Ciertamente, sí. Tras numerosas críticas, dudas y desconfianzas, el resultado final, este nuevo Museo del Prado del siglo XXI, merece un sobresaliente absoluto. La impresión general al visitante es la de estar en uno de los grandes museos del mundo, no sólo -como antes- por sus contenidos, sino por el envase que los contiene, que es tan importante, y que hace por eso de la arquitectura un arte.
El nuevo eje vertical del gran edificio, -un estrecho rectángulo al que sólo se accedía por sus lados-, de la entrada de Velázquez a la de Jerónimos, tiene la medida justa de lo que engrandece sin aplastar. Es esa dimensión humana de las viejas ciudades, de los antiguos edificios, de los parques clásicos.
La transición entre la parte antigua y la moderna es perfecta. Los detalles de buen gustos están distribuidos de forma minimalistam, pero por doquier. Ahora el Prado ha convertido el viaje más extraordinario que pueda hacerse al mundo de la pintura, en un viaje bonito, cómodo, hermoso, feliz.
Existen pegas, sin duda. Algunas intrínsecas al proyecto: las aglomeraciones, principalmente; algo casi intragable para los que sufrimos de celo por el silencio y la soledad, y horror por el efervescente gentío. Otras, superables: un mejor interiorismo que intente camuflar controles, escáneres y accesos, para que no parezca que estás en un aeropuerto, para que no se coman la entrada principal, para que resulten más camuflados. Ya sé que millones de visitantes y buenos controles de seguridad son hoy dos cosas imprescindibles. Pero si hay demasiada gente, pierde atmósfera; y si todo está lleno de cintas señaladadoras, la pierde también. La tercera pega sigue siendo el factor humano: el personal parece haber mejorado en su aspecto y en su trato, pero todavía tiene que ser mejorado, más capacitado para convertirse en intermediarios correctos y atentos entre personas y cuadros.
El proyecto de Rafael Moneo, que incluye la creación de nuevas salas de exposiciones y la restauración del antiguo claustro de los Jerónimos, forma parte de un programa de expansión que seguirá con la incorporación de distintos edificios de su entorno como son el Casón y el Salón de Reinos, ltimos vestigios del antiguo Palacio del Buen Retiro. El Museo del Prado conformará así un Campus museístico original que reforzará extraordinariamente la rica oferta de uno de los distritos de arte y cultura más importantes del mundo como es el Paseo del Arte en la capital de España. El proyecto fue elegido para la ampliación del Prado en 1998. Su ejecución empezó en febrero de 2002.
La fórmula de ampliación ingeniada por Moneo propone, respetando el antiguo edificio, su entorno y las arquitecturas colindantes (la Iglesia de los Jerónimos y la Academia Española), unir el Museo con un complejo formado por una construcción de nueva planta y el Claustro restaurado de los Jerónimos. La solución dada, que ha permitido al Museo extenderse en la totalidad de la nica área disponible en sus inmediaciones, libera además la planta original del edificio, permitiendo que ésta se vea como Villanueva la proyectó.
Desde el exterior, el enlace entre los edificios antiguo y nuevo queda oculto por una plataforma ajardinada de boj que remite a los jardines del siglo XVIII ofreciendo una perspectiva urbana que se funde con el vecino Jardín Botánico. Por su parte, el nuevo volumen de ladrillo y granito edificado en torno al antiguo Claustro de los Jerónimos, se alinea con la fachada de la Iglesia de los Jerónimos dejando ver desde el exterior parte de la arquería restaurada y restituida. Su fachada se abre al nuevo espacio urbano a través de unas monumentales puertas de bronce encargadas por el arquitecto a la escultora Cristina Iglesias.
En su interior se desarrolla una sorprendente ocupación del terreno disponible: tres plantas de acceso pblico unidas por una doble escalera mecánica y otras cinco entreplantas para servicios internos del museo. La presencia predominante de piedra de Colmenar y bronce sirve de nexo con las calidades constructivas de la fábrica primitiva de Villanueva.
El proyecto ha contemplado la restauración y consolidación de los restos de este antiguo Claustro antes de proceder a su rehabilitación como parte integrante de la ampliación del Prado. Concluido el proceso de restauración de los casi tres mil sillares y una vez comenzada la ejecución del proyecto de obras de la ampliación, el Claustro fue restituido en su exacta disposición original dentro de una camisa de hormigón autocompacto para su integración dentro del edificio de nueva planta proyectado por Rafael Moneo como parte fundamental de la ampliación del Museo. La rehabilitación del Claustro como parte del proyecto de ampliación del Museo, ha permitido que el mismo, entendido como galería que cerca el patio principal de una Iglesia o Convento, mantenga su carácter propio.
Pues bien. El nuevo Prado del siglo XXI merece ser visto. Sus contenidos, por supuesto. Pero hablamos ahora del estuche, del joyero; de sus atrevidos muros rojos; de su lugar de honor, donde ahora está colocado el fusilamiento de Torrijos y sus compañeros; de sus nuevos accesos. Y de su corona, los restos recuperados de un claustro convertido en escultura simbiótica, en fusión de pasado abandonado y de futuro que quiere ser mejor.