El Teatro Real puso fin a su temporada lírica con Macbeth de Giuseppe Verdi, protagonizada por Plácido Domingo, que repitió un año más su paso por Madrid con la prestancia de siempre. Desde que debutara en 1961 y a través de más de 150 personajes en casi cuatro mil funciones, se ha convertido en protagonista sin parangón de la ópera de nuestro tiempo. A sus 76 años dice que cantará hasta que las fuerzas le acompañen, ni un día más ni un día menos. A la vista de su poderosa presencia ayer sobre el escenario, todo indica que dentro de un año volveremos a oírle en este escenario tan querido para él.
Fueron tres funciones en versión concierto -y con apuntador, algo poco frecuente-, a cargo del estadounidense James Conlon como director musical, que retornaba al Teatro Real con su tercer título verdiano, después de sus notables versiones de Las vísperas sicilianas, en 2014, y Luisa Miller, el pasado año. Conlon se superó a la tercera y estuvo absolutamente brillante, cumpliendo al pie de la letra con la partitura, sin adornos ni vacilaciones, elevando a la orquesta a momentos sublimes, y coordinando a la perfección orquestación y vocalidad en un todo equilibrado y armonioso.
Tan destacable como la dirección musical fue la presentación escénica de esta versión en concierto, es decir, privada de un desarrollo escenográfico al uso, lo cual pudiera juzgarse como un déficit, cuando muchas veces es una ventaja a la hora de apreciar los méritos musicales de una ópera, que siempre fueron lo importante y hoy día se ven más y más desafiados por montajes espectaculares, muchas veces fallidos y contraproducentes.
Y es que a pesar de carecer de escenografía, e incluso de ni siquiera figurar en los créditos el responsable de la puesta en escena, esta fue realmente soberbia, desde su misma concepción al movimiento de los intérpretes, pasando por una fabulosa iluminación y unos detalles de ambientación -vestuario, coronas, cartas, espadas- todos acertados. Así que la versión concierto de Macbeth permitió concentrarse en la msica mientras la acción discurría equilibrada y casi amena en el escenario, protagonizada por un coro al completo situado durante toda la obra frente al pblico, en el que los pañuelos de las mujeres -rojos, azules, verdes- y los lgubres movimientos de los hombres, junto a las sutiles insinuaciones de la iluminación bastaron para subrayar la evolución de la trama a lo largo de sus diez cuadros en cuatro actos.
Naturalmente, Plácido Domingo fue el protagonista de la noche, y estuvo a la altura de las siempre enormes expectativas que genera. Un año mayor, su aspecto va registrando el paso del tiempo -algo más grueso, algo más encorvado, algunas arrugas nuevas- sin por eso perder ese poderoso carisma en escena que acompaña a esa voz indoblegable. Desde hace siete años oficialmente convertido en barítono, a algunos les hará decir que sigue siendo más tenor que otra cosa. Sea lo que sea, incluida esa categoría ad hoc de baritenor que le va al pelo, su voz apenas ha perdido firmeza, mantiene su consabida potencia y se ve acompañada por ese saber interpretar los personajes, esos dotes naturales de buen actor que siempre le han caracterizado. No tuvo un fallo, no flojeó un solo instante y acabó cantando desde el suelo un Macbeth que muere en un Mal per me maffidai ne presaggi del inferno (aria de la partitura original de 1847 que se suele incluir en esta segunda versión de 1864), colofón de otra actuación memorable, otra más.
El gran cantante español viene interpretando en los ltimos años algunos de los más grandes papeles para barítono de Giuseppe Verdi los roles titulares de Simon Boccanegra, Nabucco, Rigoletto, y Macbeth; Miller, en Luisa Miller; Francesco Foscari, en I due Foscari; Conte di Luna, en Il trovatore; Giorgio Germont, en La traviata; o Rodrigo, en Don Carlo y ahora une a su repertorio al atormentado personaje shakespeariano.
A su lado, Anna Pirozzi, confirmó el ser una de las más reconocidas sopranos dramáticas de la actualidad, recogió sentidas ovaciones en sus principales intervenciones, y ya se anuncia que volverá la próxima temporada con Aida, para reafirmar sus dotes como intérprete verdiana. Segn Verdi, la intrigante Lady Macbeth debería ser una voz áspera, sofocada y oscura, con un matiz diabólico. Pirozzi no llegó a tanto, tampoco actoralmente. Grandes presencias también del bajo-barítono Ildebrando DArcangelo como Banco que interpretó El barbero de Sevilla en el Real en 2004, y del tenor norteamericano Brian Jagde como Macduff debutando en Madrid.
En los restantes papeles secundarios, los españoles Raquel Lojendio, Airam Hernández, Fernando Radó y David Sánchez lo hicieron muy bien, así como los tres miembros del coro en sus beves apariciones fantasmales. Y por nombrar a todos, subrayar la buena presencia en escena de ese niño -Sal Esgueva?- que tampoco figura en los créditos y que nos da la impresión haberlo visto hace unos días en Madama Buttefly.
El Coro Titular del Teatro Real tuvo la presencia más importante de la temporada, no en vano el mismo Verdi consideraba al coro como el tercer protagonista de esta ópera, dada su importancia en el desarrollo dramatrgico de la partitura.
Fue el tercer Macbeth en el Real desde su reinauguración, tras el de de 2004 con Jess López Cobos y Gerardo Vera, y el de 2012 con Teodor Currentzis y Dmitri Tcherniakov (ver nuestra reseña de entonces), siempre con la segunda versión, pero en italiano, como suele ser habitual desde que esta ópera se ha instalado sólidamente en el repertorio (la n 31 de las cien óperas más representadas en el período 2005-2010).
En 1846, Giuseppe Verdi, con apenas 33 años, venía de componer nueve óperas en apenas seis años, arrastrando paralelamente las secuelas de sus sucesivas tragedias familiares: la muerte de sus dos hijos en 1838 y 1839, y de su esposa en 1840. Con Macbeth se sita más allá de los convencionalismos que imperaban, buscando nuevos caminos que florecerían en obras posteriores. Las líneas de canto pasan a servir la expresión del texto y la instrumentación a enfatizar las diferentes atmósferas. La declamación del canto, las frases entrecortadas, los suspiros a media voz, los silencios y otra serie de efectos vocales confieren a los personajes una veracidad jamás alcanzada en sus obras anteriores. Una vez más atribuyó el papel del protagonista a una voz de barítono, porque en esta época los tenores todavía no habían desarrollado un tipo de canto que permitiese ejecutar papeles violentos e intensos como el que se requería para este personaje. El libreto de Francesco Maria Piave y Andrea Maffei es sólido, coherente y fiel en líneas generales al drama original de Shakespeare. Fue la décima ópera de Verdi: Esta tragedia es una de las grandes creaciones humanas Si no podemos sacar algo grande de ella, al menos intentemos hacer algo extraordinario, escribió mientras la componía.
Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 9
Dirección musical: 8
Dirección artística: 8
Voces: 8
Orquesta: 8
Coro: 9
Interpretación actoral: 8
Programa de mano: 9
Documentación a los medios: 8
MACBETH
GIUSEPPE VERDI (1813-1901 )
Ópera en cuatro actos
Libreto de Francesco Maria Piave y Andrea Maffei,
basado en la obra de teatro homónima de William Shakespeare
Estrenada en el Teatro della Pergola de Florencia el 14 de marzo de 1847
Ópera en versión de concierto
11, 14, 17 de julio
Director musical James Conlon
Director del coro Andrés Máspero
Directora de Pequeños Cantores Ana González
Asistente del director musical Carlos Chamorro
Apuntadora e instructora Nino Sanikidze
Reparto
Macbeth Plácido Domingo
Lady Macbeth Anna Pirozzi
Banquo Ildebrando DArcangelo
Macduff Brian Jagde
Dama de compañía de Lady Macbeth Raquel Lojendio
Malcolm Airam Hernández
Un médico Fernando Radó
Sirviente/Heraldo/Sicario David Sánchez
Apariciones Claudio Malgesini*, M Dolores Coll*, Patricia Redondo+
Coro* y Orquesta Titulares del Teatro Real
Pequeños Cantores de la JORCAM+
Duración aproximada 3 horas
Actos I y II: 1 hora y 20 minutos
Pausa de 25 minutos
Actos III y IV: 1 hora y 15 minutos
Fechas 11, 14, 17 de julio de 2017
20:00 horas.