guía cultural

El sueño de la razón sí produce monstruos

José Catalán Deus | Domingo 18 de junio de 2023

El dramaturgo Buero (1916-2000) reinventó parte de la vida del pintor Goya (1746-1828) para hacer de él un héroe progresista que no fue, enaltecer el liberalismo y denostar el absolutismo. En 1970 la obra fue un aldabonazo estético y político, y hoy sigue teniendo interés a pesar de que este teatro histórico sea, como la novela así también adjetivada, todo lo contrario a lo que pregonan.

El sueño de la razón se estrenó en 1970 con José Bódalo y María Asquerino de protagonistas, y se ha ido programando no con mucha asiduidad desde entonces. Esta adaptación de José Carlos Plaza se puso en Zaragoza a comienzos de temporada con Antonio Valero en el papel principal y ha subido a varios escenarios españoles estos meses. Es una obra difícil montar, protagonizada por un sordo al que hablan por señas todos los personajes que le rodean y él cuenta lo que dicen a los espectadores, lo que supone una dificultad importante a ambos lados del telón que este montaje y sobre todo sus actores superan con soltura.

La obra se sita en el Madrid de 1823 y el protagonista es Francisco de Goya, instalado ya en su señorial finca a orillas del Manzanares en cuyos muros ha ido pintando desde 1819 fantásticas y tenebrosas visiones que se conocen como sus pinturas negras, catorce obras murales con la técnica de óleo al secco sobre la superficie de revoco de la pared, las cuales suponen posiblemente su obra cumbre, tanto por intemporalidad como por expresividad, precursoras del expresionismo pictórico y otras vanguardias del siglo XX.

Principal mérito de la pieza teatral es descubrirnos la importancia que tuvo la sordera en su vida y obra. En el invierno de 1792, durante una visita al sur de la península, Goya contrajo una grave enfermedad que le dejó totalmente sordo y marcó un punto de inflexión en su expresión artística. Entre 1797 y 1799 dibujó y grabó al aguafuerte la primera de sus grandes series de grabados, Los caprichos, en los que, con profunda ironía, satiriza los defectos sociales y las supersticiones de la época. Series posteriores, como Los desastres de la guerra (Fatales consecuencias de la sangrienta guerra en España con Bonaparte y otros caprichos enfáticos de 1810 y Los disparates (1820-1823), presentan visiones y comentarios an más cáusticos sobre los males y locuras de la humanidad. El título de una lámina de Los Caprichos -El sueño de la razón produce monstruos- dará título a esta pieza teatral. Se cree que el hombre adormilado sobre su mesa de trabajo, rodeado de murciélagos y contemplado atentamente por un felino, es un autorretrato de sus sufrimientos mentales, pero nosotros pensamos que como indica su título es una alegoría del desencanto que produce constatar que los discursos bienintencionados a menudo terminan en tragedias colectivas.

Ya llevaba tres décadas completamente sordo, muy disminuido su contacto con el exterior y muy desarrollado un mundo interior poblado de visiones pesimistas alimentadas por los males de la época y el sufrimiento de su minusvalía. Ese año de 1923 las tropas francesas toman Madrid llamadas por Fernando VII para restaurar su monarquía absoluta -algo de lo que la obra no hace mención-, y que comporta una inmediata represión de los liberales que habían apoyado la constitución de 1812, vigente de nuevo durante el Trienio Liberal. Goya temió los efectos de esta persecución consta que Leocadia Zorrilla, su compañera, también y marchó a refugiarse a casa de un amigo canónigo, José Duaso y Latre.

Sobre esta base, Buero monta una trama en escasa medida fidedigna que hace del pintor un represaliado político y del monarca su cruel perseguidor. Pero la realidad parece ser más bien que en 1824 Goya solicitó al rey un permiso para convalecer en el balneario francés de Plombières, y que le fue concedido sin el menor problema. Llegó a mediados de 1824 a Burdeos, tras legar la Quinta del Sordo a su nieto Mariano, y an tuvo energía para marchar a París en verano; en Burdeos residiría hasta su muerte, pero sin ser un exiliado perseguido, pues en 1826 volvió a Madrid para cumplimentar los trámites de su jubilación, que consiguió con una renta de cincuenta mil reales sin que Fernando VII pusiera impedimentos a ninguna de las peticiones del pintor; y todavía en 1827, retornó de nuevo, alojándose en la Quinta y retratando a su nieto. Para marzo de 1828 empeoró su salud no solo por el proceso tumoral que se le había diagnosticado tiempo atrás, sino a causa de una reciente caída por las escaleras que le obligó a guardar cama, postración de la que ya no se recuperaría.

Buero dramatiza un Goya despótico y neurótico que no sabemos si existió y le supone unas ideas que eran más bien las suyas, las del escritor; tiene algunos apuntes autocríticos pero es un planteamiento de buenos y malos, liberales buenos y conservadores malos, masones perseguidos y clero perseguidor, lo perjudica a las interesantes, juiciosas y documentadas reflexiones sobre su obra que abren nuevas perspectivas a los que no conocemos a fondo al personaje.

Por su parte, Plaza se ha permitido demasiadas licencias con el original, aunque como es mala costumbre en el teatro español ni las expone ni las razona ante pblico y crítica. Suprime el personaje de Calomarde y lo fusiona con el del clérigo Duaso. Carga las tintas sobre Fernando VII de manera innecesaria y falaz. Y entre ambos -autor y adaptador- nos ofrecen un climax -la escena cumbre de la irrupción violenta de los soldados realistas- que es una licencia más que poética, sensacionalista que nunca ocurrió y que con su exagerada duración morbosa estropea todo lo que llevábamos ganado en la compresión de esa etapa de la vida de Goya, cuando su pertinaz sordera de tres décadas, su ostracismo y su malestar físico y mental produjeron la parte más inquietante y quizás más valiosa de toda su gran obra.

El director firma un montaje aceptable, con espacio escenográfico e iluminación de Javier Ruiz Alegría algo estrambótico, que simula la estancia central de la Quinta -quizás la casa de dos plantas con los murales en sus lugares pertinentes es imposible de escenificar-, lo que sustituye por una fórmula más fácil a base de las proyecciones de lvaro Luna. El vestuario de Gabriela Salaberri es preciso y la msica de Arsenio Fernández y Jess Serrano acompaña sin hacerse notar.

También el trabajo de Plaza en la dirección actoral es aceptable -destacable en el lenguaje de signos- aunque el movimiento en escena resulte algo confuso, tal cual el espacio escenográfico. El reparto está bien en su conjunto y Fernando Sansegundo se emplea a fondo en este personaje atormentado y atormentador que alternará sus elucubraciones fantásticas con su producción figurativa hasta el final (La lechera de Burdeos es de 1827), por lo que sigue siendo un enigma su evolución mental, que no se explica del todo por demencia senil y que tiene trazas de lo que ahora se llama trastorno bipolar y antes tendencias maníaco-depresivas.

El elenco hace frente a la dificultad de expresarse por señas durante media obra al menos y va afirmándose en su trascurso, haciendo Ana Fernández del torrente verbal de Leocadia en la escena cumbre del segundo acto un momento potente. La pesadilla escenificada del pintor acosado por los personajes diabólicos de sus murales es el momento más logrado, y la casi repetitiva irrupción a continuación de la soldadesca es un más de lo mismo que arrastra la pieza a un naturalismo casi soez. En los papeles secundarios, destacaríamos a Jorge Torres en el prelado Duaso, amigo del pintor y secuaz del rey, en el que Buero dibuja a los evolucionistas de la época, mientras que Carlos Martínez-Abarca es ese médico Arrieta expresión de la mayoría silenciosa. A Chema León le tocan dos papeles bien desagradables -el rey bordador y el sargento violador- mientras que Monse Peidró es Gumersinda, la desdibujada nuera del pintor.

Antonio Buero Vallejo (1916-2000) fue premiado por el franquismo en 1949 y por el el juancarlismo psoeísta en en 1986, hijo de un militar cultivado que sería fusilado por el frente popular al inicio de la guerra civil. Reclutado de leva, pasó la guerra en un regimiento republicano en el que se afilió al partido comunista, y por proseguir en el mismo cierta actividad clandestina fue condenado a muerte en los primeros meses de posguerra, conmutada la pena e indultado en 1946.

Además de obras de enfoque simbolista y otras de contenido social, practicó el teatro histórico, usando el pasado para lanzar mensajes típicos del teatro comprometido de la época, alegatos en favor de los grandes mitos -libertad, igualdad, fraternidad- y de unos planteamientos democráticos de centro-izquierda que en la cultura del tardofranquismo y entre sus intelectuales de todas las artes y letras se convirtieron en dominantes y hasta en reiterativos. Un soñador para un pueblo, Las Meninas, El concierto de San Ovidio y El sueño de la razón son sus dramas de base histórica. La primera relata el fracaso del ilustrado e incomprendido Esquilache, y la tercera es una parábola en tres actos que se estrenó en 1962 inspirada en la orquestina de ciegos del Hospicio de los Quince Veintes en el siglo XVIII que denuncia la injusticia, la falta de ética y la explotación, y defiende o bueno de alzarse en pos de la libertad: subió a escena en 2018 por Mario Gas en el CDN demostrando validez texto y versión (ver nuestra reseña).

Antonio Buero Vallejo vivió 84 años, estrenó 27 obras y recibió casi tantos premios. Dice Plaza que la pieza tiene inmensa actualidad porque cincuenta años después España es un país que ha vuelto a las andadas con la derecha, la iglesia católica y la intolerancia. Opina que si unimos el título de Buero con el cuadro de Goya en el que se inspiró no puede haber algo, desgraciadamente, más actual en estos momentos. Contemplamos atónitos, avergonzados ante una pérdida de la razón, un desenfoque del pensamiento racional que hace de nuestra sociedad un ser colectivo aborregado y soñoliento, esta es la trayectoria que queremos reflejar y que sea un espejo donde nuestra gente vea reflejada su conducta gregaria y estpida, es la España de siempre condenada al ostracismo y a la incultura. Tremendismo de salón que todavía cuela.

VALORACIÓN DEL ESPECTCULO (del 1 al 10)
Interés: 8
Texto: 7
Dirección: 7
Puesta en escena: 6
Interpretación: 7
Producción: 7
Programa de mano: n/h
Documentación a los medios: n/v

TEATRO ESPAÑOL
El sueño de la razón, de Antonio Buero Vallejo
Adaptación y dirección: José Carlos Plaza.
Del 13 de junio al 9 de julio de 2023

Interpretación:
Ana Fernández (Leocadia)
Chema León (El Rey. Sargento)
Carlos Martínez-Abarca (Arrieta)
Montse Peidro (Gumersinda)
Fernando Sansegundo (Goya)
Jorge Torres (Duaso)
Marta Heredia (Emiliana. Gata)
lvaro Pérez (Andrés. Cerdo. Voluntario)
Marco Pernas (Voz. Cornudo. Voluntario)
Steve Lance (Blasito. Cerdo. Voluntario)

Equipo artístico:
Espacio escenográfico e iluminación Javier Ruiz Alegría
Vestuario Gabriela Salaberri
Audiovisuales lvaro Luna
Msica Arsenio Fernández y Jess Serrano.
Ayudante de dirección Steven Lance Ernst
Director adjunto Jorge Torres

Una coproducción de Faraute Producciones y Teatro Español
Duración: 1h 40.