José Catalán Deus
La visita al monumento erigido en Madrid a la memoria de las víctimas de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, se convertirá en un paso obligado para sus habitantes y para todos los visitantes de la ciudad. Ha sido idea de un equipo de cinco arquitectos jóvenes y al inicio de su vida profesional, que ganaron a cientos de rivales con una idea simple y fácil.
Por fuera es poco más que una rotonda en medio del incesante tráfico de los alrededores de la estación de Atocha, una rotonda de piedra volcánica con un grueso cilindro de metal en su centro que no destaca demasiado y no llama en exceso la atención del que pase sin saber lo que esconde. Parece desear pasar desapercibido. No tiene acceso peatonal, ni puertas: podría confundirse con un respiradero de la estación si no fuera porque su aspecto cuidado indica alguna especial función que no revela. Y además de noche está fantasmalmente iluminado.
Su interior es un espacio de quinientos metros cuadrados de azul intenso en cuyo centro surge una columna de cristal hacia el cielo -el cilindro negro por dentro- cubierta de frases de duelo y esperanza en muchos idiomas, coronadas por una, la más visible: Hace falta mucha fantasía para soportar la realidad. Al espacio se llega por una pequeña antesala en penumbra donde reluce un panel con 191 nombres en orden alfabético: qué poco ocupan los muertos en la vida de los que les seguiremos!
Parece un acuario donde los visitantes son peces temerosos que dan vueltas quedas alrededor del haz de luz y son observados a través de enormes cristaleras con efectos ondulantes por los visitantes que les suceden a continuación; quizás también por los ajetreados viajeros que tengan dos segundos que perder en su camino por una de las zonas más transitadas de Madrid, los andenes que comunican el Metro, los trenes de cercanías y los trenes de alta velocidad bajo la glorieta de Atocha del centro de Madrid, a unos cientos de metros del Museo del Prado y a poco más de la plaza de Neptuno y de La Cibeles por el Paseo del Prado.
Una afluencia inesperada en los primeros días -en qué estarían pensando los organizadores?- ha llevado a trazar con cintas separadoras dentro del espacio azul un recorrido obligado que impide observar el todo desde el banco construido al efecto. Esperemos que esta prótesis rupturista sea pronto retirada porque rompe de forma inmisericorde el efecto pretendido. Hay defectos de terminación como no podía ser menos en el país europeo menos cuidadoso con los detalles. El contexto y el acceso son los de un espacio pblico multitudinario con lo que conlleva de fealdad intrínseca. Las transparencias no invitan al recogimiento. Yo diría que es un monumento poco espiritual y muy socializado, al gusto de la época y la gente que lo va a usar.
La envoltura azul es de madera pintada cuidadosamente, pero parece plástico, y eso rima con la ampliación del Museo Reina Sofía, al otro lado de la plaza: azul aquí, rojo allá. La columna de vidrio presentó muchas problemas de mantenimiento y ensamblaje pensando en que estará sometida a los duros y extremos cambios de temperatura de la ciudad, y a una contaminación ambiental permanente. Los 15.000 adoquines traslcidos se han pegado con borasilicato traido de Alemania. En un derivado del teflón, -que la empresa instaladora dañó con impericia-, va escrita en maysculas la cascada de 300-400 frases que los arquitectos seleccionaron de los restos de los atentados recogidos por el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) y la RENFE (Red Nacional de Ferrocarriles), procedentes respectivamente de los vagones afectados y del video wall instalado en la estación donde an la gente escribe sus comentarios a la tragedia.
Los jóvenes arquitectos explican que la idea es que los mensajes flotan sobre la cabeza de visitante y se elevan hacia el cielo. Pero no se han visto influidos en absoluto al parecer por ideas trascedentes más allá del efecto estético. No me lo creo. En todo caso, las fotos no hacen justicia al monumento. Mejor buscar en su sitio de internet los vídeos que acompañan al proyecto.
El monumento sorprenderá a una población poco avezada en moderneces, acostumbrada a mirar desde fuera. No sé si gustará a más que a los que decepcionará. Sabe a poco. Es evanescente y etéreo como todo en la vida actual. Quizás su levedad le ayude a permanecer. Y su mensaje débil a agradar a todos. Casi podría decirse que es poco más de una instalación artística ambiciosa. Pero a pesar de todos los peros, -y no es el menor la falta de acceso peatonal a la rotonda funeraria, donde por no haber no hay ni sitio para poner flores-, creo (y deseo) que será uno de los puntos de obligada visita para todo el que llegue a esta todavía conmocionada ciudad. El Madrid del frenético divertimento es ya también el del trágico pesar del 11M y lo va a ser por mucho tiempo.