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Caída del cielo a trompicones
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Caída del cielo a trompicones

Por José Catalán Deus
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jcdeustelefonicanet/6/6/17
viernes 17 de febrero de 2017, 01:00h

Rocío Molina a sus 32 años acumula una brillante hoja de servicios en escenarios de todo el mundo. Debe sentirse segura para proponer este espectáculo que huye de la belleza y el equilibrio para entregarse a una estética del horror y extenderse en convulsiones y espasmos. Elimina casi por completo Caída del cielo toda referencia audiovisual al flamenco histórico, aplastado por oleadas de rock duro, descomunales despliegues de percusión, extravagante vestuario, divagaciones musicales por todos los confines, y una obsesión zapateadora que eclipsa el resto de las referencias al tronco del que nace, -desafiante y tortuosa-, esta propuesta, fallida sin remisión en nuestra opinión humilde.

Coreógrafa iconoclasta, ha acuñado un lenguaje propio cimentado en la tradición reinventada de un flamenco que respeta sus esencias y se abraza a las vanguardias. Radicalmente libre, ana en sus piezas el virtuosismo técnico, la investigación contemporánea y el riesgo conceptual, dice su biografía oficial. Acudíamos con interés ante tal declaración de intenciones, pues no se contenta nuestro ánimo artístico con lo ortodoxo y convencional, y busca siempre novedades. Un terreno en el que lógicamente el debe es enorme frente al poco haber. Y Caída del cielo se suma a los nmeros rojos.

Digamos ante todo que presentar un espectáculo de noventa minutos en danza contemporánea a cargo de un nico, en este caso nica protagonista, es algo que sólo se hace en el flamenco y que no se le ocurre a las mejores compañías de danza del mundo. Es absolutamente excesivo y agotador para el artista, y a menudo para el espectador. Dar a este espectáculo coherencia conceptual y formal excede a las posibilidades de la mayoría de los coreógrafos y por tanto no es de extrañar que Caída del cielo se exprese a borbotones, fragmentaria y desigualmente. Los ocho nmeros de que consta -y decimos ocho a ojo, porque la información detallada del contenido de la obra y los créditos de sus sucesivas partes brillan por su ausencia en la documentación disponible- son una sucesión variopinta de msicas y coreografías, de movimientos, vestuario e iluminación sin mucho orden y ningn concierto, en los que se intenta introducir algo sentido con proyecciones de la luna y recursos escénicos un tanto artificiales, como el solemne lavado de los pies de la artista.

Rocío Molina se excede en protagonismo hasta resultar cargante, heredando ese aspecto del flamenco tan discutible que es la chulería arrogante en escena de los bailaores. Se trata de presentar un modelo de mujer guerrera, de amazona desafiante, de hembra arrogante que se come al mundo y por eso ejerce de bailaora jactanciosa, una nueva modalidad inspirada en ese posfeminismo formalmente radicalizado que uno de los partidos políticos emergentes está poniendo de moda.

Nos parece entender que Molina y su hombre de confianza, Carlos Marquerie, han hecho un manifiesto de género, una exhibición impdica del Poder Hembra, una pieza por ovarios, ya que no por cojones. Un Poder de mujer cachas, que se desnuda en escena para que veamos que no está gorda, que está maciza como esas negras que sacaba Robert Crumb en sus inolvidables comics. Un Poder que abandona todo rasgo femenino para hacerse hercleo, atlético, deforme, sucio, estridente. Un mensaje que conecta con el radicalismo hembrista que ya desafía en nuestro país al feminismo convencional en la suprestructura cultural, esa de la que hablaba Marx un siglo antes de que Gramsci predicara su conquista previa a la del poder.

Así nos lo presenta -íbamos a escribir nos lo vende Marquerie: Un día, durante una sesión de trabajo, vi a Rocío bailar con una relación diferente con la tierra que pisaba y tuve la sensación de que en su bailar se establecía un vínculo entre sus ovarios y la tierra. Quizá existía de antes y yo no había sabido mirarla, o quizá es algo que los años y la madurez van dotando al baile de Rocío. Y entonces, ahí, en ese instante, pensé en ese descenso que buscábamos con esta obra y que no terminábamos de entender hacia dónde o desde dónde, y vi que quizá podría comenzar en esa conexión que el baile establecía entre la tierra y esos ovarios () Baila y ese vínculo entre ovarios y tierra se convierte en la celebración de ser mujer () Así, Rocío en esta celebración de ser mujer que es su baile, se nos antoja como la representación de tantas mujeres que cantan desde su cuerpo cada día diseminadas por todo el mundo.

Parece chiaro e tondo, que diría un italiano. A esa conexión mágica y ovárica colabora una asesora especial cuya tarea es definida como Ayuda a entender el suelo, un tablao de enorme resonancia y una cantidad tal de zapateado como para ganar el maratón de la especialidad.

Rocío Molina es sin duda una gran bailaora, que ha asimilado excelentemente las técnicas de la danza contemporánea, y que realiza una fusión interesante aunque desnortada. Sus cuatro mosqueteros interpretan notablemente una compleja banda sonora original de Eduardo Trassierra, cuyas intervenciones a la guitarra fueron lo más destacado de la velada. José ngel Carmona es una nueva edición de Camarón de la Isla, poderosa y salvaje, pero sin que nos transmitiera emoción. José Manuel Ramos Oruco aporta una presencia sosegante -mucho más importante de lo que parece- en el escenario, y Pablo Martín Jones lo salpica de ruidos electrónicos cuando no nos atruena con una batería más propia de Ac/Dc que del flamenco, por novedoso que sea.

Micrófonos violando una de las esencias, todo amplificadores para que el fragor sonoro disuelva cualquier resistencia en el espectador domeñado en un espectáculo salvaje, primitivo, brutal, como no debe haber muchos por esos escenarios del mundo. A los franceses les encanta vernos y juzgarnos como una tribu pasional no totalmente civilizada, capaz de los mayores excesos en todos los ámbitos, y apadrinando a Rocío Molina cumplen la tradición en la que ya habían inscrito a Pedro Almodóvar. A algunos españoles no nos gusta sacar tan alta nota racial aderezada con el peor mal gusto del mundo.

Pero por lo visto, sí que hay otros conciudadanos (y conciudadanas) encantados con este marchamo proverbial y en desarrollo, y muchos poblaban el Teatro Español la tarde del estreno. Éxito arrollador, un estallido de jbilo en las butacas rubricó esta caída del cielo.

Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 7
Concepto: 5
Coreografía: 6
Interpretación: 8
Msica: 7
Vestuario: 5
Escenografía: 5

Teatro Español Sala principal
CAÍDA DEL CIELO
Un espectáculo de Rocío Molina
Del 16 al 18 de febrero de 2017

Baile Rocío Molina
Guitarras Eduardo Trassierra
Cante, bajo eléctrico José ngel Carmona
Compás, percusiones José Manuel Ramos Oruco
Percusiones, electrónica Pablo Martín Jones

Codirección artística, coreografía y dirección musical: Rocío Molina
Codirección artística, dramaturgia, espacio e iluminación: Carlos Marquerie
Composición de msica original: Eduardo Trassierra
Colaboración en la composición musical: José ngel Carmona, José Manuel Ramos
Oruco y Pablo Martín Jones
Ayuda a entender el suelo: Elena Córdoba
Diseño de vestuario: Cecilia Molano
Fotografía: Pablo Guidali
Una producción de: DANZA MOLINA S.L. / THÉÂTRE NATIONAL DE CHAILLOT (PARIS) en colaboración con el INAEM.

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