guía cultural

Tres retablos de El Greco se reencuentran en el Prado

Instalación en la galería central del Prado.
José Catalán Deus | Jueves 20 de febrero de 2025
El Museo Nacional del Prado reúne el gran conjunto que el Greco realizó para la iglesia del Monasterio de Santo Domingo de Silos, llamado el Antiguo, en Toledo, disperso desde 1830. De los nueve cuadros, solo faltará uno, el que se encuentra en Rusia. Se trataba de tres retablos, uno central tras el altar mayor flanqueado por dos laterales. La Asunción, la gran tela central del retablo mayor, que desde 1906 es del Art Institute de Chicago, se expone junto a las dos obras que posee el Prado, las tres que siguen actualmente en el monasterio, y dos procedentes de colecciones privadas. Comisariada por Leticia Ruiz, Jefa de Colección de pintura española del Renacimiento, la reunión de estas obras, es un acontecimiento artístico extraordinario que permite disfrutar de un conjunto excepcional de la primera producción del Greco en España.

El conjunto se ha instalado en el sitio de honor del Prado, el centro de la galería central, el único dnde cabía holgadamente esa asunción de cuatro metros de altura. El diseño de la exposición no reproduce la estructura original, quizás resultaba imposible o quizás se ha sacrificado el conjunto a que el visitante encuentre la impresionante asunción de frente según llega. No resulta convincente tal cual y pierde mucho de su magnificencia original de emplazamiento, aunque es cierto que las pinturas gana así en visibilidad; quizás la muestra podían haber ido acompañada de una reconstrucción a gran tamaño de la estructura original y así juntar las dos visiones. Merece la pena reconstruir la historia de esta impresionante obra.

DE CÓMO ERAN EN ORIGEN

Así pues, situénse ustedes en la iglesia del Monasterio de Santo Domingo el Antiguo, en el centro del Toledo histórico: La Asunción de María originariamente ocupaba toda la calle central del retablo mayor; tanto por tamaño como por calidad, es el más importante y viene de Chicago. Flanquándolo, San Juan Evangelista ocupaba el primer piso de la calle lateral derecha y San Juan Bautista el primer piso de la calle lateral izquierda y ambos continúan in situ. San Benito ocupaba el segundo piso de la calle lateral derecha del retablo mayor y actualmente está en el Prado, y San Bernardo en el segundo piso de la calle lateral izquierda ha ido a parar al Museo del Hermitage de San Petersburgo. La Santa Faz; originariamente en el frontispicio, entre el primer y el segundo cuerpo, actualmente en una colección privada. Y La Trinidad; originariamente en el ático, actualmente en el Museo del Prado. El retablo lateral derecho es La resurrección de Cristo y sigue in situ, mientras que Adoración de los pastores; originariamente en el retablo lateral izquierdo está actualmente en una colección privada. Toda una metáfora de la pérdida enorme de patrimonio artístico que se produjo en España en el siglo XIX especialmente, aunque existan casos clamorosos más cercanos en el tiempo.

La Asunción es la obra central del retablo, seguramente la primera del Greco en realizarse en suelo español y, quizá por ello, la única de su producción en la que se incluye la fecha. La composición carece de referencias evangélicas y representa la ascensión de María a los cielos auxiliada por un grupo de ángeles. La Virgen se sitúa sobre el creciente de luna, alzándose sobre la tumba abierta mientras es contemplada por los apóstoles, revestidos de quietud y con gestos mesurados. Todas las figuras están dotadas de monumentalidad, subrayada por el uso de un colorido saturado y límpido, y unas densas y corpóreas pinceladas. La escena se completaba con la pintura colocada en el cuerpo superior del retablo, La Trinidad, hacia donde la Virgen dirige su mirada al tiempo que eleva los brazos.

La Trinidad coronaba el cuerpo del ático del retablo mayor, situada sobre La Asunción, con cuya escena conecta. Así, María asciende hacia esa zona celestial en la que el Padre Eterno, sentado sobre las nubes y flanqueado por ángeles mancebos, sostiene el cuerpo de Cristo muerto: una Compassio Patris o Piedad masculina. Dios Padre aparece revestido como un sacerdote del antiguo testamento, cubierto con una mitra bicorne, alba y manto. La paloma blanca que simboliza el Espíritu Santo sobrevuela las cabezas de padre e hijo. La pintura ingresó en el Prado en 1832, tras ser adquirida por Fernando VII.

San Juan Evangelista, a la derecha de la Asunción, lleva un libro; es un anciano de larga barba blanca y corpulenta complexión. Aparece de frente, en una actitud meditativa y concentrada que, según indican los dibujos preparatorios de la tela primero se pensó mirando al ascenso.

Encima de menor tamaño se representa a San Benito de Nursia (h. 480-547), el fundador de la orden benedictina, la de la comunidad de monjas que vivía en el monasterio toledano desde el siglo XII. Ello explicaría la representación en el retablo mayor de este santo y la de san Bernardo, con el que hace pareja,. El Greco concibió el personaje con rasgos precisos, lejos de cualquier idealización; sus facciones, que se perciben como un retrato, son las de un hombre maduro y de aspecto ascético que se dirige al espectador mientras señala con la mano derecha a la zona inferior, donde se hallaban la tela principal (La Asunción) y el tabernáculo. El modelado sólido y certero de la figura y la rotundidad del sombreado contrastan con la solución vibrante y suelta del fondo.

Del lado izquierdo del retablo tenemos un San Juan Bautista que aparece como un asceta demacrado, cubierto parcialmente por la piel de camello que llevaría en su retiro en el desierto, donde hacía penitencia y anunciaba la llegada del Mesías. La barba y los cabellos descuidados, así como la fina cruz de cañas completan la imagen del “Precursor”, el que antecede a Jesús, a quien bautizó en el río Jordán. Con el índice de su mano derecha señala el tabernáculo. La alargada figura ocupa por completo un espacio estrecho, rematado en un arco de medio punto, al igual que el, evangelista del lado derecho. La ausencia de elementos espaciales, más allá de unas manchas de color a modo de abstracto celaje, y la contrastada iluminación, convierten la imagen en una suerte de escultura colocada en una hornacina.

Sobre él, emparejado al san benito de la derecha, San Bernardo de Claraval (1090-1153), quien reformaría la orden benedictina para crear la cisterciense, a la que se acogió la comunidad de Santo Domingo el Antiguo en 1140.
Al igual que el san benito, el Greco concibió la imagen del santo con rasgos tan concretos que parece que nos hallamos ante un retrato. Lleva báculo abacial y muestra la cubierta de un libro, posible referencia a su tratado De laudibus Virginis matris. La tela fue vendida en 1830 al infante Sebastián Gabriel; pasó luego por varios propietarios y en 1943 fue confiscada como botín de guerra, sin que sepamos dónde y por quiénes. Se trata de una reproducción, porque la asquerosa censura de la UE que ha cortado el intercambio cultural con Rusia por la guerra de Ucrania, ha impedido solicitar la venida del original desde el Hermitage de San Petersburgo

Finalmente, La Santa Faz -situada enn el centro del retablo, entre la asunción y la trinidad- fue una iconografía popular desde finales de la Edad Media, originada en una historia apócrifa. Según esta, una mujer de nombre
Verónica -literalmente ‘verdadera imagen’ (vera icon)– habría obtenido la imagen del rostro de Jesús tras quedar este impresa en el paño que le ofreció para que se secara el sudor en su subida al Calvario. Fue una aportación posterior, tras descartarse un escudo de armas. El estilo es claramente posterior al del resto del conjunto. La obra fue desmontada en 1961 y vendida en 1964.

En cuanto a los dos retablos laterales, el de la derecha lo ocupa La Resurrección: Cristo en el momento de elevarse triunfante sobre el lugar en el que fue enterrado y custodiado por los soldados, una obra llena de dinamismo, subrayando las reacciones de los soldados: los que aún descansan, el que se incorpora con sorpresa y temor y los dos guardias de pie –en posiciones contrapuestas–, que aparecen deslumbrados por la prodigiosa visión. En el plano superior destaca la serena y majestuosa presencia de Cristo, una figura apolínea de modelado prieto y marcada anatomía. El Greco introdujo además a san Ildefonso. Sus vestiduras blancas son las propias de la celebración de la Pascua de Resurrección.

Y el retablo de la izquierda es La Adoración de los pastores, una composición original en torno al Niño Jesús. Este se convierte en el foco de luz, la que ilumina a los personajes que le rodean en actitud de adoración y reconocimiento: además de María y san José, cinco pastores y dos figuras femeninas distanciadas de la escena y
que han sido vistas como Zelomí y Salomé, las comadronas que certificaron la condición inmaculada de María según uno de los evangelios apócrifos. En la zona superior, un grupo de acrobáticos y refulgentes ángeles sostiene la
filacteria con el versículo en griego de san Lucas: “Gloria a Dios en las alturas…”. En primer término aparece san Jerónimo, una presencia que fue expresamente requerida por el deán Castilla.

Colocación original de los tres retablos de Santo Domingo el Antiguo.

DE CÓMO SE ENCARGÓ Y SE CONCIBIÓ

A mediados de 1577, recién llegado a España, el Greco obtuvo dos encargos importantísimos: El Expolio para la catedral de Toledo y los tres retablos del monasterio de monjas cistercienses de Santo Domingo el Antiguo, uno de los cenobios más antiguos de la ciudad. Realmente sorprendente tanta confianza en un extranjero recién llegado y tanta suerte en su caso. El monasterio disponía desde 1579 con una nueva iglesia de traza clasicista costeada por doña María de Silva (1513-1575), dama portuguesa que estuvo al servicio de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, y por su albacea Diego de Castilla (h. 1507- 1584), deán de la catedral, con el único objeto de que sirviera de monumento funerario y faraónico sepulcro a los dos benefactores.

El deán eligió al Greco a sugerencia de su hijo Luis de Castilla (h. 1540-1618), quien había conocido al pintor en Roma, en el palacio Farnesio, en 1571. Gracias a esta recomendación el Greco pudo enfrentarse a un trabajo especialmente complejo, donde tuvo que diseñar la estructura de los tres retablos, las cinco esculturas que coronaron el principal y la pintura de ocho lienzos. La concepción de todo el conjunto supuso una renovación del tradicional retablo castellano. El encargo se concluyó en 1579 y el resultado hubo de suscitar la admiración de
quienes lo contemplaron; el Greco demostró ser todo un maestro audaz y solvente, que se manejaba con deslumbrante soltura en la composición de obras de gran formato, cargadas de reminiscencias italianas tanto en los modelos figurativos como en el colorido y la factura.

A excepción de tres pinturas que permanecen en la iglesia (los dos santos Juanes y la Resurrección), el resto comenzaron a dispersarse a partir de 1830. El 13 de agosto de ese año, el infante Sebastián Gabriel de Borbón adquirió La Asunción por 14.000 reales de vellón. Para reemplazarla en el retablo, se encargó una copia realizada por Luis Ferrant y Carlos Luis de Ribera por la que se pagaron 8.000 reales.

También en 1830, el infante Sebastián Gabriel adquirió los San Bernardo y San Benito por 3.000 reales. Ambas obras también fueron confiscadas en 1836 por el gobierno isabelino y depositadas en el Museo de la Trinidad en 1838. San Bernardo fue devuelta al infante en 1861 y vendida en 1890 en París por el duque de Dúrcal, el segundón de su descendencia. Posteriormente, pasó por varios propietarios hasta que en 1943 fue depositada en la Nationalgalerie de Berlín. Al final de la Segunda Guerra Mundial, fue confiscada como botín de guerra y llevada a la Unión Soviética. Actualmente, se exhibe en el Museo del Ermitage. San Benito no fue devuelta al infante y, en 1872, pasó del Museo de la Trinidad al Prado. La Trinidad en 1830 fue adquirida por el escultor Valeriano Salvatierra, una figura clave en el incipiente mercado artístico y el intermediario en cuatro de las ventas. En junio de 1832, la vendió a Fernando VII por 15.000 reales con destino al Real Museo, hoy Museo Nacional del Prado. Y La Santa Faz en 1961 sería desmontada de su retablo y vendida en 1964 a una colección privada no identificada. La Resurrección ya hemos dicho que continúa en su sitio, y La Adoración de los Pastores en 1956 fue adquirida por Emilio Botín Sanz de Sautuola y López y se encuentra en la Colección Fundación Botín.

DE CÓMO LA ASUNCIÓN SE FUE A CHICAGO

Pues bien. En 1830, mediante el pago de 14.000 reales había llegado a la colección del Infante Sebastián Gabriel de Borbón y Braganza, biznieto de Carlos III., una de las más importantes en el siglo XIX español. Seis años más tarde le sería confiscada por el gobierno isabelino al haberse unido a la causa carlista y no la recuperaría hasta 1859 cuando aceptó a a Isabel II. Con el derrocamiento de la monarquía en 1868, la familia tuvo que abandonar España y refugiarse en Francia; la pintura fue trasladada junto al resto de la colección a Pau (Francia). allí murió el infante en 1875. Su colección fue dividida entre sus herederos. La Asunción participó de la primera exposición dedicada al Greco en el Museo del Prado en 1902, para luego ser vendida en octubre de 1904 en la galería Durand-Ruel en París.

Sebastián Gabriel había casado en 1860 con María Cristina de Borbón y Borbón-Dos Sicilias (1833 – 1902​), popularmente apodada «la infanta boba» debido a sus escasas luces intelectuales y poco atractivo físico, veintidós años menor que él.​ La pareja tuvo cinco hijos: Francisco María de Borbón y Borbón (1861-1923) duque de Marchena, Pedro de Alcántara(1862-1892) duque de Dúrcal, Luis de Jesús (1864-1889) duque de Ansola, Alfonso María (1866-1934), -que no aceptó el título nobiliario que se le ofreció, y vivió apartado del círculo familiar, no se exilió durante la Segunda República Española y murió en Madrid-, y finalmente Gabriel de Jesús de Borbón (1869-1889), sordomudo de nacimiento. A pesar de su proximidad al trono y su estrecho vínculo con los reyes, ninguno recibió el título de Infante de España. Todos ellos fueron criados por la corona española ya que se consideraba que la infanta no podía criarlos debido a su debilidad mental. Doña María Cristina regresó a España, y vivió apaciblemente hasta que le sobrevino la muerte en 1902 en Madrid.

Al morir, el cuadro con el resto de sus bienes pasó primero a manos de su viuda María Cristina, y ya a su muerte en 1902 a sus herederos. Fueron ellos quienes ese año la cedieron al Museo del Prado para la primera muestra sobre el artista cretense en la pinacoteca nacional, y precisamente esa exposición sirvió como escaparate para su venta en 1904 ¿Y quién la vendió ese año por 100.000 francos -unas 130.000 pesetas de la época- al galerista francés Paul Durad-Ruel, financiado por el magnate estadounidense Henry O. Havemeyer? Según fuentes del museo consultadas expresamente, fue la viuda del infante Sebastián Gabriel, María Cristina de Borbón. Pero no pudo ser porque María Cristina ya había fallecido para entonces. Fueron sus hijos, ¿todos de acuerdo o el primogénito Francisco María por su cuenta? Según la Real Academia de la Historia, Francisco María en 1886 había casado con María del Pilar de Muguiro y Beruete —hija de un acaudalado conde y senador—, con quien se estableció en París y fue padre de tres hijas. El matrimonio fracasó y él acusado de malos tratos terminó internado en ‘una institución médica’ -quizás un sanatorio mental- cercana a París.

El actual propietario, The Art Institute of Chicago, explica así su procedencia: que cuando Sebastián Gabriel y su familia se marcharon de España ‘su patrimonio quedó bajo custodia del gobierno español entre 1875-1887 y que después su viuda lo ofreció en venta, y que comprado por los herederos de la Infanta y luego prestado al Museo del Prado, en 1902-04, fue comprado a ellos por la Galerie Durand-Ruel, París, por 100.000 frs. ($17,000) en octubre de 1904, con fondos proporcionados por Henry O. Havemeyer y vendido al Instituto de Arte, 17 de julio de 1906. Sin embargo, el Prado cuenta que fue adquirida por Nancy Atwood Sprague al galerista francés, quien la donó en 1906 al Art Institute de Chicago en memoria de su esposo, Albert Arnold Sprague.

La exposición de 1902 en El Prado se celebraba con ocasión de las fiestas de proclamación del rey Alfonso XIII, a finales de mayo y principios de junio, siendo director del Museo José Villegas Cordero (entre 1901 y 1918) y subdirector Salvador Viniegra, quien se encargó de la organización y escribió una breve semblanza del pintor como introducción al catálogo. 123 años después La Asunción ha vuelto al Prado y para la ocasión siete de sus ocho acompañantes en los tres retablos toledanos se han reunido también en torno a ella. Sin duda, merecen una visita especial. Destaquemos un detalle: los dos juanes que vienen del monasterio conservan íntegros y perfectos los bastidores y enganches de cuando fueron colocados en 1579: verlo, emociona. Y recordemos que el Prado tiene 47 obras de este pintor, la mejor y mayor representación del artista que se conserva reunida en el mundo.

Aproximación a la propuesta (del 1 al 10)
Interés: 9
Despliegue: 7
Comisariado: 7
Catálogo: 8
Programa de mano: n/v
Documentación a los medios: 8

Museo del Prado
El Greco. Santo Domingo el Antiguo
Del 18 de febrero al 15 de junio de 2025
Comisaria, Leticia Ruiz
Patrocinio, Fundación Amigos del Museo del Prado
Catálogo: Español. Rústica. 13 x 18 cm. 64 páginas. 15€.

Para hacer un breve recorrido