Sheppard lo ha hecho todo a sus 71 años, decenas de piezas teatrales, decenas de películas, decenas de premios. Medio siglo de protagonismo que dan en Wikipedia para un enorme currículo. True West tiene casi tres décadas y media a las espaldas, y su estreno en Madrid coincide con su resurrección en Londres y sirve de presentación a una nueva sala de los Teatros del Canal que va a dedicarse a teatro de mayor nivel y formato pequeño para compensar la orientación comercial de sus dos grandes salas. La cita prometía pero fue decepcionante.
En una zona desértica de California sembrada de chalés residenciales, dos hermanos distanciados se instalan en la casa de la madre aprovechando que se ha ido de vacaciones. Uno es un buen chico, convencional aspirante a guionista de éxito; otro, medio maleante, marginado y bronquista. El bueno admira en el fondo al malo; el malo, querría volver a la sociedad y llevar una vida respetable como su hermano pequeño. Los caminos de ambos se cruzan con la llegada de un intermediario que busca ideas exitosas para el negocio cinematográfico; sus vidas se lían en un confuso entramado que les lleva a tener que colaborar a pesar de todo. Quería escribir una obra sobre la naturaleza doble, pero no una que fuese simbólica o metafórica. Quería expresar lo que se siente al tener dos lados. La naturaleza doble es real, explicará Sheppard de esta pieza a la que le han llovido los mayores elogios.
No nos parece que sea para tanto. En la línea anglosajona de dramas familiares tan prolífica en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo pasado, los dos personajes fraternales dan vueltas sobre sí mismos en una atmósfera más y más cargada de borracheras permanentes, destrucción de mobiliario, amago de peleas y continuos gritos y exabruptos. La llegada del intermediario de acento cubano es apenas un recurso para que ambas personalidades tiendan a mutar en la contraria, y la dadaísta llegada final de la madre sólo añade una nota trivial de contraste en la caldera humeante de los dos hermanos que se quieren y se odian, que oscilan como camaleones psicológicos entre la atracción y repulsión que marcan tan frecuentemente el territorio fraternal de los humanos.
Pero la escasa acción de la pieza, la simpleza de la trama y la superficialidad del texto van poco a poco colaborando a una pesadez argumental que los gratuitos modos violentos en el escenario no diluyen sino que agravan. La dirección de José Carlos Plaza es buena teniendo en cuenta que este tipo de teatro off se basa en la economía de medios; la puesta en escena es bella y sugerente; no contiene aportaciones novedosas, pero las barreras de arena roja sirve de contextualización poética y sugerente. Efectivos fundidos en negro; rasgueos de guitarra eléctrica en la senda de Ry Cooder, y un vestuario pasable salvo el despliegue espectacular del personaje materno, completan -nunca mejor dicho- el escenario. La producción es discreta pero evita la cutrez imperante en los pequeños formatos madrileños.
En lo relativo a la interpretación de los personajes, los dos protagonistas necesitan un notable esfuerzo y los dos actores encargados lo realizan con envidiable energía, sin tener la culpa de que la pieza les obligue a hacerse los borrachos durante toda la segunda mitad de la obra, con lo cansino y repetitivo que resulta. Austin y Lee cambian de registro con demasiada facilidad y demasiadas veces a lo largo de la pieza, pero eso no es culpa de los actores sino del texto de Sheppard.
En fin, el naturalismo americano de los años 80 tampoco puede a estas alturas deslumbrarnos. El mundo de la contracultura y las rentas visuales del american way of life ya son agua pasada, tan pasada como la que lamentábamos a propósito de Eugene ONeill y su largo viaje hacia la noche en la reseña teatral anterior. True West no termina de interesarnos ni de conmovernos.
Menos mal que por una vez alguien sale en nuestra ayuda, y el crítico del London Evening Standard, Henry Hitchings, opinaba juzgando la resurrección de la pieza en estos mismos días en Londres: La obra en sí es desigual y repetitiva, una sucesión de sólo a veces llamativos compases más que un todo satisfactorio (But the play itself is uneven and repetitive, a series of sometimes dazzling riffs rather than a satisfying whole).
El montaje por razones que nadie explica, tiene doble reparto en los dos protagonistas. En la velada siguiente al estreno, nos parecieron Luis Rallo como Austin y Alberto Berzal como Lee. Joaquín Abad e Inma Cuevas los secundan con graciosa extravagancia. Al final, el pblico no se mostró convencido y aplaudió con somera educación. El acceso a la sala, situada en las alturas del edificio, es mediante dos ascensores de capacidad para seis plazas: conviene llegar con antelación porque además las localidades no están numeradas.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 6
Texto, 6
Dirección, 7
Escenografía, 7
Interpretación, 7
Producción, 7
Documentación para los medios, 6
Programa de mano, 5
True West (El Auténtico Oeste)
De Sam Shepard
Entre el 8 y el 27 de septiembre de 2014
Sala Negra (sin numerar). Duración: 1h 35min.
Interpretación: Joaquín Abad, Alberto Berzal, Inma Cuevas, Israel Frías, Dani Gallardo y Luis Rallo.
Equipo artístico
versión: Cía. El Auténtico Oeste
dirección: José Carlos Plaza
msica de Mariano Díaz dobro interpretado por Borja Montenegro
vestuario: Felisa Kosse
diseño iluminación y escenografía: The Blue Stage Family
producción: Eslinga Producciones (Elisa Berriozabal y Óscar Ortiz de Zárate)
producción ejecutiva: Cía. El Auténtico Oeste y 94 West Producciones (Alberto Berzal, Israel Frías y Luis Rallo).