Ahora le ha tocado estrenar su versión, con todos los honores en el María Guerrero de Madrid, a Rodolf Sirera respaldado por el Centro Dramático Nacional, y se ha llevado a Tío Vania a una plantación de algodón a miles de kilómetros de Europa, con braceros negros y terratenientes blancos.
Se trata de ser original y nunca ceñirse a lo que quiso el autor. El Congo o lo que sea, no perjudica en exceso a la obra, pero tampoco aporta nada. Son en general mejores las ambientaciones intemporales, atemporales o intertemporales para obtener el efecto que parece pretendense.
Disculpen esta disgresión temporal, pero la fidelidad al autor y la duración, el mantener la tensión y la atención fácilmente durante toda la obra, me parecen a mí cualidades del buen teatro bien montado.
Sirera es un valenciano que cumplirá sesenta años en este año y lleva trabajando para su gobierno autonómico hace veinticinco; es consejero de la SGAE, y desde 1989 director de la colección de teatro de la Editorial Tres i Quatre de Valencia. O sea, catalanista; ha obtenido numerosos
premios, entre ellos cuatro veces el premio Serra dOr de la Crítica, y en 1997 el Premio Nacional de Teatro de la Generalitat de Catalunya.
Bueno, la verdad es que Tío Vania sigue siendo viable -todo un telrico siglo después- porque contiene una reflexión sobre la vida, sabia y universal, lejos de escoramientos ideológicos, que acta de bálsamo reparador, de paréntesis melancólico. Digamos ya que este Tío Vania es bueno, merece la pensa ser visto, tiene un reparto sobresaliente, y dirección, escenografía y vestuario son notables, destacando positivamente el fondo selvático, y negativamente los ruidos horrorosos de los entreactos.
Anton Pavlovich Chéjov (1860-1904) es autor de obras esenciales de la literatura dramática. Se graduó como en médico en 1884. En 1886 se había convertido ya en un escritor de renombre. Cosechó un gran éxito con el estreno de su obra La gaviota (1896); representada por el Teatro de Arte de Mosc (dirigido por Constantin Stanivlaski). Para esa misma compañía escribió tres obras más: Tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904), todas ellas con gran éxito. Otras obras teatrales suyas son Platonov (1881); Sobre el daño que hace el tabaco (1886-1902); Ivanov (1887); El oso (1888); Una propuesta de matrimonio (1888-1889); El demonio de madera (1889). Entre sus numerosos relatos destacan títulos como Campesinos, El pabellón n 6 (adaptado a teatro en numerosas ocasiones), La dama del perrito y La muerte de un funcionario. En 1890 visitó la colonia penitenciaria de la isla de Sajalín, en la costa de Siberia, y posteriormente escribió una extensa crónica en forma de libro: La isla de Sajalín (1891-1893).
Tío Vania, de Antón Chéjov.
Teatro María Guerrero de Madrid.
Del 7 de febrero al 23 de marzo.
Versión
Rodolf Sirera
Dirección
Carles Alfaro
Escenografía
Max Glaenzel y Estel Cristià
Vestuario
María Araujo
Iluminación
Carles Alfaro
Producción
Centro Dramático Nacional
Fotografías
Ros Ribas
Diseño de cartel
Isidro Ferrer, Nicolás Sánchez
Malena Alterio
María Asquerino
Enric Benavent
Sonsoles Benedicto
Emilio Gavira
Francesc Orella
Emma Suárez
Víctor Valverde
y otros
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