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El mal de la juventud y las recetas caducadas, por J.C.Deus

El mal de la juventud y las recetas caducadas, por J.C.Deus

Por José Catalán Deus
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jcdeustelefonicanet/6/6/17
jueves 21 de octubre de 2010, 01:00h

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La escena española vive un síndrome de exotismo escapista localizado en la crisis de los años treinta a ambos lados del Atlántico. Para no analizar y reflejar la crisis actual se usan sucedáneos, se desempolva a Brecht, se resucita Mahagonny, y se acompaña el pastiche de otros efímeros éxitos de la época, sin reparar en que el mundo ha cambiado mucho y lo que entonces era rupturista hoy es reaccionario. Krankheit der Jugend (Enfermedad de juventud) tuvo mucho éxito en 1926 en Viena porque retrataba a una juventud burguesa decadente y desnortada que intentaba obnubilarse con sexo, drogas y charlestón para no ver lo que se les venía encima. Pero aparte del pequeño escándalo de borrachos y lesbianas en el escenario, el texto era flojo, sus moralejas inócuas, sus diálogos, banales, y sus personajes, teatrales en el mal sentido de la palabra. Por qué resucitar esta mohosa impostura? Por qué desperdiciar el talento de un gran equipo en algo inservible hoy día? Presentar a los jóvenes actuales como marco de referencia, como eje de debate, como propuesta reflexiva, una obrita vienesa de hace un siglo no podía salir bien. El mal de la juventud nos apena.

Si hay algo sobre lo que se han dicho más tonterías a lo largo de la historia que sobre el amor, es sobre la juventud divino tesoro, sobre la etapa juvenil, sobre los pobres jóvenes tan solicitados por los vendedores de humo y los doradores de píldoras. Cada generación ha sido engañada vilmente por mensajes manipuladores e ideales espurios. Cada generación ha sufrido por adaptarse al doloroso purgatorio en que los humanos convertimos la vida. Cada generación ha tenido causas sagradas, utopías valientes, buscadores auténticos y luchadores generosos; unos han perecido en la prisa, otros han sobrevivido por suerte; la mayoría, apenas se ha enterado. Las formas en que cada joven madura, varían entre el escepticismo y la credulidad separados por la enorme franja de la ignorancia, pero el doloroso proceso es el mismo en todos nosotros. Pero resulta más piadoso o más cínico decirte que t eres nico, y es lo que se suele vender a los jóvenes.

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En esta obra tenemos siete jóvenes que quiere representar el amplio abanico de una generación pero que no pasan de ser un grupo de burgueses acomodados y una chica de servir. Hay un estudiante malo rico y un estudiante bueno pobre, hay tres estudiantas que buscan novio, aunque una ya está desengañada de los hombres. Y hay mucho y prolijos diálogos como éste:

IRENE.- De los jóvenes no hace falta que se sospeche. La juventud es capaz de cualquier cosa. No basta sobrevivir a la lucha inicial de la juventud. Hay que vencer en ella Ése es el secreto de los que saben su camino en la vida.

MARÍA.- (En voz baja.) Yo ya no quiero vencer.

IRENE.- La juventud que, al despertar, no encuentra al mismo tiempo su lugar, está expuesta a un continuo peligro mortal. Y más an una juventud a la deriva, como nosotros después de esa guerra Entonces, el hecho mismo de ser joven se convierte en una enfermedad.

MARÍA.- No quiero vencer.

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Espeso y pseudoliterario. Para amenizar las dos horas de dimes y diretes, hay un despliegue meritorio de recursos tentadores: incesantes sesiones de baile, escenas lésbicas, pechos al aire, algo de sadismo, desnudos integrales masculinos y femeninos revolcándose en la cama, un chute en directo, travestismo, continuo empinar el codo y mucho movimiento, todo dentro de una habitación que da de sí para que le quepa medio mundo dentro.

Es la manida idea de una generación perdida, como si no se perdieran y hallaran todas, una tras otra. Al parecer se pretende responder a preguntas como qué valores respetar o cómo madurar en una sociedad plagada de incertidumbre: preguntas sin respuesta. Y se juega una y otra vez con una boutade: aburguesarse o suicidarse? que hace ochenta años podía sonar mejor que ahora.

Leamos la tarjeta de visita del director: Años 20. Caos. Posguerra. Inflación. Hambre. Diversión. Baile. Sexo. Drogas. Ilusión. Psicoanálisis. Suicidio. Jazz. Viena 1923. Expresionismo, futurismo, dadaísmo y un nuevo orden, el nacionalsocialismo. Nuevo caos. La enseñanza del futuro corresponde a la historia, dijo Novalis. Juventud. Giovinezza. Todos deberíamos pegarnos un tiro al cumplir los diecisiete a ritmo de charlestón. No podría decirse menos con más despliegue.

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En declaraciones a Europa Press, Andrés Lima ha subrayado la importancia de representar esta obra para, por y sobre la juventud, ya que, en su opinión, es necesario presentarla ante la gente que todavía tiene capacidad de cambio y en un sitio para el debate. Todos nosotros sacamos la energía de la juventud, porque todos hemos sido jóvenes. Si tu teatro quiere decir algo, yo creo que hay que plantarlo no solamente en la edad o clase ya establecida sino en la gente que todavía tiene capacidad de asombro. Con todos los respetos, lo que se dice y se ve en esta obra es más antiguo que el canalillo, trillado, inocuo, engañoso e inservible.

Theodor Tagger firmo su obra con el seudónimo Ferdinand Bruckner. Cuando en 1933 los nazis tomaron el poder, emigró a Francia y después a Estados Unidos, donde trabajó durante un tiempo para Paramount Pictures. En Die Verbrecher (1928; Los criminales) planteaba que un hmosexual discriminado podía convertirse en un psicópata asesino. Su obra ha envejecido tan mal como la del resto de sus colegas, incluida Liebelei (Amoríos), de Arthur Schnitzler, que vimos en mayo pasado en los Teatros del Canal, en una propuesta decepcionante del admirado Luc Bondy.

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De Andrés Lima fuimos de los primeros en celebrar Urtaín, pero se deja arrastrar por ideas preconcebidas, precocinadas y un tanto pretenciosas. De esta forma, descuida a los actores que cambian aleatoriamente de registro, y pasan de la cursilería a la chabacanería, y del susurro a los gritos de la misma forma caprichosa con que se mueven por el escenario. No obstante, hay que apreciar muchos méritos en la puesta en escena, gran nivel en ambientación e iluminación, y en general un trabajo cuidado digno de una mejor causa.

Siendo buenos todos los actores, no consiguen elevarse sobre el tópico. El gesto caricaturesco de Fredor y las risotadas de Desirée nos alteraban. Irene y Alt eran los más creíbles: Jess Barranco la temporada pasada hizo bien el papel de Quinto Bassetti en El arte de la comedia que dirigió Carles Alfaro; e Irene Escolar en La Abadía estuvo bien en Días mejores, de Richard Dresser, que dirigió lex Rigola en 2008, y que en la temporada pasada volvió a contar con ella para RocknRoll de Tom Stoppard. Lucy se convierte en el personaje más complejo. Marie y Petrell oscilan en demasía.

Debemos reconocer que el pecado de Lima es un pecado generalizado. En abril la compañía gallega Yo/lapeordetodas estrenó una versión de esta obra, otra se vio en Chile en 2006 y en Per también se ha programado recientemente. Además, se acaba de estrenar una película alemana que la ambienta en nuestros días. Pero, insistimos, con recetas caducadas poco se contribuye a aliviar los males.

EL MAL DE LA JUVENTUD
De Ferdinand Bruckner
Dirección Andrés Lima
En La Abadía del 14 de octubre al 28 de noviembre

TEATRO DE LA ABADIA
C/ Fernández de los Ríos, 42
28015 Madrid
Tel.: 91 448 11 81

REPARTO
Marta Aledo, Desirée
Jess Barranco, Alt
Irene Escolar, Lucy
Sandra Ferrs, Marie
Iván Hermes, Freder
Aitor Merino, Petrell
Amanda Recacha, Irene

Dirección
Andrés Lima
Traducción
Miguel Sáenz
Escenografía y vestuario
Beatriz San Juan
Iluminación
Valentín lvarez y Pedro Yage
Msica
Miguel Malla
Profesor de baile
Tony Escartín

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