guía cultural

Una pesadilla ajena a la conquista de México

José Catalán Deus | Jueves 10 de octubre de 2013

Una de las más hondas e inquietantes obras de teatro musical de finales del siglo XX: así se presentaba, pero la expectación fue bastante menor de lo esperado y no hubo ese lleno a reventar de las grandes noches. La conquista de México, de Wolfgand Rihm (1952), con un espantoso libreto del mismo compositor, es una confusa pesadilla en la que cualquier parecido con el tema elegido es pura coincidencia. La partitura hubiera resultado interesante con la mitad de duración y los notables méritos del director artístico naufragan ante una trama imposible. La calidad de los cantantes no pudo paliar la fealdad y monotonía de la escritura vocal, y el coro del teatro fue una grabación mientras un nutrido grupo de figurantes intentaba dar vida a la mortecina agonía de la escena. Gran presencia del director musical, que hizo brillar a la orquesta, aportando con su distribución heterodoxa el punto de interés que faltaba en el escenario.

El compositor alemán Wolfgang Rihm ( Karlsruhe, 1952) es una importante y prolífica figura de la msica actual. Entres sus más de 400 composiciones incluye doce cuartetos de cuerda y seis óperas , entre las que esta Die Eroberung von Mexico es de 1992, nacida a propósito de aquel quinto centenario del Descubrimiento. Su rebelión temprana contra Boulez y Stockhausen, terminó llevándole al terreno de Luigi Nono sin impedirle mantener su mayor característica, un expresionismo desbordado, grandes dotes de orquestación y una msica ecléctica de enorme paleta y fantástica variedad, que tiene muchos seguidores en la siguiente generación, entre los que muestran fuerte influencia los españoles Sánchez Verd y Pilar Jurado.

Pero Rihm cae en la tentación de plantearse una obra excesivamente ambiciosa, de casi dos horas de duración, un desafío enorme para el espectador medio y para la dificultad intrínseca de asimilación que plantea su msica. Y de plantearla sobre la base de su propia interpretación de un acontecimiento histórico que an hoy nos supera a casi todos y del que su profundo sagnificado está an por escribir. Primero elabora la partitura, con una brillante introducción de percusión muy persuasiva y exótica, y luego construye un argumento sobre elementos muy dispares y discutibles. El más discutible son las ideas preconcebidas de Antonin Artaud (1896-1940) sobre las culturas precolombinas del norte de la américa hispana; para compensar añade el poema Raíz del Hombre de Octavio Paz (1914-1998), que sólo deforma tangencial tiene qu4e ver con el evento, y completa todo ello con tres poemas indígenas anónimos, tan enigmáticos como herméticos. El resultado es un relato onírico que prescinde de la razón para captar el misterio. Rebosa de simbolismos que en alemán resultan muy lejanos al tema y que los subtítulos convierten en un galimatías sin resonancia poética y sin posibilidad alguna de ser abordado desde la lógica.

El encuentro entre el conquistador español Hernán Cortés y el caudillo indígena Moctezuma, que encarna la confrontación entre la civilización cristiana evangelizadora y la precolombina pagana, es presentado siguiendo a Artaud, como una imposibilidad ontológica de entendimiento y comprensión entre dos culturas que se desconocen, se temen, se atraen, se destruyen y se sorprenden mutuamente. Todo lo contrario de lo que realmente ocurrió pues pronto se establecieron vínculos entre ambas que construyeron uno de los pocos ejemplos constructivos del colonialismo europeo.

El director de escena Pierre Audi ha creado una propuesta escénica que debe lidiar con la difícil tarea de mantener la atención del pblico sobre una interminable exposición de argumentos filosoficolíricos que los dos protagonistas intercambian. Basándose en las teorías del teatro físico de Artaud busca retratar la violencia, la fascinación, el miedo, la desconfianza y la incomprensión que desencadena el choque entre las dos culturas. Lo hace mediante fantasiosas aportaciones del figurinista y notable trenzado del iluminador. Es de destacar especialmente el trabajo de la diseñadora de maquillaje corporal, Sylvie Imbert. El escenógrafo sin embargo da prioridad a un mundo subterráneo del que brotan los figurantes, a un desfile continuo de cabezas a ras de suelo que patentiza la incomprensión de la gesta que narran por parte de todo el equipo y a pesar de sus méritos profesionales. Tampoco pueden celebrarse las demás aportaciones escenográficas de Alexander Polzin, ya hablemos del telón colorista que hace de decorado fijo como de las continuas alusiones sanguinolentas tanto en forma de laberinto arbóreo como de desfile humano en puro croquis de la circulación sanguínea. Demasiado rojo, demasiada sangre tiñen la escena para ser aceptable. No es la crueldad el elemento definitorio de la conquista de México. Es la audacia, el inconcebible valor y arrojo de aquel puñado de aventureros. Mejor supo verlo su compatriota, el cineasta Werner Herzog en su inolvidable Aguirre, la cólera de Dios (1972), que Polzin, que por cierto fue el escnógrafo de La página en blanco de Pilar Jurado hace dos temporadas.

La permanente emergencia de las fuerzas del subconsciente se propicia en la escenografía abstracta y alegórica, dice pero más que alegórica es textual, pues todo el mundo entra y sale del subsuelo. El diseño de vestuario dice ser de inspiración precolombina pero más bien parece carnavalesco, repleto de venecianos enmascarados y danzantes brasileiras. Una buena producción del Teatro Real lastrada por prejuicios de enfoque.

Todo es discutible pero aceptable hasta llegar al apartado vocal, nada baladí nos parece en un espectáculo que se define teatro musical y se presenta como ópera. La soprano Nadja Michael y el barítono Georg Nigl interpretan a la víctima Moctezuma y al verdugo Cortés con un despliegue actoral de película de serie B y excelentes voces que consiguen expresar su valía a pesar de unos papeles en los que sí se exige potencia y virtuosismo en algunas partes, pero en los que belleza, armonía y emoción brillan por su total ausencia. Este Montezuma femenino y reptante, ocurrencia desgraciada del autor, es secundado desde los dos grupos orquestales situados en los palcos laterales por otras dos destacables voces femeninas, las de la soprano Caroline Stein y la mezzosoprano Katarina Bradic desperdiciadas en incesantes gorgoritos extravagantes de una partitura operística que como la mayoría de las actuales fracasa en su componente esencial, el vocal, el canto humano.

Para acentuar la remota relación del espectáculo con su título, una bailarina japonesa hace el papel de Malinche, una traductora muda, hierática y vestida con quimono, absurda intermediaria entre los dos protagonistas que nunca llegarán a comprenderse. Malinche es el gigantesco personaje histórico que representa el valor excepcional de la conquista de México. Puede disculparse que desde Alemania no se entienda porque tampoco parece entenderse en la España y el México de hoy día, acogotados por interpretaciones foráneas, sustituidos sus valores culturales por la papilla globalizada.

Artaud estabas totalmente equivocado y opinaba de oídas. Viaja a México en tareas teóricas mientras otros más arriesgados en ese año de 1936 van a combatir a la guerra civil española. En un artículo que al llegar escribió para un diario mexicano delinea una especie de utopía encaminada a la bsqueda del alma perdida de las grandes culturas indias. Considera que existen dos corrientes: una es la que asimila la cultura y civilización europea imprimiéndole una forma mexicana y la otra es aquella que se mantiene rebelde ante el progreso. Cree que ésta ltima es la más representativa en México. Es ahí donde piensa encontrar esas relaciones idílicas del ritmo poético con el aliento del hombre, con los movimientos puros del espacio y los elementos de la naturaleza. Todo entelequia pura.

Octavio Paz publicó el poema Raíz del hombre en 2004: es un poema de amor que termina diciendo: En el amor no hay formas / sino tu inmóvil nombre, como estrella. / En sus orillas cantan/ el espanto y la sed de lo invisible. No le vemos relación alguna con el tema de esta ópera, salvo la de atraer interés por la presencia del nico premio Nobel mexicano.

El msico Rihmm improvisó con elementos dispares y mal escogidos un argumento para una partitura seria, compleja y excesiva sobre la conquista de México. Así construyó una obra coja que es la que en el estreno de anoche llegó hasta nosotros, rubricada con aplausos tenues, silencio perplejo y visible sensación de desánimo en la mayoría de los asistentes.

VALORACIÓN DEL ESPECTCULO (del 1 al 10)
Interés: 5
Partitura: 6
Libreto: 4
Dirección musical: 7
Dirección artística: 7
Orquesta: 7
Voces: 7
Escenografía: 6
Realización: 8
Producción: 8
Programa de mano: 7
Documentación a los medios: 6


Teatro Real
LA CONQUISTA DE MÉXICO
Wolfgang Rihm (1952)
Msica teatral en cuatro partes (1992)
Libreto de compositor, basado en textos de Antonin Artaud y de Octavio Paz
Nueva producción del Teatro Real

Director musical Alejo Pérez
Director de escena Pierre Audi
Escenógrafo Alexander Polzin
Figurinista Wojciech Dziedzic
Iluminador Urs Schnebaum
Vídeo Claudia Rohrmoser
Dramaturgo Klaus Bertisch
Director del coro Andrés Máspero
Diseñadora de maquillaje corporal Sylvie Imbert
Directores de sonido Florian Bogner, Peter Bhm

Reparto
Montezuma Nadja Michael (9, 11, 13, 15, 17, 19) y Ausrine Stundyte (12, 18)
Cortez Georg Nigl (9, 11, 13, 15, 17, 19) y Holger Falk (12, 18)
Un hombre que grita Graham Valentine
Malinche Ryoko Aoki
Soprano Caroline Stein
Mezzosoprano Katarina Bradic
Primer actor Stephan Rehm
Segundo actor Peter Pruchniewitz

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intermezzo y Orquesta Sinfónica de Madrid)

Duración aproximada
110 minutos (sin pausa)

Fechas
9, 11, 12, 13, 15, 17, 18, 19 de octubre de 2013
20.00 horas; domingos, 18.00 horas.