El azar y la sana competencia nos han traído un febrero consagrado a Tennessee Willians. El Centro Dramático Nacional programa Gata sobre tejado de zinc caliente, una adaptación de Alex Rigola y el Teatre Lliure, mientras el director del Teatro Español, Mario Gas, se encarga personalmente de dirigir Un tranvía llamado deseo. Ambas fueron premiadas con el Pulitzer; ambas, primero el tranvía en 1947, y luego la gata, en 1955, tuvieron un gran impacto social, prolongado en incesantes reposiciones y en grandes adaptaciones cinematográficas; ambas marcaron la plenitud del teatro clásico contemporáneo, antes de que llegaran las conmociones del teatro provocador, del teatro del absurdo, del teatro pánico y otras etiquetas que arrasaron en la Europa de la revolución social de los años sesenta. Ha pasado mucho tiempo, ciertamente, pero ambas obras mantienen una vigencia descomunal, una plenitud esplendorosa, al contrario que la mayoría de los que quisieron enmendarle la plana al gran dramaturgo americano. Y estos dos montajes actuales están a la altura necesaria, es más, son un canto glorioso al buen teatro.
Estrenó primero el CDN, eligiendo un formato austero, concentrando el texto, ciñéndose a la sala pequeña del teatro Valle Inclán. Un nico espacio asfixiante, un dormitorio en un lateral de la plantación de algodón, un piano coronado de bourbon, la sombra de un pianista, una frase en tubos de neón. Maggie se quema las garras y Brick se ahoga en alcohol víctimas de un pasado obsesivo, pero el nudo corredizo saltará al final.
Veinte días después, ayer mismo, llegó el turno del Teatro Español, en un estreno por todo lo alto y una producción a toda pastilla, con grandes proyecciones ambientales, una banda sonora trabajada, y todo el escenario ocupado por el comedor y el dormitorio de la modesta vivienda en Nueva Orleans donde Stanley y Stella viven a gusto hasta que llega la desestabilizadora Blanche du Bois.
Ambos textos son extraordinarios, una lección de observación, oficio y profundidad difícilmente alcanzable. Ambas obras son dramas extremos, pero no caen en tremendismos y están llenas de ironía, de fino humor, de humanidad. Marcan el cenit de una época anterior al sensacionalismo, donde la psicología mandaba sobre la acción; las palabras eran los verdaderos efectos especiales, a menudo espectaculares; los personajes eran complejos como las personas; el argumento se movía a ras de suelo y por tanto era creíble. Una época que parece ahora más auténtica que la nuestra, y que entonces dinamitamos sin piedad acusándola de falsa, de convencional, de falaz. Y era sólo una cuestión de formas, era sólo el simple cambio generacional. Qué equivocados estábamos.
Y cuánta razón teníamos, además. En ambas obras late el fantasma de la homosexualidad inconfesable, el fantasma que ulularía cada vez más insistente hasta derrumbar el canon milenario occidental y convertir a los segregados en poderosa élite en muchos ámbitos, entre ellos el teatral. En ambas obras hay una tragedia no asimilada convertida en tumor maligno, el sentimiento de culpabilidad expuesto como pocas veces se ha logrado. En las dos piezas el amor y la amistad pugnan por vencer una batalla perdida de antemano, y las relaciones fraternales son puestas en su sitio, no tan brillante desde luego como se nos obliga a creer. Pero sobre todo, la gata y el tranvía, o en orden cronológico, el tranvía y la gata, son dos brochazos vitales, dos estallidos de autenticidad, dos excavaciones en nuestro corazón de las que no se sale afortunadamente indemne.
El tranvía nos conduce hacia gente corriente que prefiere vivir sin complicaciones, que es ruda, que está resignada a no pedir a la vida lo que la vida no puede dar, a la que puede mirarse por encima del hombro, pero de la que mucho hay que aprender. Es una historia con moraleja: los errores del pasado deben asumirse cualquiera que sean pues si los pretendemos ocultar con la impostura, con la simulación, acabaremos en la locura.
La gata se sabe mala, capaz de todo, pero su lucidez y su pasión la dicen que sólo el amor y no la posesión pueden salvarla. Es también una historia con moraleja: mientras hay comunicación hay esperanza, a las parejas las ahoga el rencor de mil acumulados silencios.
En ambas triunfa el amor a pesar de todo. Lo hace con dificultades y sin brillanteces, como en la vida. Con alto precio, como sabemos todos.
Pero hablemos también de la realización. Sobresalientes los dos directores, imprimen al conjunto de recursos y al elenco un tono adecuado y bien distinto en cada caso. Más distanciado y experimental el de Rigola, más clásico el de Gas. Notables, las escenografías: de tonos oníricos la de la Gata, de realismo expresionista la del Tranvía. Ninguna pega a los dos equipos artísticos, con una iluminación certera en ambos. Y aplauso general a los dos repartos. Chantal Aimée y Vicky Peña están en su sitio, complejo, emocionante, desgarrador. Joan Carreras y Roberto lamo huyen con acierto del estereotipo cinematográfico de sus personajes. Bien casi todos los demás, destacando sin duda Ariadna Gil y Alex Casanovas.
Ciertamente, jornada optimista para el teatro español, que tiene de todo y bueno, y al que visto lo visto hay que exigir más ambición, más compromiso con la meta de la excelencia para desterrar oportunismos y banalidades.
Aconsejaríamos en fin a todo el que pueda esta ración doble de Tennessee Williams para volver a coger el gusto al buen teatro.
Calificación de los espectáculos,
Gata y Tranvía por ese orden (del 1 al 10)
Argumento, 6-7
Texto, 9-9
Dirección, 8-8
Interpretación, 7-8
Realización, 7-7
Producción, 7-8
GATA SOBRE TEJADO DE CINZ CALIENTE
de Tennessee Williams
Adaptación libre y dirección, lex Rigola
20 de enero a 27 de febrero de 2011
Teatro ValleInclán | Sala Francisco Nieva
Cetro Dramático Nacional
Traducción Joan Sellent
Escenografía Max Glaenzel
Vestuario Berta Riera y Georgina Viñolo
Caracterización Ignasi Ruiz
Iluminación Xavier Clot
Sonido Igor Pinto
Reparto (por orden alfabético)
Maggie, Chantal Aimée
Abuela, Muntsa Alcañiz
Abuelo, Andreu Benito
Brick, Joan Carreras
Mae, Ester Cort
Gooper, Santi Ricart
Pianista, Raffel Plana
Producción, Centro Dramático Nacional, Teatre Lliure
Duración: 1 hora y 30 minutos sin descanso
UN TRANVÍA LLAMADO DESEO
De Tennessee Williams
Dirección: Mario Gas
Del 4 de febrero al 10 de abril
Teatro Español
Reparto
Vicky Peña Blanche du Bois
Roberto lamo Stanley Kowalski
Ariadna Gil Stella Kowalski
lex Casanovas Harold Mitchell (Mitch)
Anabel Moreno Eunice Hubbel
Alberto Iglesias Steve Hubbel
Pietro Olivera Pablo Gonzales
Ignacio Jiménez Joven
Jaro Onsurbe Médico
Mariana Cordero Enfermera
Linda Mirabal-Jean Claude Voz en off.
Equipo Artístico
Versión Teatral José Luis Miranda
Escenografía Juan Sanz y Miguel ngel Coso
Vestuario Antonio Belart
Iluminación Juan Gómez-Cornejo (A.A.I.)
Sonido lex Polls
Proyecciones lvaro Luna
Ayudante de dirección Montse Tixé
Una producción de Juanjo Seoane.