Al interés de ser una de las ltimas obras de Peter Handke (Griffen, Austria, 1942), a La ladrona de fruta, publicada en alemán en 2017, le acompaña ahora la aureola que adorna a todo premio Nobel. Y Handke lo ha recibido en 2019. Así que el libro, editado por Alianza Editorial, -sin el menor dato del autor, por cierto, en la solapa-, se abre con interés, y se lee con un extraño placer a medida que se avanza por esas 380 páginas en las que, ciertamente, no ocurre nada. O casi nada.
El narrador, primero, abandona su domicilio en la periferia de París, cerca de Versalles, y relata unos pocos detalles de amigos o vecinos en ese desvaído universo. Después, es esa joven aficionada a arrancar fruta de árboles más o menos silvestres, la que concentra el interés del narrador. Viaja desde París a la región de la Picardía, a la meseta de Vexín, la mayor parte del tiempo a pie. Alexia es joven, lleva una gran mochila y algo de dinero. Se despide del padre, y viaja en busca de la madre. Los ojos con los que Alexia, o el narrador, miran el mundo, en estos pequeños detalles que son el tejido denso de la vida, son los de Handke, obviamente. En todo el libro palpita un amor al mundo y sus imperfecciones, una pena por el mundo, también, y una deliciosa capacidad descriptiva de esos elementos mínimos de la cotidianeidad.
La amiga/enemiga de la protagonista, encontrada justo al otro lado de la carretera en una de esas ciudades nuevas, diseñada con escuadra y cartabón por los urbanistas, que espera haciendo gestos emotivos a que el tráfico se detenga y pueda abrazar por fin a esa fugitiva de la adolescencia. La tierra, el paisaje modesto de esa meseta de Vexin, en la que cada pájaro, cada árbol, cada espárrago silvestre merece una descripción y hasta una reflexión de Handke. Alexia viaja en tren, pero la mayor parte de los tres días que dura su modesto periplo, lo hace a pie. Como el propio escritor austriaco, gran amante de los viajes a escala humana, ha hecho anteriormente, y ha relatado en otros libros.
El lector se deleita con este lenguaje delicado, minucioso, preciso, y un poco humorístico de Handke, aunque haya que reprocharle a la traducción algn pequeño error, en nuestra modesta opinión. Debería utilizar empero, y no pero, allá donde conviene y recoge aquí y allá palabras que parece haber encontrado en viejos diccionarios en desuso. Dificultades que plantea, quizás, el idioma alemán.
Nada de esto altera el placer de leer este libro de Handke en el que se describe, casi sin pretenderlo, el mundo de hoy, nuestro mundo. Las ciudades donde vive la gente. La vida que lleva la gente. Los distintos orígenes, colores y culturas de las gentes encerradas en esas ciudades anónimas. El silencio y el ruido atronador de la gente. Pero también la naturaleza que aparece casi virginal pese a estar asediada por la civilización.
Todo es extraño en el relato. El joven repartidor de pizzas, que se une a la caminante durante un largo día. El gato perdido y encontrado en pleno bosque, en estado casi terminal. Los animales salvajes imaginados (), la misa en la campiña a la que solo asisten los ancianos, y ese hotel perdido en el cruce de tres carreteras, símbolo, quizás, del final de un mundo.
No hay tesis, ni moralina, ni crítica explicita a nada en este libro. Como si Handke aceptara lo inexorable del devenir de las cosas. Por más que la ladrona se queje de ese mundo que ha expulsado a los jóvenes y no parece dispuesto a readmitirlos. Por más que sea evidente que el autor no simpatiza con los usos y costumbres de nuestra avanzada civilización. Por eso se lee el final con sorpresa y un cierto fastidio. Porque el alegato del anciano padre resulta casi un discurso político, incoherente y difuso, pero discurso al fin y al cabo.
La ladrona de fruta o Viaje de ida al interior del país
Peter Handke
Traducción del alemán de Anna Montané Forasté
Alianza editorial 2019
392 páginas. 22 euros.