Me he acercado a Bergman sin ninguna clase de filtro, sin una previa adoración por sus películas y sin ideas preconcebidas, guiada tan sólo por el impacto que me causó la lectura de estas dos obras. Lo he tratado como un autor teatral y mi fuente de inspiración ha sido el texto, dice la directora, Marta Angelat, como declaración de intenciones. Pero muchos sí que partimos de ideas preconcebidas basadas en el impacto que nos produjeron las versiones cinematográficas de ambos textos, las dos películas filmadas con treinta años de diferencia (1974 y 2003, respectivamente), protagonizadas de forma memorable y excepcional por Liv Ullman y Erland Josephsson. Excepcional por lo bueno y por lo inédito de la experiencia, los mismos actores y el mismo director treinta años después. Así que el listón estaba muy alto.
Ingmar Bergman (1918-2007), que se consideraba más director de teatro que de cine, fue excepcional en el panorama cinematográfico mundial del siglo XX, y en estos dos textos y sus filmaciones plasmó lo mejor de sí mismo, su autenticidad a la hora de reflejar el mundo y los humanos, su valor al hacerlo sin tapujos, su sensibilidad y su amor por la belleza. Estamos ante un retrato realista de las relaciones de pareja a lo largo de ese fluir de todos los ríos que van a la mar, a lo largo de ese misterio que es la vida, tan agridulce, tan doloroso y grato.
Ya no hay casi matrimonios, pero parejas de hecho, uniones del mismo sexo, y agrupaciones esporádicas de divorciados diversos es de suponer que igualmente sufren y se benefician del misterio de las relaciones a do entre humanos, tan necesarias, tan difíciles.
Escenas de un matrimonio es el tópico de la crisis de la pareja adulta, del cansancio tras quince años juntos, de la bsqueda de otros horizontes, de la ruptura traumática, y del vacío irreemplazable. Sarabanda es el siempre fallido reencuentro treinta años después en busca del tiempo perdido, cuando ya nada tiene remedio, e hijos y nietos ocupan el escenario de la vida, para bien y muchas veces para mal. Las versiones teatrales son diferentes a las que vimos en cine, o por lo menos así nos parece. De éstas, recordamos sobre todo la mirada tan triste y tan azul de Liv Ulmann, y la ventana sobre el lago helado de la casa de campo en que se refugia Josephssson al final de sus vidas.
De esta versión teatral recordaremos sin duda el piso alto de la escenografía y la pareja septuagenaria desnudándose para meterse juntos en la cama. Recordaremos a Marianne sola en escena caer en la cuenta final de que por primera vez acaba de sentir como propia a su pobre hija enferma mental. Y recordaremos la msica -Chopin quizás en la primera, Bach sin duda en la segunda- y su protagonismo en forma de sarabanda para chelo.
Estamos ante un montaje para buenos actores. Casi todo depende de ellos. Y superan hermosamente la prueba. Francesc Orella realmente debe ser reconocido en su doble papel de padre e hijo como una de las mejores interpretaciones de esta temporada. Claro que su lista de logros teatrales es larga y a éste le han precedido por ejemplo MacbethLadyMacbeth de William Shakespeare en el Teatro Español de Madrid, en 2008, y Tío Vania de Anton Chéjov en el Centro Dramático Nacional en 2007, a las órdenes en ambas de Carles Alfaro.
Miguel Cors le secunda con el saber y contención necesarios para hacer de anciano en estos tiempos de senectud eterna, donde todos estamos estupendamente hasta que un día la palmamos. Las mujeres se nos quedaron un poco atrás, dentro de la excelencia. Quizás la comparación con aquella Liv Ulmann cuya mirada lo transmitía todo, sea excesiva. Aquí no contamos con esos primeros planos que nos cuentan sin palabras el desplome repentino de quince años de feliz matrimonio, la indefensión absoluta del ama de casa expulsada al mundo exterior, la fortaleza femenina siempre superior a la de los hombres, la resignación de una vida ya transcurrida. Mónica López no parece tan frágil y no sufre una metamorfosis tan espectacular. Marta Angelat es un témpano hasta que se queda sola en el escenario y llora. Aina Clotet quizás quiera representar a su generación, y esa intrínseca ignorancia emocional producto de la televisión que impide expresarse espontáneamente.
Pero es apenas otro colofón amargo de una doble obra que refleja toda una vida de un creador, y por ello de un observador atormentado. El doble plato que se nos sirve es inmenso para las pequeñas tragaderas de los urbanitas actuales. Necesita tres horas y media, cierta sensibilidad y bastante exigencia interna para aceptar la reflexión, para posponer los divertimentos, para encarar lo que duele y no tiene respuesta. Estuvimos un viernes por la noche, ese día en el que nuestros conciudadanos ritualmente se solazan, se divierten, se autoengañan. En el descanso desertó casi la mitad de los espectadores. Nunca vimos nada semejante. Esperemos que al ser la tarde siguiente al estreno, fuera producto del típico despiste: Una cosa de Bergmann, sí, hombre, vamos a verla!
Pues esta cosa de Bergman sinceramente autobiográfica hay que venir a verla con un par de narices e incluso un par de pañuelos. Pero hay que venir, porque no abundan las reflexiones sinceras sobre la vida corriente, sobre ese personaje entrañable en su pequeñez e imperfecciones que somos todos nosotros.
Felicitaciones a Marta Angelat, por ser capaz de dirigir e interpretar un proyecto tan arriesgado. Felicitaciones a Belart y Spycher que hacen muy bien su oficio, y por supuesto a Max Glaenzel, que ha captado lo teoría de Lépage y la aplica con acento propio a la práctica. En estos días nos está ofreciendo su buen hacer en Rocknroll` de Tom Stoppard. dirgida por lex Rigola en el Matadero, y en 2008, repuesta creo en la temporada siguiente, Días Mejores de Richard Dresser con este mismo director en el Teatro de la Abadía. Felicitaciones al Teatre Nacional de Catalunya, porque va delante y es un magnífico puente aéreo entre realidades diversas. Felicitaciones a los cinco intérpretes, grandes actores catalanes que forman parte de esa apabullante superioridad que ha conquistado Madrid por sus tres institucionales esquinas teatrales, la de la comunidad, la del ayuntamiento y la del ministerio de cultura, y quizás por la cuarta también, la comercial y privada, que conocemos menos. Escenas de un matrimonio y Sarabanda es un men potente; allá él, quien no se atreva.
ESCENAS DE UN MATRIMONIO / SARABANDA
De Ingmar Bergman
Dramaturgia y dirección: Marta Angelat
Del 23 de marzo al 25 de abril
REPARTO
-Escenas de un matrimonio
Francesc Orella Johan
Mónica López Marianne
-Sarabanda
Miquel Cors Johan, profesor emérito
Marta Angelat Marianne, ex mujer de Johan, abogada
Francesc Orella Henrik, hijo de un matrimonio anterior de Johan
Aina Clotet Karin, hija de Henrik
EQUIPO ARTÍSTICO Y TÉCNICO
Traducción Carolina Moreno Tena, Feliu Formosa
Dramaturgia y dirección Marta Angelat
Escenografía Max Glaenzel, con la colaboración de Estel Cristià
Vestuario Antonio Belart
Iluminación Lionel Spycher
Sonido Sergi Virgili
Audiovisuales Xavi Dávila
Producción: Teatre Nacional de Catalunya y Teatro Español de Madrid
con la colaboración de Bitò Produccions
Duración del espectáculo:
Escenas de un matrimonio: 1 hora 40 minutos
Intermedio de 20 minutos
Sarabanda: 1 hora 30 minutos