Pablo Jiménez Burillo, director general del Instituto de Cultura de la Fundación Mapfre, que quiere repetir su éxito primaveral de la exposición anterior de los impresionistas con un éxito veraniego surrealista, cree que este movimiento no creía que la fotografía fuera un género artístico (como algunos más creemos) sino sólo un instrumento para profundizar en sus obsesiones y ver la realidad de manera diferente. La especial poética surrealista, su espíritu entre provocador y trascendente impregna la exposición y la convierte en una experiencia enriquecedora. No es una azar que un grupo tan cerrado haya tenido tanta influencia, que incluso haya incorporado su nombre al diccionario como sinónimo de inexplicable e irracional. Debe ser porque el Surrealismo transmitió y an transmite algo bien profundo de la psiquis humana y del estadio actual de evolución en que nos encontramos, a las puertas de dimensiones ignotas -el subconsciente, la trascendencia- que apenas comenzamos a explorar.
Estas fotografías comparten ojos inteligentes detrás del visor y demandan espectadores atentos. Sorprenden a menudo en un mundo donde creíamos haberlo visto ya todo. Y son de una riqueza temática deslumbrante, desde los primeros planos de un pulpo más fascinantes nunca vistos, a los de penetraciones coitales tan realistas que han merecido la advertencia de mayores de 18 años en la salita circular que las exhibe.
Comienza con La Acción colectiva, donde se presenta la imagen del grupo como tal, y se pone de manifiesto la necesidad que tenían de hacer primar lo colectivo sobre lo individual. Esos retratos crean su imagen de cara al exterior, mientras ellos manifiestan esa voluntad solidaria en actividades concretas: textos escritos a varias manos y collages colectivos. La evolución natural fue crear revistas y tribunas que sirvieran de trampolín para dar a conocer esa imagen y esas obras. La fotografía sirve para reafirmar su identidad colectiva.
Bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas, en palabras de Lautréamont, incluye collages, fotomontajes y cadáveres exquisitos que se publicaban habitualmente en revistas de la época. Resulta indiferente la voluntad o la ausencia de la misma en la realización de la obra, lo relevante es generar la tensión que ellos consideraban responsable de la fuerza poética de la obra.
La mirada surrealista siempre acecha la realidad. Esa situación de tensión y alerta se expone en La pulsión escópica, sección dedicada a cómo existe una necesidad irrefrenable de mirar el objeto de deseo. En la fotografía y el cine, las máquinas sustituyen al ojo y permite añadir intensidad a estos hallazgos por medio del encuadre, acción que permite recortar a placer lo que se observa.
Cierra la exposición la sección Del buen uso del surrealismo, donde se muestra como esa revolución de forma y fondo que sufre la fotografía en manos del surrealismo rápidamente pasan al ámbito de la moda y la publicidad, de la mano de los propios artistas que trabajan en estos medios. Man Ray, por ejemplo, trabajaba para Harpers Bazaar y Vogue. Los hallazgos los realizan en los años veinte y treinta, pero tras la guerra estos sectores los explotan a conciencia. Los fotógrafos contribuyen a la divulgación de la iconografía y la imaginería surrealista haciendo que ésta se incorpore a la cultura popular. El surrealismo se comercializa y termina siendo arma del enemigo que se quería denunciar, de la dictadura del consumismo en vez de la del comunismo como algunos de ellos pretendían.
Para ellos, Surrealismo y Fotografía se encuentran en el terreno del automatismo. A la escritura automática correspondía el invento del fotomatón, y nada más curioso que contemplar al inicio de la exposición las tiras de fotos que los surrealistas se hacían en la primera máquina con este procedimiento que se instaló en París a finales de los años veinte.
La exposición tiene una amplia presencia de la técnica gemela, la cinematografía, pues juntas representaron la gran ruptura en la historia de la representación y así fueron admiradas por los surrealistas. El catálogo es imponente y ofrece una amplia selección literaria. El surrealismo pensaba que la frontera entre arte y vida era permeable y porosa. La fotografía les servía, y sirve a sus herederos confesos o no, para comprobarlo.
Magnífico sitio en internet de aconsejable visita: www.exposicionesmapfrearte.com/subversion
LA SUBVERSIÓN DE LAS IMGENES
-Surrealismo, fotografía y cine
Del 18 de junio al 12 de septiembre de 2010
FUNDACIÓN MAPFRE. Instituto de Cultura.
Paseo de Recoletos n 23
Comisarios: Quentin Bajac, Clément Cheroux, Guillaume Le Gall, Michel Poivert, Philippe-Alain Michaud
Producción CENTRE POMPIDOU, París, en colaboración con:
FUNDACIÓN MAPFRE, Madrid
FOTOMUSEUM Winterthur.
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