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Modigliani y su tiempo, por J.C.Deus

Modigliani y su tiempo, por J.C.Deus

Por José Catalán Deus
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jcdeustelefonicanet/6/6/17
lunes 25 de febrero de 2008, 01:00h

Modi fue un apuesto italiano con la suerte de caer hace un siglo en medio de aquella eclosión de pintores que creó en París el arte del siglo XX. La suerte, y la desgracia, porque el desafío era imponente. Vivió deprisa y murió joven. Y dejó la obra justa y el malditismo suficiente para convertirse en fabuloso negocio de marchantes y pieza codiciada de riquísimos. Hace una década hicieron una desgraciada película para mayor gloria de su memoria, en la que su hija no encontró mejor manera de elevar la figura de su padre que la de compararla a un Picasso caracterizado de malvado, envidioso, cruel e insensible. Ahora el azar ha puesto su gran retrospectiva española en un extremo del Paseo del Prado pocos días después de que llegara al otro extremo del paseo, al Reina Sofía, una apabullante selección del Museo Picasso de París. Eso puede permitirnos comparar a ambos. Y comprender que si Modigliani fue un elegante y manierista párrafo, Picasso fue una ingente y volcánica enciclopedia. Sin desdoro para Modi, la tristeza de sus retratos y la turgencia de sus desnudos.

Modigliani y su tiempo recorre la obra de este consagrado artista con la novedad de que lo hace poniéndola en contacto tanto con los grandes maestros que influyeron en él Cézanne, Picasso o Brancusi-, como con sus amigos de Montparnasse, Marc Chagall, entre otros. La exposición sigue un discurso cronológico y está estructurada en dos grandes secciones correspondientes a la relación de Modigliani con sus maestros, -en las salas del Museo Thyssen-Bornemisza-, y con sus amigos, en la sede de la Fundación Caja Madrid.

La producción del italiano fue poca y de ella han triunfado hasta nuestros días sus retratos, género al que se dedicó desde 1915 como principal medio de subsistencia, y los desnudos, en su tiempo escandalosos, que abordó desde sus primeros años en París.

Sus retratos de mujeres son siempre la misma triste e inconfundible dama, cuyo cuello e inclinación de cabeza es uno de los momentos más delicados de la pintura del siglo XX. Sus esculturas trasmutaron brujos africanos a salones con vistas a la Tour Eiffel. Sus desnudos inventaron el Play Boy.

Se exhiben obras procedentes de grandes museos e instituciones, como la National Gallery of Art de Washington, la Tate de Londres, el Moma de Nueva York, el Georges Pompidou de París, y el Metropolitan o el Guggenheim de Nueva York.

OPINIONES

Para Francisco Calvo Serraller, un estilo muy personal al margen de la adscripción formal del artista a ningn movimiento de la vanguardia, es el que ha dejado circunstancialmente a Modigliani en una posición marginal, segn el relato establecido por la historiografía artística del arte canónica del XX, hoy en completa revisión. En este sentido, la etiqueta de miembro de la Escuela de París nos resulta actualmente inservible, pero no sólo por su ambigua naturaleza de cajón de sastre donde va a parar todo lo que no cabe en un esquema preestablecido, sino, sobre todo, porque hoy se impone una visión más transversal que lineal de la historia de la vanguardia.

Le interesaba, sobre todo, el paisaje humano. Porque un cuerpo puede muy bien ser un país, que se estira hasta el infinito. El famoso alargamiento de sus figuras es ciertamente una estilización, que Modigliani recogió no sólo del manierismo

Sus desnudos femeninos, incluso los más estilizados, poseen la firmeza, la elasticidad y la frescura de la naturaleza eternamente renovada, pero en sus rostros habita la nostalgia, la consciencia de lo temporal.

Modigliani muere en 1920, justo en el momento en que triunfa el retorno al orden en el que él se había mantenido durante la febril experimentación, destructiva y constructiva, de los cubistas.

Vicente Molina Foix, dice por su parte:

El pobre Modigliani!. La dicen los amigos del pintor, algunos de ellos pintores, poetas otros, o los simples compañeros de farra en las noches de Montparnasse; la decían las chicas que fueron sus modelos y amantes ocasionales, y lo peor es que también la utilizó, durante un largo tiempo.

Entrañable y a ratos insoportable. Enternecedor cuando el orgullo o la ira le dejaban serlo. Más querido y compadecido que artísticamente apreciado. Modigliani tuvo en su corta vida devotos, protectores, algn que otro admirador, y la propia insatisfacción o ansiedad que él sintió hasta poco antes del final respecto a su obra fue, naturalmente, reflejada en el desconcierto, envuelto a veces en palabras amables, de quienes sólo vieron en él a un artista prometedor sin logros definitivos. Tan marginal resultaba, tan anómalo, que incluso Gómez de la Serna, dotado de un ojo perspicaz y una generosa disposición a detectar corrientes y darles nombre, le negó al italiano un estilismo propio, encajándolo a duras penas, en su libro Ismos (1931) dentro del lotheísmo y el riverismo (siendo André Lothe y Diego Rivera pintores seguramente menores que él). Y también Ramón le aplica el tratamiento conmiserativo en unas breves líneas de resumen: el pobre Modigliani, que se tiró por un balcón y detrás de él su amada, matándose los dos sobre las losas funerarias de la acera.

MODI Y SUS MAESTROS

La primera parte de la exposición está organizada en este orden:

Las grandes retrospectivas

Al poco tiempo de llegar a París en enero de 1906, Modigliani se apuntó en la Académie Colarossi y visitó las principales galerías de la época, donde pudo contemplar obras de Gauguin, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Cézanne, Matisse y el joven Picasso. Al entrar en contacto con el ambiente artístico de la capital, no sólo comprendió la inutilidad de su formación académica, sino que chocó con la negación del arte del pasado por parte de la vanguardia emergente.

Los primeros años de Modigliani en la capital francesa coincidieron con algunas de las retrospectivas que habrían de cambiar el curso del arte contemporáneo, como las organizadas por el Salon dAutomne en homenaje a Gauguin y Cézanne en 1906 y 1907, respectivamente. En la obra de Cézanne, en particular, Modigliani vio ratificado su interés por los maestros antiguos sin renunciar a un lenguaje plenamente moderno.

Son escasas la obras de la primera época de Modigliani que han llegado a nosotros, debido en gran medida a su costumbre de abandonar apresuradamente sus estudios para no tener que enfrentarse al impago de los alquileres. En las obras aquí reunidas vemos cómo el artista italiano intenta forjar su propio estilo asistido por el ejemplo de Cézanne, Gauguin, Toulouse-Lautrec, Munch y Picasso. Paul Cézanne

Una lección de escultura

Desde antes de su llegada a París, Modigliani había expresado su intención de ser escultor. El ejemplo del arte africano fue un revulsivo en este sentido, y ya en 1908 realizó sus primeros estudios de cabezas y cariátides, inspirados en máscaras africanas. En 1909 Modigliani se trasladó a Montparnasse, barrio que por entonces empezaba a desbancar a Montmartre como centro de la vida artística parisiense. Allí conoció al escultor rumano Constantin Brancusi, quien le animó a emprender la talla directa en piedra. Durante cinco años aproximadamente, Modigliani abandonó casi por completo la pintura y se dedicó a esculpir, primero empleando materiales duros como el mármol y luego piedras más blandas como la arenisca, a las que intentó dotar de un aspecto masivo e intemporal. Su labor como escultor habría de resultar fundamental para la conformación de su estilo pictórico maduro.

Retratos (I)

Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, a la dificultad de Modigliani para dar salida en el mercado a sus esculturas se unió la paralización de la construcción de edificios y la consiguiente imposibilidad de hacerse con bloques de piedra para esculpir. Por otra parte, su frágil salud era cada vez más sensible a la irritación que el polvo de la piedra causaba en sus pulmones. Cuando aquel mismo verano de 1914 el escritor Max Jacob le presentó al marchante Paul Guillaume, Modigliani todavía no había abandonado del todo la escultura. No obstante, se declaró pintor y con ello determinó su posterior dedicación al retrato.

Sus primeros retratos de 1914 son todavía deudores de la paleta fauve. Dan paso a un periodo en el que predomina el ejemplo de la ordenación plástica cubista. Desde 1917 encontramos ya el estilo maduro del artista italiano, caracterizado por la síntesis entre línea y volumen plástico. A diferencia de otros artistas del siglo xx como Derain, Picasso o Gris, Modigliani mantuvo siempre en sus retratos el equilibrio entre la arquitectura formal de la obra y la fidelidad a la fisonomía individual del modelo representado. Entre los retratos aquí reunidos destacan los de los pintores Diego Rivera y Juan Gris, el del escritor judío Max Jacob, los de Madame Zborowska y el de la compañera de Modigliani, Jeanne Hébuterne.

Desnudos (I)

Modigliani abordó el tema del desnudo femenino desde sus primeros años en París. Sus primeras obras están todavía dotadas de un acusado componente expresivo, acorde con la concepción simbolista del cuerpo femenino como fuente de pecado. Más adelante, sus desnudos se fueron desembarazando de todo contenido moralista para abrazar la sensualidad mediterránea.

En 1917, coincidiendo con la madurez de su obra, Modigliani emprendió a requerimiento de su amigo y nuevo marchante, Léopold Zborowski, su popular serie de desnudos recostados. Zborowski pensaba satisfacer con ella la demanda de los coleccionistas más audaces. Sin embargo, las cerca de treinta obras pintadas entre 1917 y 1919 en el apartamento de Zborowski no recibieron la acogida esperada. Modigliani recurrió en ellas al ejemplo del arte del pasado -desde la Venus de Giorgione hasta la Maja desnuda de Goya-, aplanando el cuerpo femenino a la manera iniciada por Ingres y culminada por Picasso. Pero por encima de todo fue su carga erótica, acorde con la libertad sexual del Montparnasse de los años diez, la que escandalizó a cuantos las contemplaron.

MODI Y SUS AMIGOS

La segunda parte, consta de estos apartados:

Retratos (II)

Los retratos conforman el grueso de la producción artística de Modigliani. Además de constituir su principal medio de subsistencia, a través de ellos el pintor italiano se asoma a la gran variedad racial y cultural del París del segundo lustro de los años diez, llegando a conformar un verdadero mosaico de la vida de Montparnasse. Durante su estancia en Cagnes y Niza, entre 1918 y 1919, Modigliani también pintó a campesinos y gente del pueblo. El retrato era para él una manera de abrirse al otro, de penetrar en otras vidas.

En Montparnasse, Modigliani conoció a los protagonistas del arte francés de los años diez y veinte, algunos de los cuales también dedicaron al retrato una parte importante de su obra. Entre los más cercanos al artista italiano destacan los también judíos Chaïm Soutine y Moïse Kisling, a quienes frecuentó desde 1913. En su obra, Soutine despliega un expresionismo furioso que deforma y consume a los personajes representados. Kisling, mucho más contenido, envuelve a sus figuras en un vivo cromatismo y una luz intensa.

Desnudos (II)

La presente sala incluye, como prolongación de las obras expuestas en el Museo Thyssen-Bornemisza, uno de los desnudos recostados más conocidos de Modigliani. El desnudo en los artistas de Montparnasse protagoniza la sala alta de la Fundación Caja Madrid. Aquí encontramos, además de dos espléndidas pinturas de Modigliani -a medio camino entre retrato y desnudo-, obras de Van Dongen, Suzanne Valadon (a quien Modigliani siempre consideró su madre adoptiva), los pintores judíos Marc Chagall, Moïse Kisling y Jules Pascin, y el pintor japonés asentado en Montparnasse, Tsugouharu Foujita.

Todos juntos, cada uno con su estilo propio, evidencian la rica variedad del arte parisiense de la primera y segunda década del siglo xx, que no puede reducirse a las etiquetas de los diversos ismos.

Paisajes

Acostumbrado a trabajar con modelos vivos, Modigliani no prestó mucha atención al paisaje hasta que, durante una estancia en el sur de Francia, la carencia de modelos profesionales le incitó a visitar este género. La escasa media docena de paisajes que se conservan del artista italiano son obras cercanas a Cézanne, Braque o Derain, aunque también anticipan un modelo de paisaje austero y melancólico, próximo a la escuela metafísica italiana.

Lejos de la contención de Modigliani, los paisajes encendidos y convulsos de Soutine pintados en el sur de Francia dan rienda suelta a la subjetividad de su autor. Maurice Utrillo -uno de los artistas más próximos a Modigliani- hizo también de sus paisajes urbanos de París el eje de su pintura, dentro de un tardo-impresionismo exento de durezas. En Chagall, por contra, prima la visión fantástica y onírica, pintada con la libertad formal que le otorgó el conocimiento del cubismo. En el caso de Léopold Survage -pintor que acogió a Modigliani en su casa durante buena parte de su estancia en Niza- el cubismo sintético se entremezcla con un colorido brillante, casi fauve.

Dibujos

El dibujo fue una constante fuente de experimentación plástica para Modigliani, al tiempo que su principal medio de subsistencia. Vecino de Montparnasse desde 1909, Modigliani recorría diariamente los cafés para retratar a los transentes sentados en sus terrazas. Hacia el mediodía, con lo que había obtenido por sus dibujos, tenía bastante para subsistir hasta el día siguiente. Como el crítico británico Clive Bell señaló en vida del artista, Modigliani fue ante todo un extraordinario dibujante y ello es patente en las obras aquí reunidas.

AMEDEO

Amedeo Modigliani nace en Livorno el 12 de julio de 1884, cuarto y ltimo hijo del matrimonio compuesto por Flaminio y Eugenia, ambos judíos sefarditas. En julio del mismo año sobreviene la bancarrota de los negocios familiares, coincidiendo con una crisis generalizada en toda Italia y la familia se ve obligada a trasladarse a una casa más modesta. Durante su infancia, Amedeo frecuenta a su abuelo Isaac que le recita poemas, le habla de filosofía y le cuenta historias sobre las obras de arte contempladas en sus viajes por Europa. En 1895 sufre su primer ataque de pleuresía que, junto con la infección pulmonar que contrajo en 1900, marcarían el rumbo de una existencia corta y plagada de enfermedades. En 1902 Modigiani se inscribe en la Escuela Libre del Desnudo de Florencia, donde asiste a las clases de Fattori; y en 1903 ingresa en el Instituto de Bellas Artes de Venecia, ciudad en la que traba amistad con el pintor chileno Manuel Ortiz de Zárate, recién llegado de París, que le habla de Toulouse-Lautrec, Gauguin, Van Gogh y Cézanne, lo que suscita en él un fuerte deseo de marchar a la capital francesa.

En 1906 se traslada a París, instalándose en Montmartre; conoce a Picasso y al grupo de artistas y escritores que rodean al pintor malagueño: Apollinaire, André Derain, Max Jacob, Maurice de Vlaminck o Kees van Dongen, entre otros. En 1907 participa en el Salon dAutomne, donde contempla con admiración la obra de Paul Cézanne. A raíz de las obras expuestas en el Salon establece contacto con Paul Alexandre, que se convertirá en su mecenas y amigo. Ambos frecuentan el Musée Ethnographique del Louvre, el Trocadero, así como tiendas de souvenirs y antigedades en busca de arte primitivo. Su familiarización con el arte negro será fundamental en la gestación de su obra escultórica.

En 1909 decide trasladarse a Montparnasse donde conoce a Brancusi, quien le reafirma en la necesidad de retornar a la talla directa y le sirve de guía en el terreno práctico. Entre ese año y 1915 se dedicara fundamentalmente a la escultura, aunque sin dejar totalmente de pintar. Con el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914 llega el fin de los años felices: Braque, Derain y Paul Alexandre, entre otros, son movilizados; Kisling y Zadkine se unen a la Legión Extranjera, Modigliani también lo intenta, sin éxito. Ese mismo año, conoce a Beatrice Hastings con la que inicia una relación tormentosa y frecuenta el círculo intelectual formado por Archipenko, Jean Cocteau, Juan Gris, Lipchitz, Picasso, Erik Satie y Max Jacob. Este ltimo le presenta al marchante Paul Guillaume, figura que supondrá un apoyo fundamental en una época en la que, a causa de la guerra, habían disminuido los compradores de arte y no volvería a recibir ayuda económica de su familia.

A comienzos de 1917 Modigliani conoce a Jeanne Hébuterne, una joven de diecinueve años, de carácter introspectivo y estudiante de pintura, con la que inicia una relación. En diciembre de ese mismo año se celebra en la Galerie Berthe Weill la nica exposición monográfica del pintor en vida. El mismo día de la inauguración, la policía interviene para poner fin al escándalo suscitado por uno de los desnudos visible en el escaparate.

Ante la amenaza de la entrada del ejército alemán en París, la pareja se traslada en abril de 1918 a Niza, donde Jeanne da a luz a una niña, Jeanne. Allí, a falta de modelos profesionales, Modigliani pinta niños, obreros, asistentas y gente de la calle. También lleva a cabo paisajes, género en el que no se siente del todo cómodo. Su motivo predilecto sigue siendo Jeanne. Mientras Modigliani permanece en Niza, en París se celebra la exposición Peintres dAujoudhui que recibe un amplio eco. El artista italiano es considerado por la crítica como uno de los pintores más importantes de su generación.

En el verano de 1919 se celebra en Londres la muestra Exhibition of French Art, 1914-1919, que recibe una gran aceptación de crítica y pblico y en la que Modigliani es el artista mejor representado. Modigliani comienza a sufrir frecuentes ataques de tos que desembocan en hemorragias. Pese a su debilidad creciente, se niega a visitar al médico. Cae enfermo y se ve obligado a pasar varias semanas en cama, hasta que a mediados de enero de 1920 es trasladado inconsciente al Hôpital de la Charité. El 24 de ese mes Modigliani fallece. Dos días después, Jeanne se suicida arrojándose del quinto piso del apartamento de sus padres. El 27 de enero se celebra el funeral en el que una multitud se agolpa para acompañar el cuerpo de Modigliani al cementerio de Père Lachaise.

La muestra se podrá visitar hasta el 18 de mayo.
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