Estamos en casa de Harpagón, el avaro (por ontonomasia, pobrecillo, añadimos) y allí los pasillos y los rincones son lugares de riesgo. Todo puede espiarse y todo puede disimularse, ocultarse y revelarse. Hay cien puertas que nos tientan a pasar al otro lado, pues no sabemos qué puede suceder y qué puede sucedernos, plantea Lavelli. Por su parte, José Ramón Fernández, su estrecho colaborador en esta versión, añade: Harpagón (el protagonista) nos interesa porque habla de nosotros De nosotros? Sí, de nuestro miedo, de nuestra sensatez exagerada, o no tanto: como Harpagón es un ser humano, que no otra cosa dibujó Molière, teme que el gasto excesivo lo lleve a la pobreza, al hambre. Bien es verdad que cualquiera consideraría fuera de lugar a un hijo que es capaz de, para atender a sus gastos de ropa y adornos, poner como garantía de préstamo la cercana muerte de su propio padre o puede ser que eso ocurra en algunos lugares? Condenamos la actitud avariciosa del individuo, nos parece risible el avaro. Tal vez, porque no nos creemos avariciosos. Es curioso. Acaso hay un más claro ejemplo de lo que es la avaricia que el Occidente de nuestros días?.
Era muy fácil en aquella época para los nobles -todavía faltaban cien años para la revolución francesa- reírse de esos arribistas que sólo pensaban en el dinero, esa nueva clase social que terminaría derrocándolos. Pero Harpagón calcula sus ahorros como cualquier hijo del vecino, abomina de los gastos suntuarios de su hijo como cualquiera, teme que le roben sus ahorros como todos, e intenta ahorrar de forma ridícula, como la mayor parte de nosotros. Como piensa Fernández, del que pudimos ver recientemente su obra La tierra en el Teatro Valle Inclán, en producción del CDN dirigida por Javier Yage, estamos ante una mirada divertida pero llena de piedad para seres que son tan miserables como cualquiera de nosotros. Por eso hablamos de algo eterno. Nuestro miedo, nuestra pequeñez.
Su propuesta es de simultaneidad, un espacio vacío en el que tres elementos móviles recomponen la realidad empujados por los actores a cada escena, una fórmula hoy muy repetida en los escenarios que la primera vez sorprende gratamente, y después resulta ahorrativa y también avariciosa. La iluminación y el maquillaje juegan un papel importante para resaltar el tono burlesco y decadente que ha buscado el director, con minuciosidad, simplicidad y sin ostentación, desestimando algo que no forma parte de mi gusto escénico, como es el naturalismo. Bien. Lavelli ha sido en Francia gran divulgador de Calderón de la Barca, y presentado en París dos obras de Juan Mayorga y va a por la tercera. En octubre acomete en Varsovia una ópera de su colaborador Zygmunt Krauze, autor de la msica que acompaña a este El avaro. Personaje pues con buena prensa, personaje de la movida, no de aquella, sino de la eterna movida.
Un buen director es el responsable máximo de un buen reparto, como es el caso en esta obra. El tono general -distanciamiento- es una aportación original que pronto se impone a las dificultades iniciales. Las voces son de una potencia poco frecuente y nunca desafinan. Ademanes y movimientos están medidos con sutileza. Todo engarza armónicamente. Qué más se puede decir.
Y llegamos a la gran estrella. Galiardo está muy bien, pero exagera inconsciente o premeditadamente, haciendo de Harpagón un personaje irreal y monstruoso, lo contrario de lo que es, un ser bien corriente y moliente de cualquier época. La obra le exige mucho y a veces parece al límite de sus fuerzas. Pero sus tablas le dan alas supliendo parlamentos por gestos y ademanes siempre efectivos y resultantes.
Galiardo además de protagonista es el señor productor de esta apuesta, y ha conseguido el apoyo del Centro Dramático Nacional, más tres gobiernos autonómicos y hasta la Renfe entre otras instituciones de la españa subvencionera. Pretende realizar una gira de tres años en los que se realizarían un millar de representaciones por toda España y parte del extranjero, incluidos festivales y actuaciones al aire libre, además de tener ya contratado con el ministerio de educación uno de esos trabajos pedagógicos tan a la moda de hoy día. De todo ello nos alegramos, porque este El avaro es buen teatro comercial producto de un excelente equipo técnico y artístico bajo la dirección de alguien que conoce, sí, su oficio.
El avaro
de Molière
Versión y adaptación
Jorge Lavelli y José Ramón Fernández
Concepción y dirección
Jorge Lavelli
Funciones
8 de abril al 23 de mayo de 2010
De martes a sábados, a las 20.30 h.
Domingos, a las 19.30 h
Teatro María Guerrero
Tamayo y Baus, 4
28004 Madrid
Centro Dramático Nacional
http://cdn.mcu.es/
Equipo artístico
Colaboración artística Dominique Poulange
Dispositivo escénico Ricardo Sánchez-Cuerda
Iluminación Jorge Lavelli y Roberto Traferri
Msica original Zygmunt Krauze
Vestuario Francesco Zito
Ayudante de dirección Gloria Vega
Reparto (por orden alfabético)
Doña Claudia Carmen lvarez
Maese Simón /Comisario Manuel Brun
Flecha Manolo Caro
Pocapena Manuel Elías
Frosina Palmira Ferrer
Harpagón Juan Luis Galiardo
Cleantes Javier Lara
Anselmo Mario Martín
Merluza Walter May
Valerio Rafael Ortiz
Elisa Irene Ruiz
Señor Santiago Tomás Sáez
Mariana Aída Villar
Producción
Centro Dramático Nacional, Galiardo Producciones, Centro Andaluz
de Teatro, Teatro Calderón y Comunidad de Madrid.
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