La pechuga de la sardina es una potente pieza coral que mantiene todos sus méritos al cabo de medio siglo, y puede codearse con ventaja con todo el teatro social que en aquella época se hacia en Europa y América. Un texto que ana altura literaria y verismo popular es puesto en escena con gran acierto y fidelidad, aportando un enorme valor documental y afectivo que conmoverá a la generación de los 60 y aportará interesantes efluvios de un pasado tan reciente y tan remoto -al unísono- a los que vinieron después y tanta carencia sufren en lo referente a conocer sus raíces.
Lauro Olmo Gallego (1921-1994) formó parte de una denominada generación realista de autores jóvenes de los años 60 entre los que -injustamente- el nico an recordado es Alfonso Sastre. En 1962 Olmo estrenó su obra paradigmática, La camisa, y al año siguiente esta pieza de tan original título, que no ha vuelto a representarse hasta hoy salvo su paso por televisión en 1986.
La pechuga de la sardina se desarrolla en una casa de huéspedes de comienzos de los años sesenta, uno de tantos pisos en los se alquilaban habitaciones para poder llegar a fin de mes. Es una pensión para señoritas regentada por doña Juana, una apacible matrona ayudada por Cándida, una simpática chica de servir, y con cuatro huéspedas, a saber, la opositora Paloma, la solterona Soledad, la amargada doña Elena y la pobre Concha, que ha sufrido el gran drama de la época, quedarse embarazada de un novio en fuga. Están también el marido alcohólico de Juana, el chico de los periódicos que sale con Cándida, y un miserable husmeador en busca de presas femeninas; y van y vienen beatas, busconas y hombres desnortados. Y una anciana arrugada que busca desesperada al gatito que se le ha perdido. Forman un fresco social de la clase baja española de un poco antes del desarrollo, que oye seriales radiofónicos porque an no hay tele, que lee El Caso para asustarse con los sucesos, que vive con poco y tan campantes, que pronto serán la clase media y décadas después los afortunados militantes de la sociedad de consumo.
El autor se explicaba así en su momento: En esta obra he procurado que la fuerza de las situaciones dramáticas surja de de los contrastes y que el ritmo de éstos vaya creando el gran personaje que condiciona todo lo demás. Ese personaje es el ambiente. Explicaba más cosas pero se liaba y es mejor no tenerlo en cuenta. Vista hoy día la pieza es un documento excepcional de como eran las cosas por entonces entre hombres y mujeres, todos víctimas de una retorcida sexualidad aplastada por tabes, prohibiciones e ignorancia. Hombres víctimas de su rol depredador, esa machismo estpido y casi siempre frustrado que les deshumanizaba; mujeres presas del terror a ser engañadas, obsesionadas por el matrimonio como mal menor.
La obra es un cmulo de vidas truncadas sin apenas contrapeso; una visión muy pesimista y negativa del mundo circundante. La literatura siempre ha recurrido a exagerar la realidad, a concentrar sus aspectos más negativos en frisos melodramáticos que acongojaran al pblico. Error extendido es confundir los reflejos deformados de la novela y el drama patrios, tan proclives a cargar las tintas, con la realidad, siempre más matizada, plural y equilibrada que esos retratos en blanco y negro.
Es lo que pasa con esta sardina y su pechuga, que es una parte de la verdad de su época, solamente una parte. Y tan escorada que no capta que es el final de unos tiempos caducos, que está surgiendo como siempre surge la luz al fondo del tnel, que se está iniciando el estallido de los 60, una enorme revolución en las costumbres que da lugar al mundo de hoy, plagado también de dolor e injusticias, pero mucho mejor que aquel de entonces.
Manuel Canseco acierta en no desnaturalizar la pieza y en que podamos verla como la quiso su autor, con todo su valor rememorante, con todo el poso del tiempo. Paloma Canseco le sirve una escenografía excepcional que reproduce el piso entero con sus tres habitaciones alquiladas, con el salón donde Juana extiende su cama plegable, con la cocina donde Cándida abre la suya, con una ambientación, un mobiliario, y un vestuario que son ya un poema en sí mismos. Una sobresaliente producción que efectivamente cumple la idea del autor: el protagonista es el ambiente, ese piso y las calles que lo rodean.
En cuanto al reparto, daríamos un sobresaliente general con la salvedad de que Jess Cisneros en el Hombre A y Amparo Pamplona en doña Elena debieran no exagerar su maldad, no caer en el esperpento. Nos encanta Nuria Herrero en su criadita Cándida, que a poco que vaya cogiendo seguridad va a bordar hasta los puños. No podemos más que celebrar a María Garralón como esa Juana tan entrañable, tan auténtica. Mérito general del reparto y de su director es parecer de carne y hueso, auténtica gente de aquel tiempo. Juan Carlos Talavera (que viene del Rinoceronte de Ionesco hace bien poco) hace uno de los mejores borrachos de los ltimos tiempos, personaje tan abundante en el teatro propio y ajeno, tan a menudo exagerado de histrionismos sobrantes. Natalia Sánchez (reciente an su presencia en Amantes) y Cristina Palomo hacen de Concha y Paloma, compañeras de cuarto, y juntas son la luz de la esperanza. Y finalmente no está mal Víctor Elías de golfillo castizo, un personaje muy secundario al que él potencia, y la presencia discreta y efectiva de Manuel Brun como parte de ese ambiente protagonista, pero debemos nombrar a Alejandra Torray, en el papel quizás más difícil de todos y más a trasmano hoy día, el de Soledad, la mujer angustiada que ve pasar el tiempo sin casarse que ha aguantado un noviazgo de once años para después quedarse, como justamente decía el refrán de la época, compuesta y sin novio. Alejandra es buena hija de su madre Nuria, tan ligada en el imaginario popular a aquella época, que hoy algunos presentan solo negra y era sin embargo como todas, blanca y negra.
Acierto del Centro Dramático Nacional que viene a recordarnos nuestras inmensas carencias en conocer el pasado reciente en todas las facetas incluida esta tan necesaria del teatro. Gran producción. Obra emocionante. La pechuga de la sardina suponía para un gato de entonces lo que una pechuga de pollo para un muchacho de la época, plato especial, men de lujo, manjar de dioses. Esta pechuga mantiene el tipo.
No se ha anunciado demasiado pero merece la pena destacar que el CDN ofrece todas las entradas sobrantes hasta media hora antes de la función con un 75% de descuento; ver esta suculenta sardina puede valer así con un poco de suerte seis euros.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Interés, 9
Texto, 8
Dirección, 8
Interpretación, 8
Escenografía, 9
Producción, 8
CENTRO DRAMTICO NACIONAL
Teatro Valle-Inclán Sala Francisco Nieva
La pechuga de la sardina
Texto, Lauro Olmo
Versión escénica y dirección: Manuel Canseco
Del 25 de febrero al 29 de marzo de 2015
La pechuga de la sardina
Texto, Lauro Olmo
Versión escénica y dirección, Manuel Canseco
Del 25 de febrero al 29 de marzo de 2015
REPARTO (por orden alfabético)
Manuel Brun, Marta Calvó, Jess Cisneros, Víctor Elías, María Garralón, Nuria Herrero, Marisol Membrillo, Cristina Palomo, Amparo Pamplona, Natalia Sánchez, Juan Carlos Talavera, Alejandra Torray
EQUIPO ARTÍSTICO
Manuel Canseco (Dirección), Paloma Canseco (Escenografía), José Miguel Ligero (Vestuario), Pedro Yage (Iluminación), Roberto Cerdá (Espacio Sonoro), Raquel Berini (Ayudante de dirección), Isidro Ferrer (Cartel), marcosGpunto (Fotos)
Producción Centro Dramático Nacional
ACTIVIDADES PARALELAS
Lunes con voz:El legado teatral de Lauro Olmo, Lunes 16 de marzo
Encuentro con el pblico del equipo artístisco, Jueves 19 de marzo
Precio, 24
Plaza de Lavapiés s/n
28012 Madrid
Teléfonos 913109425 913109413
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