Un actor con cuarenta años de edad y veinte de oficio se ha atrevido a escribir una obra muy crítica y valiente sobre el ramalazo buenista de su generación, los progres culturetas y esa mafia prejuiciosa que está ahogando su necesaria aportación a la renovación de la sociedad española. Lo ha disfrazado de farsa disparatada y costaría entender su sana intención si no te lo explican o mejor, no te lo explica el mismo.
La pieza de tan enrevesado título -El alivio o la crueldad de los muertos- se define como una tragicomedia irreverente y salvaje sobre la creación del mal y el nacimiento del monstruo. El mal es esa telaraña de alienación ideológica que ya asfixia a buena parte de nuestros cuarentañoles; el monstruo es un espantajo alimentado de redes sociales sin autocontrol. Este esperpento -en la estela imborrable que para bien o para mal nos ha dejado Valle-Inclán- cuenta que la noche de su cumpleaños Nata organiza una pequeña reunión en casa para festejarlo con sus amigos íntimos. Mientras beben y bailan en el salón, la fiesta es servida por Jessica, una asistenta colombiana que será testigo mudo de las mentiras, complejos y prejuicios de los anfitriones y sus tres invitados, a su vez víctima un tanto prefabricada y verdugo un tanto absurdo que sirve una moraleja innecesaria que desvía del importante contenido crítico de la pieza.
Rubén Ochandiano -que ya había ejercido de director teatral con La Gaviota de Chéjov siguiendo la senda de su tía Amelia- retrata a un grupo de infelices, frustrados y angustiados seres y seras, anclados en una sempiterna adolescencia, el gravísimo problema que sufre la generación que está tomando el control de la sociedad con enormes carencias de formación moral y emocional, sustituidas por recetas facilonas que les impiden llegar a la madurez y a ese inestable equilibrio personal imprescindibile para vivir, penar y gozar tu propia vida.
El libreto -acompañado de un irregular espacio sonoro y sobre el que se ha construido una coreografía ambiciosa pero discutible- es un conglomerado de influencias sin terminar de digerir, un empacho de clásicos cinematográficos y teatrales, -donde destacaríamos a Buñuel e Ionesco, pero no encontramos vestigio del Bertold Brecht que se nos anuncia-, en el que se ha huido quizás premeditamente de la coherencia para presentar una sucesión de grotescos momentos mal hilvanados, de diálogos a menudo caóticos e ininteligibles, de retahílas de lugares y prejuicios comunes de una gente similar en y frente al escenario el miércoles de estreno, y en tantos estrenos de nuestra atormentada vida teatral.
El montaje de la pieza es discreto en concepción y pleno de colorido debido a los figurines de Shiloh Garrel, sin nada destacable que añadir. La dirección de Ochandiano acenta demasiado el ya de por sí descomunal disparate con una sobreactuación generalizada. Los seis intérpretes conservan sus nombres propios en la pieza y realizan un apreciable esfuerzo por dar vida a tan desagradables personajes, que lo son en demasía ese Sergio fuertote de cuerpo y débil de mente, y ese Albert que empieza brillante y termina patético con tanta masturbación sobrante. Alicia es la más centrada del conjunto y Nata la menos creíble; Tomás Pozzi cada día es más caricatura de sí mismo, y Jessica está perfecta en su mutismo pero suelta al final un monólogo tan absurdamente panfletario que podría hasta suprimirse.
Yo en realidad quería escribir una historia de amor pero a cada uno se le escapa las cosas que tiene en la cabeza. Empecé a escribir sobre los asuntos que me movilizaban más o me parecían más surrealistas de mi colectivo profesional. Y estando en Nueva York [en Nueva York, Rubén, no aquí] leí un artículo sobre una empleada doméstica que había sido protagonista de un suceso bastante tremendo y me pareció que era un buen hilo conductor que me servía para hablar de la idea del vacío, del discurso bienpensante Todo se ha vuelto performativo para estar en la pomada y formar parte de un clan y no ver lo que a uno le pasa de verdad. La obra es más bien una farsa Esto te permite apretar mucho el tornillo. La función es muy divertida. Lo cruel es lo que pasa en el teatro, declaraba a Joan Colás en Crónica Directo.
Antológico el momento en el que Albert es forzado a contar su sacrilegio de haber votado a Ciudadanos y Tomás el haber cometido el grave pecado de sentarse a la misma mesa que unos afiliados de Vox. Ridículo el romance de Sergio y Tomás. De agradecer la presencia en escena del elenco media hora antes de levantar el virtual telón. Reprobable que se anunciara primero a las 1930 y luego a las 1945.
El espectáculo pone de manifiesto el frecuente vacío del discurso bienpensante, el hartazgo de la conciencia social performativa en la que vivimos, esta cosa del pensamiento nico, le ha dicho en eldiario.es a Carmen Martín. Mucha gente se empeña en esconder al ser que realmente albergan La gente se suscribe a todas las causas que hacen ruido, en muchas ocasiones, solo para estar en la pomada Vivimos buscando la felicidad y el bienestar asentados en una adolescencia sempiterna Nos convertimos en monstruos y abanderamos causas para formar parte de la manada, sin hacernos cargo de ninguna [Las redes sociales] las juego porque las tengo que jugar, vivo en este sistema de mierda, pero creo que nos han quitado magia y poesía a todo, carecen de piel, creo que nos han afeado la vida, vivimos una insatisfacción crónica. Dice también, y ojalá sea cierto, que hace tiempo que decidió no recibir impactos de comunicación no deseados, no pone la televisión, apenas navega por internet, tan solo lee el periódico cuando le apetece, si no, es muy difícil sostener un estado de ánimo medianamente optimista, positivo o estable.
Así que estamos ante una propuesta que tiene mucho bajo la gorra de la pobrecita inmigrante, un alibi absurdo, por cuanto la sociedad española ha integrado al aluvión de la emigración hispana bastante aceptablemente. Lo que realmente contiene este alivio -dejémosnos de literarias crueldades de los muertos- es una justa y merecida andanada crítica, quizás también un poco autocrítica, que merece todo nuestro apoyo.
VALORACIÓN DEL ESPECTCULO (del 1 al 10)
Interés: 8
Argumento: 9
Texto: 6
Dirección: 6
Interpretación: 8
Escenografía: 6
Coreografía: 6
Producción: 7
TEATROS DEL CANAL
El alivio o La crueldad de los muertos
Los Montoya y Rubén Ochandiano
Entre el 1 y el 19 de septiembre de 2021
Texto y dirección: Rubén Ochandiano
Intérpretes: Nata Moreno, Sergio Mur, Jessica Serna, Tomás Pozzi, Alicia Rubio y
Albert Mèlich
Coreografía: Javier Monzón
Espacio sonoro: Sandra Vicente
Diseño de iluminación: David Picazo (AAI)
Escenografía: Rafa Lladó
Figurinista: Shiloh Garrel
Dirección de producción: Jlia Simó Puyo
Producción ejecutiva: Carlos Perelló Rovira
Ayudantía de dirección y regiduría: Víctor Hernández
Fotografías: Jess Romero
Coproducción: Los Montoya, Amici Miei Produccions, Teatre Principal de Palma, Rubén Ochandiano y Teatros del Canal.
Sala Verde.
Duración: 100 minutos
3 de septiembre: encuentro con el pblico tras finalizar la función.
Edad: a partir de 16 años.