Jean-Léon Gérôme (1824-1904), fue un pintor francés célebre en su época, despreciado durante un siglo y rehabilitado ahora, un tradicionalista opuesto frontalmente a las vanguardias que pugnaban por abrirse paso, un hombre dotado de un gran olfato comercial que le hizo rico, un talante independiente que se reconstruyó a sí mismo como escultor en la segunda mitad de su vida, y un precedente individualista de las superproducciones cinematográficas de ambiente histórico de la mitad del siglo XX. El Thyssen-Bornemisza nos presenta a este desconocido creador gracias a la campaña personal de rescate de los grandes maestros franceses del siglo XIX emprendida por su director, Guillermo Solana, que ya trajo fruto del mismo impulso la retrospectiva de Fantin-Latour, y que conecta con un movimiento de péndulo previsible después del culto al Impresionismo y un siglo de prejuicios que ha ocultado todo lo que no fuera aquella vanguardia.
Estamos ante un pintor accesible, de los que fascinaban al gran pblico antes de que cualquier mindundi se creyese un erudito. Accesible no quiere decir improvisador o superficial, pues consciente de que también en pintura el guión -la idea- es lo básico, documentaba y codificaba de forma excelente el tema elegido hasta convertir sus imágenes en concentrados de historia o colecciones de referencias imbricadas de forma fantasiosa. Escenas en cinemascope y technicolor antes de que nos fascinaran en el cine del barrio un siglo después.
Del Musée dOrsay parte la iniciativa de esta primera monográfica europea de Gérôme. La selección de óleos y esculturas que podrá verse en Madrid es una versión reducida de la gran retrospectiva mostrada en los ngeles y en París a lo largo de 2010. Cerca de 60 obras, entre las que se encuentran algunos de sus mejores trabajos, abarcando todos los aspectos de su larga y prolífica trayectoria artística.
Se trata de uno de los pintores representativos del academicismo francés, y sobre todo de uno de los grandes creadores de imágenes del siglo XIX, con su concepto teatralizado de la pintura de historia y su interés por el exotismo de Oriente.
Usó la fotografía para promocionar sus obras, y en Estados Unidos desde los años setenta del siglo XIX fue uno de los artistas más admirados y coleccionados. A petición de su marchante y editor, Adolphe Goupil -que másadelante se convertiría en su suegro-, desde 1859 Gérome empezó a utilizar reproducciones fotográficas y estampas para divulgar sus trabajos y supo adaptar su obra a los criterios editoriales, combinando hábilmente los temas anecdóticos que garantizaban su éxito popular con una composición pensada para su adaptación al formato más reducido del grabado o del revelado fotográfico. An con los reproches por parte de la crítica artística del momento -fueron durísimas las críticas de Émile Zola, por ejemplo-, Gérôme logra crear así imágenes impactantes que marcan la memoria del espectador.
De perfecta factura, con una absoluta precisión del dibujo y maestría en el uso de los pigmentos, a pesar de la apariencia academicista en sus temas y composiciones, su obra mantiene con la modernidad una relación más compleja de lo que parece, y es en este aspecto donde los análisis historiográficos más recientes se han centrado para la revaloración de su figura y de su arte.
Convivían en él simultáneamente la ambición romántica de reproducir los temas de la Antigedad clásica, de Oriente o de la historia de Francia, con el impulso racionalista de dar una información veraz, de que la escena fuera plausible. En este sentido, destaca su afán por ofrecer algo genuino y preciso, basándose rigurosamente en las investigaciones científicas y arqueológicas de su época, su novedosa concepción de la escenografía, adelantándose en el tiempo e inspirando directamente escenas de las grandes
producciones cinematográficas de temática histórica, sobre todo las basadas en la Roma clásica de realizadores como Cecil B. DeMille o Mervyn LeRoy,
entre otros muchos. Sin duda, la gran difusión de la obra de Gérôme en Estados Unidos tuvo una gran incidencia en esta fuente de inspiración para el gran cine de Hollywood. Esta doble identidad de su obra, a la vez científica y popular, es la raíz de su posible atractivo hoy en día para el pblico.
TRAYECTORIA VITAL Y ARTÍSTICA
Con el cuadro Pelea de gallos que presenta en el Salón de 1847, logra un gran éxito, se revela como un nuevo talento para el pblico, empieza a recibir sus primeros encargos oficiales y es proclamado jefe de filas de una nueva escuela, los neogriegos, que pintaban representaciones costumbristas de una Antigedad humanizada e intimista, y por supuesto idealizada.
Gérôme abandona pronto el estilo neo-griego y se entrega a una obra orientalista a partir de los bocetos realizados durante sus numerosos viajes por Oriente Próximo, sobre todo a Egipto y Asia Menor, así como de las fotografías tomadas in situ por sus compañeros de viaje. Recrea con un poder de seducción superior a la realidad, mezcla elementos de Persia y Egipto, de Turquía y el Magreb, y el resultado es un paraje personal que se parece a todo sin parecerse a nada.
El ncleo central de la exposición lo constituye una magnífica representación de su pintura de historia, incluyendo los grandes temas que centraron su atención: la Roma antigua, las escenas napoleónicas y las del reinado de Luis XIV. Prefiere representar en sus cuadros de historia no el
momento culminante de un hecho histórico sino la anécdota, la escena inmediatamente anterior o posterior al momento álgido. De la misma manera, los protagonistas no ocupan el centro de la imagen. Sus eruditas representaciones de la civilización romana y el culto por el detalle arqueológicamente exacto han servido de referencia como decimos para realizaciones cinematográficas del género: óleos como La muerte de César (1867) o Pollice Verso (1872) muestran escenas con un paralelismo evidente en cintas emblemáticas como Quo Vadis de Mervyn LeRoy (1951) o Ben-Hur
de William Wyler (1959).
En 1878 se recicla en escultor y adopta una policromía entonces vetada por los popes académicos. Renovó sin duda la escultura figurativa. El afán por el detalle y por la verdad arqueológica alcanza
en su obra escultórica y pictórica de esos años el ilusionismo y el
trampantojo llevados casi hasta la obsesión. Fabulosos cuerpos femeninos, palpitantes mujeres, vívidos bustos. Una de sus esculturas
pintadas más famosas, Tanagra (1890), nos muestra también su gusto
por la auto-cita, en un juego de espejos entre la obra esculpida y la
obra pintada. Al final de su vida, la representación del escultor
trabajando en su taller se convertirá en tema recurrente de numerosos
trabajos, muchos de ellos autorretratos.
Jean-Léon Jérôme pudo romper las cadenas de los creadores de opinión de su época, de los clanes de la crítica que entonces como ahora funcionaban a base de mezquindades y favoritismos, montando un sistema comercial pionero que llegaba al consumidor sin pasar por intermediarios. Sus recreaciones históricas, su erudición hermanada con su inventiva, le convierten en un Stanley Kubrich del pincel, un adelantado a su época en base a estar anclado en la tradición, un exquisito exiliado en su torre de marfil. Un ejemplo de inclasificable espécimen que confirma la regla de que en materia de juzgar seres y obras humano/as siempre hay que estar rompiendo clichés, destrozando prejuicios, modificando criterios y cambiando ópticas para acercarse siquiera someramente a la inabarcable complejidad de la realidad real.
Calificación de la Exposición (del 1 al 10)
Selección: 8
Despliegue: 7
Comisariado: 7
Interés: 6
Atractivo: 8
Museo Thyssen-Bornemisza
Jean-Léon Gérôme (1824-1904)
Comisarios: Laurence des Cars, directora científica de la Agencia France-Muséums, Dominique de
Font-Réaulx, conservadora jefe en el museo del Louvre, y Édouard Papet, conservador jefe en el
museo DOrsay.
Del 15 de febrero al 22 de mayo de 2011
De martes a domingo de 10.00 a 19.00 horas. La taquilla cierra a las 18:30h.
Información y venta anticipada de entradas en el 902 760 511 y en www.museothyssen.org