Se ha hecho creer al pobre ciudadano que con telediarios interminables y periódicos basura ahora sabe más que antes sobre lo que ocurre en el mundo. Pero ciertamente la gente no se entera de nada creyendo saberlo todo. Hace dos décadas ya se veía hacia dónde cabalgábamos, a la desinformación total a base de saturación y sobredosis. Una imagen ya no vale mil palabras, ya no vale nada, sólo es otro chispazo que apenas merece una mirada. Las noticias se multiplican por cientos de miles en la red, todas idénticas, todas procedentes de media docena de fuentes globales en las que todo el mundo abreva y de las que todo el mundo depende. Los periódicos son todos iguales salvo la tendenciosidad partidaria de cada uno.
Sin embargo, la velocidad y profundidad de esta deriva se han mostrado hasta hoy inabordables por los analistas. Nadie puede explicar qué ocurre y sobre todo a dónde nos conduce. Max Otte no lo intenta con su El crash de la información, pues deja a un lado la podredumbre y decadencia de los medios de comunicación para centrarse en examinar fenómenos colaterales y paralelos como son los mercados financieros, donde ha acumulado gran experiencia como gestor independiente, y la sociedad de consumo en base a una publicidad y una mercadotecnia que hace ya mucho tiempo que sobrepasaron cualquier frontera ética.
En su opinión, el actual colapso de los mercados financieros, provocado por la venta masiva de títulos cuyo riesgo fue sistemáticamente ocultado, se debió en gran medida a la propagación del virus de la desinformación que afecta a toda la sociedad, hasta un punto cercano a precipitar un desplome social generalizado. Las informaciones financieras no se basarían ya en una sensata pericia, sino en la dramatización o la falacia; y los gobiernos proclaman tener a los bancos y la economía en sus manos, cuando en realidad actan como su agente.
Desfigurar, dar datos falsos, minimizar las circunstancias agravantes con mensajes trucados, desorientar deliberadamente, soliviantar o aturdir, exagerar Todo eso pertenece al repertorio de la desinformación y en nuestra sociedad es, desde hace mucho, más que moneda corriente. Ejemplo diáfano lo constituyen las grandes empresas de alimentación, que desorientan al consumidor con datos confusos e incomprensibles sobre el peso, la calidad y el precio de los artículos. El examen pormenorizado que realiza este libro sobre el etiquetado es elocuente de una situación en la que puede decirse que hay un engaño sistemático al consumidor.
El libro no aporta mucho más que diversas constataciones a lo que usted ya sospechaba. Sus propuestas rozan lo obvio. Y es que la situación ha evolucionado de tal forma que supera la capacidad de análisis de la mente humana. Sólo queda, como dice el autor de pasada, resistir: En la sociedad del despilfarro decir no se convierte en un arte para sobrevivir.
En su tercer capítulo, titulado Exceso de información en la sociedad de la sobreabundancia examina el sinfín de trucos que se utilizan en los supermercados y grandes superficies para atontar al cliente e hipnotizar su tarjeta de crédito. Ya el economista estadounidense John Kenneth Galbraith denunciaba en 1958 que el afán de bienestar y riqueza en la sociedad moderna iba más allá de lo que razonablemente necesita la gente. En La sociedad opulenta describía Estados Unidos como una sociedad de lo superfluo. Su tesis era que aunque la sociedad industrial moderna puede satisfacer ya hoy las necesidades reales de la población, amplía obstinadamente sus objetivos de
crecimiento y crea con ello nuevas necesidades antes insospechadas e incluso redundantes.
Una de las escenas más impresionantes de la película En tierra hostil (The Hurt Locker),2 sobre un grupo de artificieros en la guerra de Irak, muestra a Jeremy Renner en el papel del sargento William James de permiso en su pequeña ciudad natal tras una operación realizada con éxito; el bravo soldado, que ha sobrellevado sin miedo situaciones muy peligrosas en Oriente Medio, entra acompañado por su mujer y su hijo pequeño en un supermercado y empuja el carrito de la compra entre las estanterías; poco antes de llegar a la caja su mujer le pide que vaya rápidamente a coger un paquete de copos de maíz, y aquel endurecido sargento se siente perplejo y vencido ante un estante con cientos de marcas y tamaños diferentes: el supermercado se ha convertido en un campo de batalla de la civilización, en el que el cliente soporta inerme un bombardeo de publicidad, propaganda y desinformación al que no puede hacer frente.
La propaganda, como se decía hasta los años cuarenta, cuando el término se vio sustituido por el de publicidad, sólo sirve para lo mismo que el régimen nazi y su elocuente ministro de Propaganda, el Dr Joseph Goebbels) convirtieron en arte, para engañar a la gente. De la publicidad, un analista lcido puede sacar información, pero el comn de los mortales sólo obtiene confusión, anulación de la voluntad, lavado de cerebro y creación de necesidades artificiales.
El libro forma parte de una nueva colección, Ariel Actual, que busca acercar al lector las líneas de pensamiento que están reclamando un debate urgente, dirigida a lectores con necesidad de conocimientos y herramientas de discusión. Otros títulos de la misma son Microfranquicias. Casos prácticos. Más allá de los microcréditos, de Naoko Felder-Kuzu, y Carta a los mayores sobre los niños de hoy de Philippe Meirieu.
El crash de la información
Los mecanismos de la desinformación cotidiana
Max Otte
Colección Actual
Editorial Ariel
Páginas 320
Formato 14,5 x 23 cm
ISBN 978-84-344-6923-5