Hacer de la célebre novela picaresca Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños de Francisco de Quevedo, una versión teatral, es arriesgado y difícil. La compañía Teatro Clásico de Sevilla merece respeto por ello, pero el resultado no nos convenció. Una selección de peripecias del texto original se alterna con sketches actuales. El Buscón salta una y otra vez cuatro siglos en pos de demostrar que sigue siendo el mismo. Por el camino lo riega todo de sal gorda e hipertremendismo en un escenario de mercadillo.
El Buscón es tan célebre como el Lazarillo, como la Celestina, casi como el Quijote. Sin embargo, leerlo completo y a fondo no es frecuente. Por eso es mayor la fama que el conocimiento de las gracias y desgracias de este joven llamado Pablos y sus intentos desesperados de alcanzar el rango de caballero a cualquier precio, incluidas los peores delitos y bajezas. Alfonso Zurro ha optado por seleccionar extractos del largo texto y alternarlos con episodios actuales en los que el protagonista es el mismo y su picaresca igual de escandalosa. Si entonces era fingirse tullido, casarse por la dote, hacer trampas, vender favores y transmutarse en sicario a sueldo, hoy es engañar ancianas, vender drogas, ser tironero, trilero o timante.
Sólo se conoce una versión teatral anterior, la que se presentara en 1972 en el Teatro Españól con versión de Ricardo López Aranda y dirección de Alberto González Vergel, escenografía de Manuel Mampaso e interpretación de José Antonio Corbián, Lola Cardona, José María Prada, Luisa Sala, Andrés Mejuto, Javier Loyola, Carmen Rossi y ngel Quesada. En 1979 fue llevada al cine por Luciano Berriata, con Paco Algora en el papel protagonista, acompañado por Ana Belén, Juan Diego, Francisco Rabal, Kiti Manver, Antonio Iranzo, Laly Soldevila. De ambos intentos no hay mucha huella.
La versión de Zurro parte de un prejuicio y llega a una conclusión equivocada desde nuestro punto de vista: somos un país de pícaros, ayer, hoy y mañana; comparables a sus fechorías de entonces son las que don Pablos hace hoy día; y unas y otras se justifican en una supuesta injusticia generalizada, se ríen como astucias ejemplares y se celebran cuanto más chabacanas, esperpénticas, histriónicas y groseras resulten en el escenario. Somos pícaros porque no tenemos más remedio y cuanto más pícaros, mas contemos estamos de nosotros mismos.
Este planteamiento conceptual, este marco ideológico y este acercamiento intelectual está en las antípodas del nuestro y por tanto nos coloca absolutamente enfrentados a esta propuesta artística. Y eso nos hace apreciar en menor escala los aciertos y aspectos positivos de un montaje que también los tiene.
La dirección y versión libre de Alfonso Zurro es un trabajo meritorio que hubiera aportado cierta trascendencia de haber roto con la dominante interpretación de considerar la novela picaresca, el tremendismo literario y el teatro esperpéntico como representaciones reales y fidedignas de la realidad, y no comprender que se trata de exageraciones sensacionalistas y premeditadas (y a veces alevosas) visiones negruzcas al gusto popular autóctono. Todos los adaptadores actuales del legado de Fernando de Rojas o de Valle Inclán, por citas nombres, se sienten obligados en recargar las tintas con que celestinas y bernardas vienen teñidas, en vez de contextualizar sus horribles historias en lo que son, sucesos de crónica negra que no por impresionantes deben ocupar los primeros titulares. Aquí -entonces y hoy- hay pícaros, picaruelos y malvados, pero hay muchas otras cosas buenas y regulares, y no hay que confundir poniéndonos a la altura del montaje, el culo con las témporas.
Lo que se ve y oye en los cien minutos de espectáculo es un plato fuerte, y si Quevedo tenía el ingenio asombroso de contarlo como lo contaba, las nuevas situaciones y diálogos que se alternan con los suyos, no están ciertamente al mismo ni parecido nivel. No son malos, a ver si nos entendemos; son muy chabacanos y populacheros, son ordinarios, vulgares, soeces.
Alfonso Zurro, del que anteriormente sólo habíamos visto la muy olvidable En el monte del olvido en la sala pequeña del Teatro Español en 2006 (ver nuestra reseña de entonces) presenta una extensa sucesión de treinta escenas cortas, y para hacer frente a tanta variedad los cinco actores y dos actrices del elenco cubren un universo de 50 personajes en el que resulta a menudo imposible distinguir unos de otros. Obra coral en la que la calificación debe ser colectiva, y por la que Manuel Monteagudo, Manuel Rodríguez, Antonio Campos, Juan Motilla, M Paz Sayago y Rebeca Torres merecen un notable.
Secundan a Pablo Gómez-Pando, que protagonizando a su infatigable, ocurrente, polifácetico y galán tocayo, es digno de elogios: es un sólido actor, tiene presencia, y ya anteriormente lo había demostrado con La Reina de Belleza de Leenane de Martin Mc Donagh (ver nuestra reseña). Pero tiene que tener cuidado con su enorme parecido a Hugh Grant para no quedar igual de encasillado. Como don Pablos apenas abandona la sonrisa de galán guapo y es mucha sonrisa para tales brutales andanzas.
Con tantas escenas alternándose en cuatro siglos de distancia, con tantos personajes, el experimentado escenógrafo que es Curt Allen Wilmer ha optado por el mal menor, un mercadillo de segunda mano, en el que los que antes se llamaban ropavejeros ofrecen de todo y en el que los siete personajes se nutren continua y sistemáticamente de nuevos disfraces. Es una hábil y frecuente ocurrencia pero sus resultados visuales son espantosos y la escenografía nos resultó un completo fiasco, desluciendo la producción más allá de lo adecuado en nuestra humilde opinión, an sin que sepamos el presupuesto con el que se ha contado.
El Buscón Don Pablos, Pablo, Pablito y Pablete sucesivamente, en medio del gran girigay de sus aventuras llega finalmente a un desenlace espectacular, que es toda una declaración de intenciones, todo un panfleto político y todo un ejemplo asombroso de a lo que puede llegar el arte subvencionado en época de elecciones. Les dejamos ante la sorpresa sin decir más que nos pareció una pasada de maledicencia, un ejemplo de tendenciosidad, sin que pueda considerársenos simpatizantes del y de los aludidos. Es más, puede que sea un gran hallazgo metodológico encontrar una reencarnación del buscón don Pablos en este final con traje de alpaca para disimular la camisa a cuadros y la coleta.
El espectáculo de momento no está gozando del favor del pblico. Ayer apenas cubríamos un tercio del aforo los espectadores presentes, los cuales aplaudieron con ganas y aparecían en su mayor parte bastante satisfechos. Y es que el espectáculo está recomendado por la Red Española de Teatros y Auditorios, y galardonado con cuatro premios andaluces. Se estrenó el pasado junio en el Teatro Alhambra de Granada y ha sido programado en festivales teatrales por toda la Península.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Concepto: 6
Versión: 6
Texto original: 9
Texto añadido: 7
Dirección: 7
Escenografía: 5
Interpretación: 7
Producción: 6
Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa
Sala Guirau
El Buscón, de Francisco de Quevedo
Dirección y versión: Alfonso Zurro
Del 4 de marzo al 5 de abril de 2015
Ficha Artística:
Actores: Pablo Gómez-Pando, Manuel Monteagudo, Manuel Rodríguez, Antonio Campos, Juan Motilla, M Paz Sayago, Rebeca Torres.
Diseño escenografía y vestuario: Curt Allen Wilmer
Diseño Iluminación: Florencio Ortiz
Espacio sonoro: Jasio Velasco
Fotografía y diseño gráfico Luis Castilla
Ayudante de dirección: Verónica Rodríguez
Producción: Juan Motilla y Noelia Diez
Distribución y comunicación: Noelia Diez
Compañía Teatro Clásico de Sevilla. Dirección Juan Motilla y Noelia Diez
Precios: 19 euros. Martes y miércoles: 16 euros
Duración: 105min. aprox.
Encuentros con el pblico: 26 y 27 de marzo (noche de los teatros).
Campaña escolar: Funciones matinales 11 y 18 de marzo. Disponible dossier pedagógico.