La Fundación Juan March terminó el curso pasado con los paisajes de Freidrich y empieza éste con los paisaje de Durand, paisajes a uno y otro lado del Atlántico, viajes nostálgicos al pasado que no volverá, remansos de calma en medio de la urbe. La exposición Los paisajes americanos de Asher B. Durand está compuesta por 144 obras óleos, dibujos y grabados cubre todos los periodos de su vida y va acompañada por una selecta muestra de artistas coetáneos y de algunos seguidores; quiere presentar el particular talento de Durand como paisajista y los otros asuntos que desarrolló a lo largo de su prolongada carrera: retratos y pinturas de género. Pero son sobre todo paisajes de bucólica belleza que muestran los escenarios naturales de Norteamérica. Y son sobre todo árboles, los viejos compañeros del hombre que van inexorablemente desapareciendo.
El americano Asher B. Durand (1796-1886) y el alemán Caspar David Friedrich (1774-1840) ni se conocieron personalmente ni conocieron el trabajo del otro. Resulta una feliz coincidencia su presentación consecutiva en este refugio exquisito que representa desde hace tanto y de forma tan excelente la Fundación Juan March. Su aportación a Madrid no tiene precio. Su programa anual de actividades musicales, literarias y artísticas es una joya de excelencia que los dioses conserven por mucho tiempo.
En su vida y su trabajo artístico hay un antes y un después de su venida a Europa durante un año para conocer las raíces de la creatividad occidental. El viaje será la impronta de su madurez artística y personal. El paso de un grabador excelente de las obras ajenas, a un creador maduro con una tarea que cumplir.
Los médicos especializados en enfermedades mentales animaban entonces -y ahora- a sumergirse en la naturaleza, por su potencial curativo. Se creía que los paisajes pintados alcanzaban beneficios similares a los de los parajes naturales. Había consenso no solo sobre el poder curativo de la naturaleza, sino también sobre el particular tipo de paisaje que mejor conseguía tal cometido. Se consideraba que los paisajes de diseño naturalista tenían mayores efectos benéficos que los geométricos, ya que de esa manera ofrecían un respiro al rígido trazado urbanístico agobiante, típico de ciudades norteamericanas como Nueva York.
Al igual que los paisajistas de cementerios, parques y jardines de hospitales, Durand sentía que para que un paisaje ejerciera sus poderes paliativos, el espectador debía sumergirse en él. Este debía, segn decía, ver el interior del cuadro en lugar de su superficie. Para él, las cualidades de una obra estaban directamente relacionadas con su poder de cautivar. Una obra excelente es aquella que inmediatamente se apodera de uno: nos envuelve, la atravesamos, respiramos su ambiente, sentimos la luz de su sol y reposamos a su sombra sin pensar en la composición y su ejecución, en lo que proyecta o en el color.
En las pinturas de Durand, los cielos están casi siempre despejados e invariablemente es verano. Durand los escogió por su impacto psicológico, su potencial curativo. Existen abundantes evidencias que sugieren que el pblico reaccionaba ante la obra de Durand en la manera que él esperaba. Un pintor coetáneo de Durand, Daniel Huntington (1816-1906), describe La mañana dominical, de 1860 (New Britain Museum of American Art, New Britain, Connecticut), como una obra reconfortante que sugiere a la mente la calma y la sensación del descanso sagrado que se asocia a menudo con las apacibles mañanas dominicales en un campo hermoso. Para los contemporáneos de Durand, sus obras eran curativas, calmantes y terapéuticas. Conservan hoy ese poder? Sí, lo conservan.
VENERACIÓN POR LOS RBOLES
Durand apreciaba los árboles más que otros aspectos de la naturaleza; pueden considerarse su -como se denominaría- magnífica obsesión. Los estudios de árboles al aire libre le servían como práctica naturalista y ejercicio espiritual. De las más de trescientas láminas de Durand que hay en la colección de la New-York Historical Society la mayor parte de sus dibujos, al menos ciento cincuenta y siete son estudios de árboles, y más de cien son paisajes en los que destacan árboles o grupos arbóreos.
Durand no estaba solo en su obsesión por los árboles. Desde el movimiento romántico internacional de finales del siglo XVIII hasta el realismo de artistas como Gustave Courbet (1819-1877) y German Biedermeier, los árboles salpicaban los paisajes a modo de almenaras icónicas. Parejo a Durand, Caspar David Friedrich (1774-1840) estaba obsesionado con dibujar árboles solos, en grupo o en hileras y los incluyó de manera destacada en muchas de sus pinturas así como en sus grabados. Al igual que Durand, también tenía fijación por las piedras.
El hijo del artista americano, John, anotó en sus recuerdos del padre: Cuando hallaba árboles en grupo, seleccionaba el que le parecía más característico de su especie por edad, color o forma, o en otras palabras, el más bello. Eliminaba todos los arbustos y demás árboles que interferían en la impresión que le había ejercido el elegido. Todo estudio realizado al aire libre se contemplaba como una especie de escena teatral en la que un árbol o un aspecto de la naturaleza en particular podía considerarse la figura principal, dando mayor relieve al objeto más interesante.
La temprana carrera de Asher B. Durand como grabador se ha visto eclipsada en gran parte por su posterior fama como pintor de paisajes. Sin embargo, entre 1812 y 1835 llevó a cabo más de 230 grabados y en 1823 estaba considerado el mejor grabador de la nación. No sólo grabó el célebre cuadro de La Declaración de la Independencia que habrá sido reproducido quizás más que ningn otro en la historia, sino que se dedicó también a la estampación de billetes, un negocio muy importante y lucrativo en la época, y creó con su hermano mayor Cyrus una empresa boyante de grabado de billetes de banco.
La exposición, pues, es un remanso oportuno para el que quiera y pueda disfrutarlo. Se inauguró el 1 de octubre con un concierto a cargo de Diana Tiegs (soprano) y Julio Alexis Muñoz (piano), primero del ciclo Las raíces norteamericanas de Ives y Copland, organizado con motivo de la misma.
Los paisajes americanos de Asher B. Durand
Fundación Juan March
Castelló, 77. Madrid
Hasta el 9 de enero de 2011.