Hace tres siglos, el pblico seguía tramas tan complejas como ésta sin recursos audiovisuales ni efectos especiales, tan sólo escuchando recitar a los actores largos y complejos parrafones que hoy resultan difíciles de comprender, imposibles para muchos. Así que el teatro del Siglo de Oro sigue desafiando esa mentira de que el progreso económico va acompañado de progreso mental, espiritual y cultural. De un guión como éste, en Hollywood sacaban tres series televisivas repletas de carcajadas y ocurrencias.
Atrasar un siglo la ambientación, sustituir la España de los Austria por la de los Borbones, permite desplegar un precioso vestuario pero no aporta nada más, salvo consolidar prejuicios, como si la españa trágica del alcalde de Zalamea no fuera capaz también de piruetas brillantes como ésta. No lo aprobamos. Y sí, en cambio, lo hacemos con todo lo demás: la escenografía, la msica, la interpretación (especialmente los dos difíciles papeles travestidos, Lisarda y César), la obra en su conjunto y el trabajo de su director. Sigue la Compañía recitando como es debido el teatro clásico español, un trabajo de enorme importancia en estos difíciles tiempos para la lengua en sus lares, mientras se expande por el mundo y se reprime y abotarga en casa.
Fechada alrededor de 1640, esta comedia de capa y espada, escrita para Palacio, debió de ser muy conocida, no solo por el nmero de representaciones de las que tenemos noticia, sino también por la cantidad de ediciones sueltas que se realizaron durante los siglos XVII y XVIII. Es Calderón en estado puro, con su instinto dramático más que desarrollado y su oficio en plenas facultades, que plantea una comedia elegante y descocada, efectiva y arriesgada, utilizando amplificados- algunos de sus trucos dramáticos más efectivos: el accidente en el río (en este caso doble), el travestismo (doble también), el pretendiente sin recursos que confunde amor con interés, la dama abandonada que persigue al amante ingrato, la pretendida por todos que no se decide, los paralelismos de todo tipo situaciones, diálogos- la msica, imprescindible, dentro de la escena, etc. Las manos blancas no ofenden, título que parte, como otras muchas comedias de don Pedro, de un conocido refrán, ofrece al espectador un enredo festivo que no se representaba desde hacía un siglo.
Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño había nacido en Madrid el 17 de enero de 1600, donde morirá el 25 de mayo de 1681. Escribiendo esta obra, participó en la guerra de Secesión y fue herido en el cerco de Barcelona. En los años siguientes tendría un hijo natural, pasaría por una grave crisis, y finalmente se haría sacerdote. Junto a drmas filosóficos y autos sacramentales, junto a tragedias enormes y tramas religiosas, Calderón es también un comediante de primera, un ingenioso autor cómico, un entretenedor solvente, y estas manos blancas que no ofenden, vienen a demostrarlo categóricamente.
Dice Eduardo Vasco, director de la CNTC y de este montaje: La comedia que nos ocupa está destinada al pblico de palacio, asiduo sin duda a las representaciones de los corrales, pero que va a ser testigo de la representación de una comedia compuesta específicamente para otro tipo de paladar: el cortesano. Evidentemente el tono de estas obras es cómico, pero de una comicidad menos gruesa, poblada de guiños al pblico, un pblico selecto que se encuentra en un espacio (salones de corte, jardines, etc.) similar al que ambienta la comedia Calderón busca, incansable. Su obra, su variedad, tan desconocida an por el gran pblico, si exceptuamos los títulos habituales nada representativos, por otro lado, de un autor tan polifacético- nos muestra un talento moderno, flexible y capaz de una diversidad que resultará impensable en un autor teatral no mucho tiempo después. Tras casi veinte años de actividad literaria se encuentra agotando los géneros que ha heredado, y podemos encontrar en esta obra tentativas de renovación Todo ello mediante unos personajes que viven su peripecia más como una aventura de ficción que como una realidad tangible Una historia blanca, como las manos a las que alude el refrán del título, como el ideal de belleza que maneja la obra: reflejo de un pensamiento puramente barroco que nace de un espejo de corte y oculta la tan molesta realidad. A veces el teatro es tan contemporáneo que abruma.
LAS MANOS BLANCAS NO OFENDEN, de Calderón de la Barca
Compañía Nacional de Teatro Clásico
Versión y Dirección: Eduardo Vasco, del 3 de octubre al 7 de diciembre. Funciones: miércoles a sábado 20.00 horas. Martes, domingos y festivos: 19.00 horas. Lunes descanso.
(Sede provisional de la CNTC) Teatro Pavón c/ Embajadores 9)
Equipo
Asesor de verso: Vicente Fuentes
Iluminación: Miguel ngel Camacho (A.A.I.)
Coreografía: Nuria Castejón
Arreglos y dirección musical: Alicia Lázaro
Vesturario: Lorenzo Caprile
Escenografía: Carolina González
Elenco
Lisarda: Pepa Pedroche
Patacón: Toni Misó
Nise: Elena Rayos
Fabio: Pedro Almagro
Federico: Joaquín Notario
César: Miguel Cubero
Teodoro: Adolfo Pastor
Enrique: Juan Meseguer
Laura: Ione Irazábal
Serafina: Montse Díez
Clori: Silvia Nieva
Carlos: José Luis Santos
Lidoro: Iñigo Asiain
Criado1 : Diego Toucedo
Criado 2: Sergio Mariottini
Arpa: Sara gueda
Violín barroco: Melissa Castillo
Cello barroco: Irene Rouco
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