Al teatro histórico le suele pasar lo que a la novela histórica, que rara vez consigue captar lo esencial del episodio al que alude, y que a menudo tergiversa -premeditadamente o no- los personajes y hechos en los que se apoya. El autor francés y el importador español de esta obra, con el apoyo del Centro Dramático Nacional y el Institute Français, nos presentan un diálogo inventado entre estos dos adalides de la Ilustración y abanderados del racionalismo que impuso su hegemonía en el mundo occidental en los dos ltimos siglos y ahora se bate en retirada, avergonzado por los monstruos que engendró y sin haber parido una alternativa. Una pieza plmbea para mayor fama del país vecino, que sugiere más que aporta en su decadente culto a una cultura extinta.
Todo nace de un hecho cierto. En 1764 François-Marie Arouet alias Voltaire no sólo publica su Diccionario Filosófico, sino que difunde sin firmarlo un durísimo libelo contra Jean-Jacques Rousseau, en el marco de la creciente animadversión que sienten el uno contra el otro, un golpe bajo y ruín contra el rival intelectual revelando sordideces de su vida íntima, reales como el haber abandonado a sus cinco hijos en el hospicio, y ficticias como el haber asesinado a la madre de su compañera sentimental o el ser víctima de la sífilis.
El sentimiento de los ciudadanos, que así se titula el malvado panfleto, dice entre otras cosas: Quién es ese hombre que piensa que se le deben levantar estatuas y con la misma humildad compara su vida con la de Jess; ese que ultraja al cristianismo y a la Reforma, e insulta a nuestros gobernantes y pastores? Es un erudito que habla en contra de otros eruditos? No, es un desgraciado sifilítico que arrastra tras de sí, de pueblo en pueblo y de montaña en montaña, a una ramera, a cuya madre él ha matado, y con la que ha tenido hijos y los ha abandonado a la puerta de un hospicio.
Sobre esta bajeza -una de tantas que muchos intelectuales han tramado a lo largo de la historia contra sus rivales (véase el Siglo de Oro español)- el consagrado dramaturgo francés Jean-François Prévand ideó en 1991 este diálogo ficticio entre ambas lumbreras, tercera parte de su trilogía dedicada a los filósofos del Siglo de las Luces, que pasó del millar de representaciones antes de ser repuesto en 2014 y en 2017 en París, y además programarse en varios países y un par de televisiones europeas.
Estos diálogos teatrales suelen resultar fallidos por pretender condensar en noventa minutos de conversación vidas enteras de sus protagonistas y demasiados temas hilados con artificialidad. Es sin más lo que ocurre con esta disputa ambientada en la visita intempestiva de un exasperado y fracasado Rousseau al castillo de un bonvivant y triunfador Voltaire en busca de pistas sobre la autoría del libelo. Un diálogo imposible en el que los dos enfrentan sus ideas acerca de lo divino y de lo humano, sus dos concepciones de la vida, opuestas en buena medida, pero también complementarias. Visiones filosóficas profundas que crearon gran impacto en el mundo de su tiempo y que han llegado hasta nosotros en mltiples variaciones. Voltaire era 18 años mayor que Rousseau, y los dos murieron el mismo año, 1778: una década después -en 1789- era proclamado el Tercer estado en la Asamblea inciándose la Revolución Francesa.
Prévand -debo decir en primer lugar que no me considero un autor dramático. Ni por vocación, ni por profesión. Siempre he sido, ante todo, actor- ha explicado profusamente sus razones: Es cierto que me lancé a la escritura con un prejuicio favorable a Voltaire, pero, poco a poco, espero haber reequilibrado el debate y Rousseau me ha conmovido, no sólo emocionalmente, sino política e intelectualmente. Quizá el hecho de haber interpretado yo mismo el papel de Rousseau durante cuatro años haya influido en mi opinión. Intil repetir todo lo que me une a Voltaire, sé de sobra también cuánto le debo.
Y también nos versiona los orígenes de esta versión española: Vino en 2016 esta propuesta de Josep Maria Flotats, actor al que admiraba mucho y al que vi trabajar muchas veces en el Théâtre de la Ville. Era una proposición evidentemente halagadora, sobre todo porque nunca había tenido ocasión de entrar en contacto con el pblico español y porque yo mismo acababa de mudarme a Barcelona Para esta ocasión, me he entretenido en reescribir ciertas cosas, en cortar o desarrollar otras, y por eso es un texto casi nuevo y espero, cruzando los dedos, el veredicto del pblico español. Por eso ha añadido al final una larga cita de Quevedo a su francesísima propuesta, que adolece de un acedemicismo obsoleto, de un rancio conservadurismo como sólo la inamovible burguesía intelectual francesa es capaz de enarbolar en estos tiempos de deconstrucción universal.
Posiciones que siempre han tenido entusiastasa seguidores en España, donde los afrancesados siguen siendo sector dominante en la cultura oficial. Y entre ellos, Josep Maria Flotats es uno de los más conspicuos y pertinaces representantes a lo largo de su dilatada trayectoria teatral. Flotats es más francés que Prévand y en escena siempre ha desplegado de forma visible y hasta ostentosa esos hábitos -de la pronunciación al gesto- que aprendió en el país vecino y que refuerza con los años. Es cierto que actuar y dirigir al mismo tiempo exige un ayudante de dirección en el que tengas plena confianza. En mi caso, José Ramón Gomez Friha cumple este requisito. Cuando le llamé para ofrecerle si quería ser mi ayudante accedió entusiasmado. A sus 79 años, un omnipresente Flotats asume la dirección y coproducción de la obra, su dramaturgia y su espacio escénico, y ante todo y sobre todo el papel protagonista, el de un Voltaire que no puede resultar por tanto sino superior a su contrincante, un Voltaire con el que llevaba años soñando representar, un Voltaire que habla español pero es tan esencialmente francés como lo es él.
He tratado de crear un espacio escénico austero y eficaz. Básicamente consiste en una alfombra y un tapiz. El tapiz representa el castillo de Fernay, la residencia de Voltaire, donde transcurre la acción. El aspecto puede parecer suntuoso porque es muy bello, tanto el tapiz como los muebles o la alfombra, pero en realidad es muy minimalista, nos cuenta, y así efectivamente es, un espacio escénico inmóvil con un par de mesas y unos butacones, en el que durante noventa minutos no se introduce la menor variación, salvo las sutiles oscilaciones en la iluminación de Paco Ariza, y unos trinos previos y quizás también postreros cuyo significado no conseguimos desentrañar.
El vestuario lo hace Renato Bianqui, -cuenta orgulloso Flotats-, un gran sastre y uno de los pocos maestros, muy pocos, especializados en vestuario de los siglos XVII y XVIII, especialmente francés. Para el vestuario de Rousseau, que vestía como un armenio, nos inspiramos en una pintura Canaletto. Para Voltaire de su propia iconografía. Vestuario preciosista al compás de los muebles de época, todo ello una postal de las postrimerías del siuglo XVIII en la que nicamente hay un factor discordante: los peinados, los pelos, las cabelleras -más de hoy que de ayer- de los dos protagonistas.
Decadente incursión en un pasado lejano, decididamente nostálgico, un espectáculo para mayor gloria de esa tradicional Cultura con maysculas de la que buena parte de la generación veterana se siente deudora, esa cultura de influencia francesa, de dominación francófona, de lecturas reposadas, de nombres y fechas bien aprendidos, de cronologías y sigificados fijados para la posteridad. Esa cultura del racionalismo arrogante, del anticlericalismo justificador, de las grandes palabras vacías, que ha estallado en pedazos y nos ha dejado vagando perdidos con el teléfono móvil en una mano y la nada (sartriana si lo prefieren) en la otra.
Voltaire es hoy ejemplo paradigmático de ese intelectual inconsecuente que llenará dos siglos de la historia europea y provocará grandes tragedias con sus utopías ideológicas; gran predicador teórico, pero escaso cumplidor práctico de sus prédicas. Murió siendo inmensamente rico: fue uno de los mayores rentistas de Francia. Invirtió en el comercio de oro y usó de trucos para ganar a la lotería mientras combatía el fanatismo y la intolerancia. Bastante oportunista y contradictorio, capaz de defender cosas opuestas segn soplara el viento, poco fiable, avaricioso y sarcástico. Para otros, sin embargo, generoso, entusiasta y sentimental. Quizás de todo un poco, como siempre en la botica humana.
Voltaire no concibe una sociedad alienante y un individuo oprimido como prescribe Jean-Jacques Rousseau, sino que cree en un sentimiento universal e innato de la justicia, en ese pacto social mediante el que mejorar el mundo con la ciencia y la técnica, y embellecer la vida gracias a las artes. Su utilitarismo prescinde de Dios, aunque no es ateo, es deísta, pero sin intervención divina en los asuntos humanos. Con un máximo enemigo, la iglesia católica, símbolo para él de la intolerancia y de la injusticia.
Rousseau considerado también como genuino ilustrado, presentó sin embargo profundas contradicciones que lo separaron de los principales representantes de la Ilustración, ganándose por ejemplo la feroz inquina de Voltaire; sus ideas políticas influyeron en gran medida en la Revolución francesa y dejó una herencia de pensador radical y revolucionario, látigo de las convenciones sociales: Mientras el gobierno y las leyes proveen lo necesario para el bienestar y la seguridad de los hombres, las ciencias, las letras y las artes, menos despóticas y quizá más poderosas, extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas que los atan, anulan en los hombres el sentimiento de libertad original, para el que parecían haber nacido, y les hacen amar su esclavitud y les convierten en lo que se suele llamar pueblos civilizados. La necesidad creó los tronos; las ciencias y las artes los han fortalecido, dirá su discurso para la Academia de Dijon en 1750.
Como también nos recuerda la Wikipedia, en 1755 publicará un texto importante, su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, que disgustó por igual a la Iglesia y a Voltaire, a quien envió un ejemplar y obtuvo airada respuesta: [Un] escrito contra la raza humana jamás se desplegó tanta inteligencia para querer convertirnos en bestias. Fue el comienzo de una creciente enemistad entre estos dos ilustrados, cuya segunda fase aconteció cuando Voltaire publicó su Poema sobre el desastre de Lisboa (1755), en que afirmaba sin ambages su pesimismo y negaba la Providencia divina, al que el ginebrino respondió con una Carta sobre la Providencia (1756) en la que intentaba refutarlo. La respuesta de Voltaire sería justamente celebrada: su novela corta Cándido o el optimismo. An se enconó más el odio de Voltaire cuando Rousseau imprimió su Carta a DAlembert sobre los espectáculos (1758), en la que declaraba (siendo él mismo autor dramático) que el teatro era uno de los productos más perniciosos para la sociedad, generador de lujo obsceno e inmoralidad depravada.
No es una obra filosófica es una obra sobre dos filósofos. Nos provoca reflexión y creo que eso es lo mejor para enganchar al pblico. Puede abrir una puerta a las ganas de conocer a Voltaire y Rousseau: así nos dice Pere Ponce, el actor que hace de Rousseau, y así nos ha ocurrido. Su interpretación y suscitar el recuerdo de la famosa pareja de intelectuales ilustrados ya tan olvidada, son las cosas destacables de esta propuesta.
VALORACIÓN DEL ESPECTCULO (del 1 al 10)
Interés: 5
Texto: 6
Versión: 8
Interpretación: 6
Escenografía: 6
Producción: 6
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 8
CENTRO DRAMTICO NACIONAL
Teatro María Guerrero
VOLTAIRE / ROUSSEAU La disputa
De Jean-François Prévand
Traducción Mauro Armiño
Dramaturgia y dirección Josep Maria Flotats
Del 12 de enero al 4 de marzo de 2018
Reparto:
Voltaire Josep Maria Flotats
Rousseau Pere Ponce
Equipo artístico:
Espacio escénico Josep Maria Flotats
Iluminación Paco Ariza
Vestuario Renato Bianchi
Espacio sonoro Eduardo Gandulfo
Ayudante de dirección José Gómez
Diseño cartel Javier Jaén
Fotos marcosGpunto
Coproducción Centro Dramático Nacional y Taller 75
Colaboración Institut Français dEspagne
Horario: de martes a sábado a las 20:30 horas y domingo a las 19:30 horas
Duración: 1 hora y 30 min aprox.
Funciones accesibles: 22 y 23 de febrero de 2018
Teatro María Guerrero C/ Tamayo y Baus, 4 28004 Madrid.