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El paisaje como terapia y el árbol en su centro, por J.C.Deus

El paisaje como terapia y el árbol en su centro, por J.C.Deus

Por José Catalán Deus
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jcdeustelefonicanet/6/6/17
martes 05 de octubre de 2010, 01:00h

A.B. DURAND -El roble solitario 1844La Fundación Juan March terminó el curso pasado con los paisajes de Freidrich y empieza éste con los paisaje de Durand, paisajes a uno y otro lado del Atlántico, viajes nostálgicos al pasado que no volverá, remansos de calma en medio de la urbe. La exposición Los paisajes americanos de Asher B. Durand está compuesta por 144 obras óleos, dibujos y grabados cubre todos los periodos de su vida y va acompañada por una selecta muestra de artistas coetáneos y de algunos seguidores; quiere presentar el particular talento de Durand como paisajista y los otros asuntos que desarrolló a lo largo de su prolongada carrera: retratos y pinturas de género. Pero son sobre todo paisajes de bucólica belleza que muestran los escenarios naturales de Norteamérica. Y son sobre todo árboles, los viejos compañeros del hombre que van inexorablemente desapareciendo.

El americano Asher B. Durand (1796-1886) y el alemán Caspar David Friedrich (1774-1840) ni se conocieron personalmente ni conocieron el trabajo del otro. Resulta una feliz coincidencia su presentación consecutiva en este refugio exquisito que representa desde hace tanto y de forma tan excelente la Fundación Juan March. Su aportación a Madrid no tiene precio. Su programa anual de actividades musicales, literarias y artísticas es una joya de excelencia que los dioses conserven por mucho tiempo.

A.B. DURAND -Arroyo en el monte 1859 George Washington era el presidente de los Estados Unidos cuando nació este artista que trabajó durante cinco décadas, que se retiró contento a los 83 años y que murió a los 90 reverenciado como una figura del arte norteamericano. Sus obras en especial sus paisajes, que tanto habían contribuido a definir la identidad nacional de la que pronto sería la gran potencia mundial se veneraban en las colecciones de la New York Historical Society, creada en 1804, el museo más antiguo de Nueva York.

En su vida y su trabajo artístico hay un antes y un después de su venida a Europa durante un año para conocer las raíces de la creatividad occidental. El viaje será la impronta de su madurez artística y personal. El paso de un grabador excelente de las obras ajenas, a un creador maduro con una tarea que cumplir.

A.B. DURAND -Domingo por la mañana 1839El paisajismo de Durand se puede comprender como parte del desarrollo, que se produce a mediados del siglo XIX, del paisaje terapéutico, con ambiciones curativas, con aspiraciones absorbentes, diseñados para cautivar. Durand sufrió el ataque persistente de la depresión y su pintura paisajista le salvó de sus insidiosas garras. Pintar para calmarse, paisajes para evadirse, la pintura como terapia personal que tantos y tantos humanos han usado en el tramo final de sus vidas.

Los médicos especializados en enfermedades mentales animaban entonces -y ahora- a sumergirse en la naturaleza, por su potencial curativo. Se creía que los paisajes pintados alcanzaban beneficios similares a los de los parajes naturales. Había consenso no solo sobre el poder curativo de la naturaleza, sino también sobre el particular tipo de paisaje que mejor conseguía tal cometido. Se consideraba que los paisajes de diseño naturalista tenían mayores efectos benéficos que los geométricos, ya que de esa manera ofrecían un respiro al rígido trazado urbanístico agobiante, típico de ciudades norteamericanas como Nueva York.

A.B. DURAND - Paisaje de las montañas White... 1857Entre las categorías establecidas del diseño del paisaje naturalista, escribe Rebecca Bedell en el catálogo, el paisaje Bello (también conocido como Pastoral) estaba más estrechamente asociado a efectos terapéuticos que el paisaje Sublime, o que el paisaje Pintoresco. Cada tipo de paisaje se diferenciaba tanto por sus cualidades formales como por el impacto psicológico y fisiológico en el observador. Con muy pocas excepciones, la mayor parte de la obra de Durand invita al observador a sumergirse en extensos y tranquilos paisajes concebidos a la manera del paisaje Bello.

Al igual que los paisajistas de cementerios, parques y jardines de hospitales, Durand sentía que para que un paisaje ejerciera sus poderes paliativos, el espectador debía sumergirse en él. Este debía, segn decía, ver el interior del cuadro en lugar de su superficie. Para él, las cualidades de una obra estaban directamente relacionadas con su poder de cautivar. Una obra excelente es aquella que inmediatamente se apodera de uno: nos envuelve, la atravesamos, respiramos su ambiente, sentimos la luz de su sol y reposamos a su sombra sin pensar en la composición y su ejecución, en lo que proyecta o en el color.

En las pinturas de Durand, los cielos están casi siempre despejados e invariablemente es verano. Durand los escogió por su impacto psicológico, su potencial curativo. Existen abundantes evidencias que sugieren que el pblico reaccionaba ante la obra de Durand en la manera que él esperaba. Un pintor coetáneo de Durand, Daniel Huntington (1816-1906), describe La mañana dominical, de 1860 (New Britain Museum of American Art, New Britain, Connecticut), como una obra reconfortante que sugiere a la mente la calma y la sensación del descanso sagrado que se asocia a menudo con las apacibles mañanas dominicales en un campo hermoso. Para los contemporáneos de Durand, sus obras eran curativas, calmantes y terapéuticas. Conservan hoy ese poder? Sí, lo conservan.

VENERACIÓN POR LOS RBOLES

Durand apreciaba los árboles más que otros aspectos de la naturaleza; pueden considerarse su -como se denominaría- magnífica obsesión. Los estudios de árboles al aire libre le servían como práctica naturalista y ejercicio espiritual. De las más de trescientas láminas de Durand que hay en la colección de la New-York Historical Society la mayor parte de sus dibujos, al menos ciento cincuenta y siete son estudios de árboles, y más de cien son paisajes en los que destacan árboles o grupos arbóreos.

A.B. DURAND - Grupo de árboles 1855-1857Fascinado por los árboles como iconos naturales, para él eran el vehículo mediante el que podía desvelar lo ideal a través de lo real, y abogaba por dibujarlos a lápiz (grafito) sobre papel, una receta que siguió de forma compulsiva.

Durand no estaba solo en su obsesión por los árboles. Desde el movimiento romántico internacional de finales del siglo XVIII hasta el realismo de artistas como Gustave Courbet (1819-1877) y German Biedermeier, los árboles salpicaban los paisajes a modo de almenaras icónicas. Parejo a Durand, Caspar David Friedrich (1774-1840) estaba obsesionado con dibujar árboles solos, en grupo o en hileras y los incluyó de manera destacada en muchas de sus pinturas así como en sus grabados. Al igual que Durand, también tenía fijación por las piedras.

El hijo del artista americano, John, anotó en sus recuerdos del padre: Cuando hallaba árboles en grupo, seleccionaba el que le parecía más característico de su especie por edad, color o forma, o en otras palabras, el más bello. Eliminaba todos los arbustos y demás árboles que interferían en la impresión que le había ejercido el elegido. Todo estudio realizado al aire libre se contemplaba como una especie de escena teatral en la que un árbol o un aspecto de la naturaleza en particular podía considerarse la figura principal, dando mayor relieve al objeto más interesante.

JEWETT, William -Asher Brown Durand c.1819Sus árboles tienen más fuerza que sus paisajes. Éstos son relajantes, curativos. Aquellos son majestuosos, an truncados por el rayo o heridos por los vientos. Los troncos que pintó Durand merecen una mirada atenta. El más famosos de todos, su Roble Solitario todavía ilustra calendarios comerciales y habitaciones baratas por todo el país. La obra tiene un dibujo ajustado, una superficie lisa, es meticulosa en el detalle, es esencialmente bucólica en espíritu y hasta se completa con la presencia de ganado. Es la imagen de un monarca prehistórico que ha llegado hasta nuestros días, la imagen de un ser majestuoso al que hemos perdido el respeto debido y al que debemos renovada reverencia.

La temprana carrera de Asher B. Durand como grabador se ha visto eclipsada en gran parte por su posterior fama como pintor de paisajes. Sin embargo, entre 1812 y 1835 llevó a cabo más de 230 grabados y en 1823 estaba considerado el mejor grabador de la nación. No sólo grabó el célebre cuadro de La Declaración de la Independencia que habrá sido reproducido quizás más que ningn otro en la historia, sino que se dedicó también a la estampación de billetes, un negocio muy importante y lucrativo en la época, y creó con su hermano mayor Cyrus una empresa boyante de grabado de billetes de banco.

La exposición, pues, es un remanso oportuno para el que quiera y pueda disfrutarlo. Se inauguró el 1 de octubre con un concierto a cargo de Diana Tiegs (soprano) y Julio Alexis Muñoz (piano), primero del ciclo Las raíces norteamericanas de Ives y Copland, organizado con motivo de la misma.

Los paisajes americanos de Asher B. Durand
Fundación Juan March
Castelló, 77. Madrid
Hasta el 9 de enero de 2011.

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