis Kokkos que en su escenografía ha montado un sutil y delicado sueño medieval, hecho de recuerdos infantiles, de recortables y soldaditos de plomo, duplicado con marionetas, en el que existen momentos ciertamente mágicos, como la primera irrupción desde la bruma de Tancredi y sus hombres, o el coro con doble máscara que gira y sigue siendo el mismo. La iluminación es magistral. Los caballos en escena, el recurso más manido, quizás porque todavía recordamos el caballo de cartón de Luis Gordillo en el montaje de Boris Gudonov. Kokkos ha querido escenificar la nostalgia de esa inocencia que todos hemos perdido reforzada con unas marionetas que son sombras de los personajes y asumen a grandes rasgos su forma de ser.
El director musical, Ricardo Frizza, explica para legos la técnica de Rossini, que crea células repetitivas con las que construye las frases y hasta las melodías largas. Está perfecto en el podio.
Los cambios entre las dos versiones no son muchos pero bien notables. En el primer acto, la versión trágica sólo incorpora un precioso dueto; en el segundo acto, una de las más difíciles arias del género, la cavatina de la cárcel y naturalmente ese final agónico y melodramático. En fin, un cruce de caminos, dos futuros simultáneos, una oportunidad que es difícil en la vida para reflexionar sobre el azar y el destino. Dos finales, uno brillate, otro oscuro.
Bien, a este modesto espectador, le gustó más el final feliz, porque al contrario que a la mayoría de los expertos, no me gustan las agonías en el escenario. Me gustarón más las voces del trío de intérpretes del final trágico -Podles, Cantarero y Zapata- pero me gustarón más en el escenario el trío del final féliz -Barcelona, Ciofi y Sledge. Me parece que a las dos versiones les sobran muchos minutos del segundo acto, y el ver dos días seguidos las dos versiones no fue ni pesado ni repetitivo. Pude asistir a la magia de la ópera -quizás el espectáculo supremo de todos los que disponemos-, siempre igual y siempre distinta, aprendí a mirar y escuchar un poco mejor, fui en definitiva feliz por un buen rato. Qué más se le puede pedir al gran Rossini! Vea cualquiera de las dos versiones, deje al azar y al destino decidir cuál le toca en suerte.