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De Schiller a Bieito, por J.C.Deus

De Schiller a Bieito, por J.C.Deus

Por José Catalán Deus
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jcdeustelefonicanet/6/6/17
lunes 21 de septiembre de 2009, 01:00h

Don Carlos es uno de los dramas más famosos del romanticismo alemán. Sirvió también a Verdi para construir una de sus grandes óperas, y es un personaje casi arquetípico del teatro europeo: el inmaduro heredero de un imperio que su padre deberá negarle a la vista de sus pocos méritos, tal como explica la historia, o cegado por los celos, tal como mantiene la leyenda. O por una mezcla de las dos cosas. Vuelve tras treinta años de ausencia de nuestros escenarios de la mano de uno de nuestros mejores directores, Calixto Bieito. Será uno de los acontecimientos de la temporada. La versión es discutible. Pero los que gustan del teatro deberían verla.

Bieito es muy dado a etiquetar sus espectáculos. Y esta vez no usa uno, sino dos subtítulos: Misa pasodoble surrealista pues la msica se está convirtiendo cada vez más en un ingrediente indispensable de sus montajes teatrales: msica sacra y msica popular española se alternan en la pieza. El segundo sumario explicativo es Cuitas y pesares de una familia española que sueña con realezas del pasado y miserias del presente, para subrrayar una trama entre el drama doméstico y las razones de estado, en un pasado con referencias al presente.

A partir de la leyenda negra sobre Felipe II, hoy reducida a cenizas salvo en las mentes adocenadas, y del aspecto particular de la misma que se centra en los posibles amores del príncipe Carlos con Isabel de Valois, la esposa del monarca en cuyo imperio no se ponía el sol, Schiller escribe un maravilloso texto al servicio de un panfleto político que para ser honesto debería haber contado con personajes de ficción y no con figuras históricas tergiversadas. Schiller vivió la época de la Revolución Francesa, es decir, la toma del poder por la burguesía. Para criticar a la aristocracia que reinaba en los pequeños estados que formaban Alemania, la emprendió por alusiones con Felipe II, que quedaba a tres siglos de distancia y ya llevaba encima suficiente leyenda negra. Encarna el ansia de libertad en un supuesto príncipe Carlos, el idealismo utópico en un idílicomarqués de Poza, el despotismo en Felipe II, las intrigas cortesanas en la Princesa de Éboli y todo el mal y el oscurantismo del mundo en el Gran Inquisidor. Qué bien; pero qué falso.

Nuestro primer y más importante reparo a esta adaptación, se basa precisamente en la cortedad de miras de aceptar sin más aquellos indocumentados convencionalismos del romántico alemán sin actualizarlos. Si Schiller cargó las tintas en la dinastía española al gusto de su país y de su época, Bieito podía haber elegido algo más cercano, las dinastías mediáticas, las oligarquías bancarias, las nomenclaturas políticas actuales, y dejar al pobre Felipe II y al pobre Inquisidor General de una vez en paz en su tumba.

Bieito parece detectar algo de esto cuando declaraba a Marta Caballero: Para mí Felipe II es el gran primer político español, pero es un personaje poliédrico que también me ha permitido hablar de las relaciones entre la familia, de cómo no hay un padre que sea sobre todo malo y un hijo bueno. Hay matices. Es como un gran presidente de Estados Unidos. Un hombre responsable de un gran imperio al que se le atribuyen grandísimos errores y grandísimos aciertos; y también muchas muertes. Pero a pesar de todas estas cuestiones, era una persona que pasaba muchas etapas out, permitiéndose estar dos años para tomar una decisión. Me interesa que, al final de su vida, cultivase su propio huerto. Y, finalmente, aprecio su modernidad, su parecido con el político actual, y no hace falta que recuerde qué político acabó cuidando sus bonsáis. Pero no he hecho un drama histórico, sino un poema romántico muy surrealista, que es un rasgo muy español.

Los grandes panfletos románticos escritos con la loable intención de liberar al ser humano de la religión y del poder autoritario, crearon una corriente de opinión que ha sido predominante en Europa en los ltimos doscientos años, marcada por el auge de la masonería de la que Schiller se sentía próximo. Bieito hace lo que demanda la europa y la españa laicistas de nuestros días. No en vano acaba de merecer el Premio de Cultura Europeo. Pero con ello, -además de situar su rupturismo en un plano formal un tanto obsoleto-, rehuye cualquier desafío de fondo a los poderes fácticos que mandan en la actual cultura oficial. A estas alturas, recurrir a la Inquisición para representar el mal, daría risa si no diera pena.

Su colega Marc Rosich también pretende haber tenido en cuenta el problema: Schiller, en esta pieza de paisaje español sobre temas alemanes, ficcionalizó una imagen determinada, incluso deformada, del imperio de Felipe II, ahondando en su leyenda negra. Nuestro trabajo se ha dirigido a matizar, subrayar, soslayar, aderezar, con nuestro comentario escénico, los ecos de la obra que todavía pueden resonar en la historia reciente de nuestro país. Para insistir en la misma visión sesgada. Qué pena no haber sido consecuentes con los buenos propósitos! Al no serlo, su gran esfuerzo dramatrgico queda en buena medida anulado en otra evocación mimética de la leyenda negra española.

Sobre este fondo conceptual, se levanta una puesta en escena acertada en su planteamiento general, repleta de hallazgos, a veces espectacular, en la que los actores están brillantes y efectivos. Al encomiable conjunto hay que descontar los consabidos excesos de este director: sensacionalismo barato, -mucho ruido, mucha sangre, mucho sexo, mucho bajarse los calzones el protagonista para enseñarnos su estupendo miembro, mucha jaula, mucho crucifijo-, y algunas españoladas con pasadobles y toreo de salón que sobran por completo. Son todas ellas cosas que como los desnudos del cine español de los años ochenta, no exige el guión pero quizás siguen viniendo bien a la taquilla.

Hablando de los aciertos, hay que empezar sin duda por la fuerte presencia musical, que eleva la pieza hasta imitar a la ópera, el género que verdaderamente cautiva a Calixto y a su equipo técnico. Los personajes de los duques de Alba cantan, cantan a Ligueti y Verdi (Requiem y Lacrimosa (Lux Aeterna) del primero, La voz del cielo de la ópera Don Carlo y el Miserere de la ópera Il Trovatore, del segundo), y haciéndolo así, Begoña Alberdi y Josep Ferrer se convierten en una aportación esencial que compensa con profundidad dramática tanto recurso ampuloso de crucifijos clavados en el ojo, de mano femenina tocando pene masculino, y demás zarandajas.

Dejemos a Marc Rosich, el alter ego de Bieito, explicarse, ya que lo hace como a nosotros nos gusta, con prodigalidad y detalle: Hemos tratado de manera muy libre y desacomplejada los materiales originales de Schiller, convirtiendo en monólogos lo que en un principio eran varias escenas, cambiando de posición algunas réplicas, creando nuevas escenas vividas en primera persona a partir de lo que eran relatos en tercera, fundiendo textos ajenos con la obra de teatro, desde fragmentos de la Educación estética del mismo Schiller hasta máximas de Escrivá de Balaguer. La cuestión es distanciarse un poco de la forma del original para poder encontrar nuevas vías de explicar la esencia de la obra, sin dejar de ser fieles al mundo propio del autor.

Rosich, que está escribiendo su segundo libreto de ópera y es cofundador de una compañía con la cual colabora en el Festival de Ópera de Bolsillo y Nuevas Creaciones desde hace años, cree haber logrado una puesta en escena en la que no hay buenos ni malos: Ni luz, ni sombra. Sino la angustiante incertidumbre del claroscuro. Sinceramente, no lo han logrado. Rebecca Ringst (Escenografía) e Ingo Krgler (Vestuario) avalan con su aportación la creciente experiencia en espectáculos operísticos y el buen entendimiento del estilo bieito, al que han acompañado ya en numerosas ocasiones.

Adan Kovacsics (Santiago de Chile, 1953; reside desde 1980 en España) aporta una traducción competente. Y nos recuerda que al contrario de otra gran obra de la época, La flauta mágica, aquí todo es cargado de tintas. En la ópera de Mozart, Sarastro dice: Los rayos del sol ahuyentan la noche /destruyen el poder astutamente conquistado por los hipócritas. Pero este Don Carlos no da esperanzas, es una lectura claramente pesimista, la constatación de un mundo sin futuro, atrapado en un círculo vicioso, un hoy donde ya no hay esperanza. El gran inquisidor estrangulando con sus propias manos al príncipe heredero ante los ojos complacientes de su padre, su enamorada madrastra y la corte, es la gota aque desborda el vaso de lo grotesco, de lo pasado de rosca.

Tanto que el pblico se quedó bastante frío en la noche más importante, la que sucede al estreno. Entendió que por supuesto le servían un men a la moda y que todo era políticamente correcto. Apreció el alto nivel del espectáculo, el buen trabajo técnico e interpretativo. Pero no se exaltó en esos aplausos enfervorizados de consenso regimental que rubrican la escena española. Este Don Carlos sensacionalista no consigue elevarse por encima de la anécdota, superar los lastres temporales para conectar con las metáforas imperecederas.

Vea si lo desea el vídeo promocional.

DON CARLOS
de Friedrich von Schiller

Dirección de Calixto Bieito
Dramaturgia: Marc Rosich y Calixto Bieito a partir de una traducción en verso blanco de Adan Kovacsics

Coproducción de Centro Dramático Nacional, Teatre Romea, Grec09 Festival de Barcelona y XV Jornadas Internacionales Schiller.

Equipo artístico

Dirección musical Begoña Alberdi
Escenografía Rebecca Ringst
Vestuario Ingo Krgler
Iluminación Nicole Berry
Diseño de sonido Bernd Dworacek, Oliver Sachs (Nationaltheater Mannheim), Jordi Ballbé
Arreglos musicales Damià Riera
Ayudante de dirección Juan Carlos Martel

Reparto (por orden alfabético)

Duquesa de Alba Begoña Alberdi
Princesa de Éboli ngels Bassas
Marqués de Poza Rafa Castejón
Duque de Alba Josep Ferrer
Felipe II, rey de España Carlos Hipólito
Don Carlos, príncipe heredero Rubén Ochandiano
Isabel de Valois, esposa de Felipe II, la reina Violeta Pérez
Gran Inquisidor/Domingo, confesor del rey Mingo Ràfols

Centro Dramático Nacional
Teatro Valle-Inclán
Plaza de Lavapiés s/n
28012 Madrid

Del 17 de septiembre al 8 de noviembre de 2009
De martes a sábados, a las 20.30 h
Domingos, a las 19.30 h


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