Valle-Inclán escribió Luces de Bohemia en 1920, bautizando como esperpento la tradicional forma tragicómica de ver la vida tan propia de la literatura y el teatro español. No inventa nada sino que se apunta a un concepto estético cuya paternidad Valle atribuía a Goya pero que viene cargado de lazarillos y celestinas por los siglos de los siglos. Pero no creamos que es cosa sólo nuestra, aunque sea tan nuestra.También esa deformación matemática conseguida a través del rebote de la realidad en los espejos cóncavos, nos recuerda a los mltiples recursos de estilización y distanciación utilizados por algunos de los más importantes clásicos del teatro, desde Aristófanes a Beckett pasando por Shakespeare y Brecht, nos dicen los responsables de este montaje.
Valle se inspiró en la vida de un poeta fracasado, conocido suyo, Alejandro Sawa, aquí convertido en Max Estrella, que hace un viaje iniciático y noctívago por el Madrid más sórdido, lumpen e intelectual. Le acompaña Latino de Hispalis, y ambos se rodean de personajes turbulentos y situaciones grotescas que se suceden a lo largo de los dos días en los que pululan por la ciudad, entre la fauna precursora de la Movida, sin dejar de subir hasta las alturas de un periódico y el ministerio del Interior, denominado hasta ayer de Gobernación, siempre de infausta memoria y de no mejor presente.
Dice la Wikipedia reflejando una idea generalizada, que se trata de una parábola trágica y grotesca de la imposibilidad de vivir en un país deforme, injusto y opresivo. Pero Luces de bohemia no ha sido entendida nunca, o sólo entendida a medias. Aunque hay la consabida y manida crítica a este país nuestro, lo importante es que sus protagonistas tienen una segunda lectura mucho más interesante: se creen víctimas pero son culpables; hablan mucho pero hacen nada; repiten y repiten sus virtudes pero actan como truhanes; se quejan de todo pero son unos vagos redomados; protestan por el favoritismo y el amiguismo, pero lo usan en cuanto pueden. Son auténticos españoles. Y lo que es más importante, son auténticos intelectuales españoles: del predicar y no dar trigo, del sembrar vientos que traen tempestades, del hablar vacuo, del gritar mucho.
Ignoramos si Valle Inclán lo hizo a propósito -esta doble lectura por la que sus personajes demuestran ser dignos de las mismas críticas que ellos reparten- pero en todo caso dejó ahí esta maravilla todavía casi inédita de crítica profunda y conocimiento amplio de la naturaleza española y humana. Prueben a verla así, y descubrirán una nueva y mejor dimensión en el Valle-Inclán tópico, gastado y convertido en esperpento de sí mismo por el seguidismo acomodaticio dominante.
Nos inclinamos a pensar que no era consciente de que no solamente don Latino de Hispalis era un cantamañanas, aprovechado y miserable, sino que el mismo protagonista Max Estrella es un inconsecuente, rencoroso, iracundo papanatas, que desprecia todo lo que dice defender, cae en el amiguismo que critica, y se hunde en la miseria física y mental a pulso propio y no por culpa del prójimo. Y todo ello enmarcado en la tradicional importación superficial y oportunista de ideas ajenas, modernistas o teosóficas, leninistas o anaquistas, adoptadas sólo como disfraz para ocultar las muchas miserias propias. Igual que hoy día hacen tantos supuestos progres o neocon, tantos supuestos antiglobalistas o liberales, tantos ecologistas, feministas, buenistas y rebeldes de salón. De salón, no; de la taberna de siempre, del café de ayer, de la barra del bar de ahora. Esos borrachos gritones que abudan en nuestra literatura. Tanto marchoso que te cruzas por la calle todo el santo día.
Una carta de Valle-Inclán a Rubén Darío parece demostrar que estas luces de bohemia eran las de un conocido suyo, cuyo triste destino utilizó para dar vida a su protagonista, distorsionando esperpénticamente al personaje original en los espejos cóncavos de su cabeza: Querido Darío: Vengo a verle después de haber estado en casa de nuestro pobre Alejandro Sawa. He llorado delante del muerto, por él, por mí y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada, usted tampoco, pero si nos juntamos unos cuantos algo podríamos hacer. Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones. El fracaso de todos sus intentos para publicarlo y una carta donde le retiraban la colaboración de sesenta pesetas que tenía en El Liberal, le volvieron loco en sus ltimos días. Una locura desesperada. Quería matarse. Tuvo el final de un rey de tragedia: loco, ciego y furioso. Por eso Max Estrella no es Alejandro Sawa, es un ánima ficticia del callejón del Gato.
Esta obra está considerada entre lo mejor de don Ramón. Estamos de acuerdo en que es uno de los textos esenciales del teatro español del siglo XX, inspiración directa de muchos otros, sin ir más lejos de La taberna fantástica que acaba de verse en Madrid.
Llega al CBA de la mano de una compañía aragonesa, Teatro del Temple, de trayectoria prestigiosa, bien dirigida e interpretada, pobremente producida. Su principal virtud es la fidelidad al original y el trabajo de los actores en acentos y dejes diversos, tan escaso en el teatro español donde todas las voces suenan lo mismo. Su principal defecto sería querer añadir más esperpento al esperpento, cuando la obra necesitaría apaciguamiento distanciador. Los protagonistas, -Ricardo Joven y Pedro Rebollo- lo hacen bien pero obligados a exagerar. Del reparto, destaquemos a Gabriel Latorre.
Surgida 1994 de la fusión de dos compañías con el espectáculo Rey Sancho, escrito por Alfonso Plou y dirigido por Carlos Martín, en estos años se ha consolidado; sus montajes han recibido diversos premios, entre otros el Max al mejor espectáculo revelación en 2003 por Picasso adora la Maar. A finales de enero de 2007 presentaron Yo no soy una Andy Warhol, y trajeron dos espectáculos a Madrid, Fin de Partida de Samuel Beckett, y Sonetos de amor y otros delirios. Con esta ltima obra fueron de nuevo finalista en los premios Max al mejor espectáculo revelación.
La acción en un Madrid absurdo, brillante y hambriento, indica el autor al comienzo. Carlos Martín parte de una buena aunque hoy día frecuente idea de representación. Pero los paneles móviles son feos; vestuario y msica no ayudan demasiado. Es una pena el aire general pobretón de la representación, aquí se puede y se debe hacer más.
El mundo es una controversia, dice el tabernero Picalagartos cerrando la obra. Un esperpento, responde el oportunista sin principios don Latino. Cráneo privilegiado!, rubrica el imprescindible borracho de turno. Luces de bohemia es el irónico título de una pieza que podía titularse sombras de intelectualidad. Es lo que la hace plenamente actual.
Luces de bohemia
de Ramón María del Valle Inclán
Teatro del Temple
Dirección Carlos Martín
Msica original Miguel ngel Remiro
Coordinación Alfonso Plou
Directora de producción María López Insausti
Producción Teatro del Temple
Reparto
Ricardo Joven, José L. Esteban, Rosa Lasierra, Gema Cruz,
Jorge Usón, Francisco Fraguas, Javier Aranda, Gabriel Latorre
Círculo de Bellas Artes de Madrid
Horario:
Miércoles, viernes y sábado 20:00 h
Martes, jueves y domingo 19:00 h
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