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Tristán, Isolda y el arte del vídeo
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Tristán, Isolda y el arte del vídeo

Por José Catalán Deus
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jcdeustelefonicanet/6/6/17
lunes 13 de enero de 2014, 01:00h

En 2005 Peter Sellars y Bill Viola presentaron en París esta original producción de Tristan und Isolde de Richard Wagner, por encargo del entonces intendente de la Ópera de la Bastilla, monsieur Gérard Mortier, que la ha traído a Madrid a guisa de colofón de su finiquitada etapa. Más allá de otros méritos y deméritos, representa la irrupción incontenible de la imagen filmada en los escenarios operísticos. Por lo emblemático de esta ópera, por la duración y ambición de los vídeos de Viola, por su peso decisivo en la producción y su práctica monopolización de la escena, estamos ante la confirmación del vídeoarte como recurso esencial en la representación operística actual y futura. El estreno de ayer en el Teatro Real fue un éxito, la impactante innovación fue aceptada sin expresar reservas por su difícil pblico, y a la seducción poética de la imagen se sumaron una dirección musical y una interpretación vocal excelentes en un espectáculo armónico y subyugante.

Esta es una de las óperas capitales de la historia del género, toda una experiencia vital con visos conmovedores, un reto de casi cuatro horas de duración, casi una ceremonia de iniciación para neófitos y aficionados. Su ltima programación en el Teatro Real fue en 2008 en una producción del Teatro San Carlo de Nápoles con dirección musical de Jess López Cobos y dirección escénica a cargo de Lluis Pasqual. A nuestra reseña de entonces nos encomendamos para cuestiones generales de argumento y significado, con objeto de no perdernos en vericuetos e ir directamente a comentar la velada de ayer.

Inevitable resultar comenzar por la dirección artística de Peter Sellars. Es su cuarta intervención en el Real, todas de la mano de su amigo Mortier: dirigió el programa doble Iolanta y Perséphone, el año pasado montó Ainadamar y, en la presente temporada, The Indian Queen. Este montaje es por tanto anterior a todos ellos, muy distinto de concepción, y en nuestra modesta opinión superior en elegancia, concrección y riesgo. Es otro Sellars: a sus excesos intervencionistas y a sus libertinajes adaptatorios les precedió un respeto, una economía de medios y un control de la vacuidad que sin duda proceden de su inclinación budista y que haría bien en recuperar.

Destaca en primer lugar en este montaje, la modestia de Sellars, el que haya supeditado todo su trabajo a la enorme y ambiciosa propuesta de Bill Viola; a la inmensa pantalla que llena el escenario se supedita todo lo demás. Es como si estuviéramos en el cine, en un cine majestuoso dotado de un gigantesco escenario donde todo es negro, lento y casi estático, donde solamente existe un tmulo también negro de apenas dos metros de longitud donde se sientan, se suben, se arrodillan y yacen los dos protagonistas.

La atención se centra ineludiblemente en la proyección, pero su lentitud permite desviar la mirada, ecualizar la recepción, y sobre todo escuchar. Escuchar con detalle, como pocas veces las superproducciones detallistas permiten, cargadas de movimiento e incidencias. La imbricación en el mismo lentissimo tempo de sonido e imagen, movimiento y tono vitales, estimulaciones sensoriales y ambiente, crea una atmósfera de elevada trascendencia, de ceremonia sagrada, de expectación espiritual. Nada ocurre. Los personajes relatan interminablemente sus pasados y obsesiones sin apenas moverse del sitio.

Mientras avanza la obra, la pantalla proyecta alusiones fragmentarias, ralentizadas, que tienen por objeto paisajes naturales, fenómenos atmosféricos y las evoluciones siempre muy acuosas de dos parejas, la primera y más consistente denominada de cuerpos terrenales, la segunda y más etérea con sus proyecciones espirituales. La imagen está cuidadosamente sincronizada al desarrollo de la partitura. El trabajo de ósmosis ha sido minucioso; el resultado, convincente.

Dominando las imágenes digitalizadas el territorio a explorar, sin embargo no eclipsan la msica. No predominan, no invaden otras dimensiones sensoriales, no compiten, colaboran; no son agresivas, conviven en armonía con la escasa trama del libreto, las torrenciales intervenciones de los personajes, sus mínimas evoluciones en escena.

Al director musical Marc Piollet, una enfermedad del titular programado, Teodor Currentzis le ha dado la oportunidad de dirigir esta producción y ratificar su gran valía wagneriana. Es un parisino en la cincuentena que en el Real debutó con C(h)oeurs en 2012 (ver reseña) y repitió con Lelisir damore el pasado diciembre (ver reseña). En la primera apenas pudo apreciarse su aportación en medio del desbarajuste que supuso aquella desgraciada producción, aunque ya era valiente enfrentarse a catorce coros y preludios entremezclados de Verdi y Wagner; en la segunda, estuvo acertado y en su sitio.

Ayer, en perfecta sintonía con las imágenes de Viola, ofreció una versión trascendente y misticista de la partitura, unos tiempos ralentizados al máximo, una lectura todo lírica y nada épica, de contenida emoción, de sesión yóguica, casi de meditación trascendental.

Siendo tan destacable la contribución de Bill Viola, y excelentes las de Sellars y Piollet, lo más importante sin embargo es que las voces estuvieron a la altura de todo ello, más altas si cabe. Violeta Urmana va a conseguir, ha conseguido ya hacer de su Isolda una referencia epocale. Es una soprano/mezzosoprano falcon (del nombre de la mezzosoprano francesa Marie Cornélie Falcon, 1814-1897), es decir, lo que definen los sabihondos como una voz intermedia entre la soprano dramática y la mezzosoprano lírica, casi equivalente a la mezzosoprano ligera, una voz dramática de grave poderoso y de agudo potente, que irrumpió al comienzo de su carrera en el papel de Kundry en el Parsifal de Wagner y podría marcar época en su madurez con su lograda interpretación de Isolda. Viene de Viena y va a París interpretando este papel con el que ya se ha paseado por toda Europa. En el Real es bien conocida pues ha cantado en siete ocasiones anteriores. Citemos Un ballo in maschera (ver reseña de 2008), citemos una Norma en concierto en 2010 (ver reseña), citemos una presencia sensacional en el Macbeth de diciembre de 2012 (ver reseña), y su reciente participación, en julio pasado, en un Requiem de Verdi (ver reseña). Nada comparable a lo de anoche: fue una Urmana transmutada, iluminada, de impecable ejecución.

La secundó notablemente, aunque a menor nivel, el tenor estadounidense Robert Dean Smith, un excelente wagneriano que no es la primera vez que interpreta este papel en Madrid (como también ha cantado Parsifal) y que también lo ha cantado hace pocas semanas en la Staatsoper de Viena. Un especialista, sincero sin embargo a la hora de valorar las dificultades que el vulgo encuentra en Wagner: 150 años conviviendo con Tristán han hecho sus innovadoras armonías y su concepto de representación teatral y musical algo más accesible para el pblico en todo el mundo. Lo cierto es que Wagner todavía causa división de opiniones hoy en día, aunque por supuesto ya no tanto como en su época. Pero an hay parte de los espectadores que no valoran sus obras, sea por la razón que sea.

La pareja fue secundada de forma magnífica. En el rey Marke, Franz-Josef Selig, recibió una gran ovación final, y Ekaterina Gubanova fue una brillante Bragäne, lástima que su registro y el de Urmana coincidan y no hubiera más contraste en las voces femeninas. Nos gustó especialmente la planta y la presencia de un Kurwenal finlandés, Jukka Rasilainen, un bajo/barítono con personalidad. Cuando terminen en Madrid, Urmana, Dean Smith y Selig harán siete sesiones de este título en París el próximo mes de abril bajo la dirección de Philippe Jordan.

Coincidiendo con este Tristan und Isolde, el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando expone hasta el 30 de marzo Bill Viola [en diálogo] (ver reseña), cuatro videoinstalaciones del artista estadounidense incrustadas en su colección permanente, entre obras maestras de José de Ribera, Alonso Cano, Zurbarán, El Greco y Goya. Una manera de conocer mejor el trabajo de Viola, detallista y exquisito a pesar de necesitar un equipo casi cinematográfico, un trabajo que en este más reducido formato puede captarse con mayor precisión que en la gigantesca pantalla que llena el escenario del Real. Un altar al nuevo dios escenográfico, ambientes vídeoartísticos que podrían llegar a suplantar en un futuro cercano a la escenografía teatral material, reinante hasta ahora.

VALORACIÓN DEL ESPECTCULO (del 1 al 10)
Interés: 8
Partitura: 9
Libreto: 7
Dirección musical: 9
Dirección artística: 9
Orquesta: 8
Voces: 8
Escenografía: 8
Realización: 8
Producción: 8
Programa de mano: 8
Documentación a los medios: 8

Teatro Real
TRISTAN UND ISOLDE
Richard Wagner (1813 1883)
Acción en tres actos (1865)
Libreto del compositor
La Junta de Amigos del Teatro Real, a través de las donaciones de sus miembros, patrocina esta producción.

Equipo artístico

Director musical Marc Piollet
Director de escena Peter Sellars
Videoartista Bill Viola
Figurinista Martin Pakledinaz (1953-2012)
Iluminador James F. Ingalls
Director del coro Andrés Máspero

Reparto

Tristan, Robert Dean Smith
Isolde, Violeta Urmana
El rey Marke, Franz-Josef Selig
Bragäne, Ekaterina Gubanova
Kurwenal, Jukka Rasilainen
Melot, Nabil Suliman
Un marinero. Un pastor, Alfredo Nigro
Un timonel, César San Martín

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

El vídeo de Tristan und Isolde es una producción del Bill Viola Studio, en colaboración con la Ópera Nacional de París, la Asociación Filarmónica de Los ngeles, el Lincoln Center de Nueva York, la Galería James Cohan de Nueva York y la Galería Haunch of Venison de Londres.

Duración Aproximada
Acto I: 1 hora y 20 min.
Pausa de 30 min.
Acto II: 1 hora y 15 min.
Pausa de 30 min.
Acto III: 1 hora y 15 min.

Días 12, 16, 19, 23, 27, 31 de enero; 4, 8 de febrero de 2014, 18:00 horas
La función del día 23 será trasmitida en directo por Radio Clásica, de Radio Nacional de España.

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